Por primera vez, los grandes ganadores y perdedores son mujeres.
Manuela Carmena, Ada Colau y Cristina Cifuentes exudaban euforia por
todos sus poros por muy maquillados que estuvieran
. Los de la primera y la última, aclaro, dado que, como quedó meridiano cuando la futura alcaldesa de Barcelona lloró a mares de genuina emoción sin dejar ni gota de rastro negro bajo sus párpados, Colau es de las que llevan la cara lavada como una pancarta de yo no soy esclava del canon de belleza establecido porque no me da la gana.
Daba lo mismo. No hay sentimiento más difícil de disimular que un chute de alegría en vena.
Mientras, Esperanza Aguirre, Rita Barberá, Teófila Martínez, María Dolores de Cospedal y Luisa Fernanda Rudi, por no hablar de Rosa Díez y su ascético autoahorcamiento a la fuerza en directo, trataban de tragarse el sapo de la derrota haciendo de tripas corazón tal y como son ellas. Lívida y soberbia Aguirre.
Demudadas e incrédulas con semejante injusticia Barberá y Martínez. Frías, altivas y elegantes a la manera de las intrigantes rubias de Hitchcock Cospedal y Rudi.
Nada nuevo bajo los inmisericordes focos de las teles en las noches electorales.
Políticos cumpliendo el trámite de beberse la miel o la cicuta de las urnas delante de millones de espectadores haciendo como que aceptan de inmejorable grado el veredicto. Había, sin embargo, algo inédito en todo ese teatro de títeres.
Dejando aparte la filiación política de vencedores y vencidos, por primera vez en 37 años de procesos electorales en España, los grandes ganadores y perdedores de las municipales y autonómicas son mujeres.
Y todas, menos Ada Colau de nuevo, ya se ha reseñado su independencia de criterio al respecto, rubias en mayor o menor grado de agua oxigenada, según la querencia de nueve de cada diez españolas de teñirse las canas antes incluso de que les salgan.
Aunque aún no alcanzan ni de lejos el 40% que la propia Ley de Igualdad establece, cada vez más mujeres son cabeza de cartel de sus partidos.
Sea por la política de cuotas explícita o implícita emprendida por PSOE y PP desde los años 90, sea por las listas cremallera, o porque al final a toda siembra le llega su cosecha por la vía de los hechos consumados, lo cierto es que la noche del 24-M fue la velada de las mujeres ambiciosas. Tan legítimamente ambiciosas del poder político como el más ambicioso de sus colegas varones.
Simpatías políticas y personales aparte, daba gusto ver a tres generaciones distintas de españolas acatar la sentencia de las urnas
. Ahí estaba Manuela Carmena, de 71 años, decana de las candidatas, con las sexagenarias Aguirre, Rudi, Martínez y Díez, esa quinta de mujeres que luchó por las libertades —la píldora, el divorcio, el aborto—, y las estrenaron en carne propia
. Ahí teníamos a Cifuentes, Cospedal y Colau, cuarentonas crecidas en democracia, profesionales independientes gracias seguramente al sacrificio de sus madres.
Y ahí asomaban la patita Monica Oltra y Uxúe Barkos, treintañera y cincuentona, que han catapultado a pulso a sus formaciones Compromís y Geroa Bai, respectivamente, del suelo al techo histórico en sus respectivas comunidades, Valencia y Navarra.
Ya no hablamos, tampoco, como hasta hace poco, de un único perfil de política sin hijos, o con ellos crecidos, con todo el tiempo para dedicarse al servicio público sin tener que asumir el coste personal y social de abandonar a su prole
. No. Hay abuelas. Hay singles
. Hay madres de bebés.
Hay cabezas de familia
. Hay ni más ni menos que lo que hay en el INE.
Lo que también está claro es que no parece haber un estilo femenino de hacer política. Entre ellas también vuelan cuchillos.
También llueven piedras. Aguirre y Cifuentes también se ponen a dar a luz por lo bajinis mientras chocan las mejillas —pus, pus—, mientras que Susana Díaz, embarazada de siete meses, espera que Podemos o Ciudadanos se dignen a abstenerse en su investidura y eviten nuevas elecciones en Andalucía en lo que está siendo, seguro, un parto político más difícil que el suyo biológico propio.
Por cierto, que, llegado el día, Díaz se retirará el tiempo que estime oportuno para criar a su hijo, y nadie dirá nada al respecto, aunque lo piense, por la cuenta que le tiene.
El sexismo, aquí y ahora, no vende un voto. Que se lo digan a León de la Riva, alcalde popular de Valladolid.
Ay, no, que ha perdido la mayoría absoluta, y puede que ya no rija en el futuro.
. Los de la primera y la última, aclaro, dado que, como quedó meridiano cuando la futura alcaldesa de Barcelona lloró a mares de genuina emoción sin dejar ni gota de rastro negro bajo sus párpados, Colau es de las que llevan la cara lavada como una pancarta de yo no soy esclava del canon de belleza establecido porque no me da la gana.
Daba lo mismo. No hay sentimiento más difícil de disimular que un chute de alegría en vena.
Mientras, Esperanza Aguirre, Rita Barberá, Teófila Martínez, María Dolores de Cospedal y Luisa Fernanda Rudi, por no hablar de Rosa Díez y su ascético autoahorcamiento a la fuerza en directo, trataban de tragarse el sapo de la derrota haciendo de tripas corazón tal y como son ellas. Lívida y soberbia Aguirre.
Demudadas e incrédulas con semejante injusticia Barberá y Martínez. Frías, altivas y elegantes a la manera de las intrigantes rubias de Hitchcock Cospedal y Rudi.
Nada nuevo bajo los inmisericordes focos de las teles en las noches electorales.
Políticos cumpliendo el trámite de beberse la miel o la cicuta de las urnas delante de millones de espectadores haciendo como que aceptan de inmejorable grado el veredicto. Había, sin embargo, algo inédito en todo ese teatro de títeres.
Dejando aparte la filiación política de vencedores y vencidos, por primera vez en 37 años de procesos electorales en España, los grandes ganadores y perdedores de las municipales y autonómicas son mujeres.
Y todas, menos Ada Colau de nuevo, ya se ha reseñado su independencia de criterio al respecto, rubias en mayor o menor grado de agua oxigenada, según la querencia de nueve de cada diez españolas de teñirse las canas antes incluso de que les salgan.
Aunque aún no alcanzan ni de lejos el 40% que la propia Ley de Igualdad establece, cada vez más mujeres son cabeza de cartel de sus partidos.
Sea por la política de cuotas explícita o implícita emprendida por PSOE y PP desde los años 90, sea por las listas cremallera, o porque al final a toda siembra le llega su cosecha por la vía de los hechos consumados, lo cierto es que la noche del 24-M fue la velada de las mujeres ambiciosas. Tan legítimamente ambiciosas del poder político como el más ambicioso de sus colegas varones.
Simpatías políticas y personales aparte, daba gusto ver a tres generaciones distintas de españolas acatar la sentencia de las urnas
. Ahí estaba Manuela Carmena, de 71 años, decana de las candidatas, con las sexagenarias Aguirre, Rudi, Martínez y Díez, esa quinta de mujeres que luchó por las libertades —la píldora, el divorcio, el aborto—, y las estrenaron en carne propia
. Ahí teníamos a Cifuentes, Cospedal y Colau, cuarentonas crecidas en democracia, profesionales independientes gracias seguramente al sacrificio de sus madres.
Y ahí asomaban la patita Monica Oltra y Uxúe Barkos, treintañera y cincuentona, que han catapultado a pulso a sus formaciones Compromís y Geroa Bai, respectivamente, del suelo al techo histórico en sus respectivas comunidades, Valencia y Navarra.
Ya no hablamos, tampoco, como hasta hace poco, de un único perfil de política sin hijos, o con ellos crecidos, con todo el tiempo para dedicarse al servicio público sin tener que asumir el coste personal y social de abandonar a su prole
. No. Hay abuelas. Hay singles
. Hay madres de bebés.
Hay cabezas de familia
. Hay ni más ni menos que lo que hay en el INE.
Lo que también está claro es que no parece haber un estilo femenino de hacer política. Entre ellas también vuelan cuchillos.
También llueven piedras. Aguirre y Cifuentes también se ponen a dar a luz por lo bajinis mientras chocan las mejillas —pus, pus—, mientras que Susana Díaz, embarazada de siete meses, espera que Podemos o Ciudadanos se dignen a abstenerse en su investidura y eviten nuevas elecciones en Andalucía en lo que está siendo, seguro, un parto político más difícil que el suyo biológico propio.
Por cierto, que, llegado el día, Díaz se retirará el tiempo que estime oportuno para criar a su hijo, y nadie dirá nada al respecto, aunque lo piense, por la cuenta que le tiene.
El sexismo, aquí y ahora, no vende un voto. Que se lo digan a León de la Riva, alcalde popular de Valladolid.
Ay, no, que ha perdido la mayoría absoluta, y puede que ya no rija en el futuro.
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