No dibuja bocetos; diseña con el móvil. Tampoco habla francés, aunque es el director creativo de una firma legendaria con base en París
Pero a sus 31 años, Wang guía hacia el futuro del lujo a la casa creada hace un siglo por Cristóbal Balenciaga.
Y marca el camino a seguir para una nueva generación de creadores.
Llega a la entrevista vestido con camiseta blanca y deportivas, la
melena suelta y un té helado en la mano.
Su voz aguda y una piel de porcelana le confieren un aspecto casi adolescente. Alexander Wang (San Francisco, 1983) no encaja en el estereotipo clásico del diseñador de moda.
Al verlo deslizarse por el madrileño hotel Villa Magna, nadie podría imaginar que sobre sus delicados hombros reposa desde hace tres años el futuro de Balenciaga, una de las marcas primordiales dentro del conglomerado de empresas de lujo Kering, propietario, entre otras, de firmas como Gucci, Saint Laurent o Alexander McQueen.
Pero este treintañero no solo es responsable de que la casa fundada por Cristóbal Balenciaga en 1919 haya crecido más de un 10% en 2014 –según datos de la compañía–, sino que ha logrado que los beneficios de la enseña que fundó con 21 años y que lleva su nombre superen los 110 millones de euros.
Aunque vive a caballo entre Nueva York y París, no habla una palabra de francés, no se le conoce musa y no dibuja bocetos
. “Hay gente en mi equipo que lo hace.
Yo no tengo tiempo.
Diseño con mi móvil; cuando veo algo, le saco una foto, y si tengo una idea, la escribo y me la mando a mí mismo por e-mail”, confiesa entre risas
. Definitivamente, Wang no responde a lo que, según el imaginario colectivo, debe ser un creador de moda.
Pero ha definido, mejor y antes que ninguno de sus coetáneos, el perfil del director creativo del siglo XXI; el del modisto al que, por motivos generacionales, le corresponde resolver los dilemas a los que se enfrenta la industria del lujo actual.
El más urgente de ellos, conquistar los mercados emergentes sin convertirse en su rehén.
La caída del rublo ruso y el endurecimiento de las políticas anticorrupción chinas –los regalos en forma de carísimos bolsos o pañuelos son costumbre– están asfixiando a aquellas marcas volcadas en estos países.
“Los beneficios económicos constituyen el principal motivo por el que se abre un punto de venta en un lugar u otro.
Pero a veces está bien no seguir a la manada.
Desmarcarse y mirar a largo plazo y dentro de un contexto más amplio.
Entonces resulta fácil darse cuenta de que hay plazas que aportan un valor distinto al financiero, pero también importante, sobre todo desde el punto de vista de la imagen de marca”, explica Wang.
Este argumento justifica por qué el pasado marzo decidió abrir una boutique en Madrid, la primera tienda de la firma Balenciaga que se inaugura en España desde hace 80 años.
“Es el país en el que nació nuestro fundador y sentíamos que teníamos que estar”.
Para celebrarlo, Wang organizó una cena en el madrileño palacio de
Gaviria, un espacio famoso por acoger fiestas para estudiantes de
Erasmus, y que el equipo de la marca conoció en uno de sus viajes a
Madrid.
Después, la juerga continuó hasta el alba.
No es ningún secreto que al de San Francisco le gusta salir.
La pregunta es de dónde saca el tiempo para hacerlo. François-Henri Pinault, consejero delegado de Kering, reveló a The New York Times que la agenda del diseñador está cerrada con un año de antelación.
Bajo su propia marca, desarrolla cada año cuatro colecciones de mujer, dos de hombre y una línea de precios asequibles llamada T by Alexander Wang.
Para Balenciaga, cuatro de mujer y dos de hombre, sin contar con los complementos y nuevas divisiones que la marca quiere potenciar como las de peletería y bisutería.
Este ritmo esquizofrénico llevó a Jean Paul Gaultier a dejar el prêt-à-porter para centrarse en la alta costura el pasado septiembre
. “Llega un momento en el que no dispones de tiempo ni para pensar […] ni de tener ideas nuevas”, explicó entonces.
Pero parece que el pluriempleo se ha normalizado como modelo profesional entre una nueva generación encabezada por Wang.
Las casas más vetustas apuestan por jóvenes creadores para actualizarse, pero la mayor parte de ellos no renuncian a sus proyectos personales.
Además de desarrollar sus propias firmas, Jonathan Anderson (31 años) es responsable de Loewe; Jason Wu (32), de Hugo Boss, y Zack Posen (33), de Brooks Brothers.
Quizá su heterodoxo proceso creativo explique, en parte, cómo puede llegar a gestar más de una colección al mes sin derrumbarse física, intelectual y psicológicamente
. “No soy el tipo de creador que se encierra en una habitación a hacer bocetos sin parar
. No voy buscando la inspiración, porque si lo hago, no la encuentro
. Eso de ‘mi referente es Brigitte Bardot en Saint-Tropez’ no me va”
. Para Wang, la moda no es una cuestión de tendencias, sino de conversaciones.
Y así articula su trabajo.
“Me siento con mi equipo y hablamos del desfile que acabamos de hacer: qué ha funcionado y qué no, cómo podemos llevarlo más allá.
Diseñar para mí es dejar que las ideas entren y salgan, transformarlas, darles al vuelta”, narra con tantas palabras como gestos.
Se trata, dice, de un proceso instintivo
. Como su formación
. Descubrió la moda en el carísimo internado al que le enviaron sus padres, unos prósperos inmigrantes taiwaneses.
Allí entró en contacto con Vanessa Traina Snow, hija de la escritora Danielle Steel, y con la enciclopédica colección de alta costura de esta autora.
Después ingresó en la escuela neoyorquina de diseño Parsons, una de las más prestigiosas del mundo, pero la abandonó antes de licenciarse para poner en marcha su propia marca, que aún hoy se mantiene como un negocio familiar.
Sus primeros trabajos –una línea de jerséis– llamaron la atención de Diane Von Furstenberg, que quiso ficharlo.
Pero con 21 años, el californiano la rechazó.
Siempre confió en su propio talento y en su capacidad.
Pero al ingente volumen de trabajo que Wang coordina 10 años después, se suma otra dificultad.
Las dos casas que dirige no podrían representar estéticas más antagónicas.
Mientras Cristóbal Balenciaga (Guetaria, Gipuzkoa, 1895) conquistó el mundo con sus exquisitas siluetas arquitectónicas, Wang es famoso por introducir en el exclusivo universo del lujo la moda callejera y deportiva –confiesa que no ha pisado un gimnasio en su vida–.
Lejos de considerarlo un problema, François-Henri Pinault valora esta disparidad como una ventaja. Parece difícil que ambos proyectos terminen pareciéndose demasiado y, por tanto, perdiendo su identidad, como sucedió cuando John Galliano reinaba en Dior.
Aunque sustraerse a la influencia de Balenciaga resulta muy difícil.
“La palabra moderno está muy manida. Pero creo que la aproximación de Cristóbal al diseño era moderna, en el sentido más puro del término.
Sus archivos están llenos de piezas que llevan inspirando a la industria de la moda y al mundo del arte desde hace décadas”, defiende.
La sombra del creador vasco no es la única que planea sobre Wang. Suceder a Nicolas Ghesquière tampoco resulta tarea sencilla.
El diseñador francés fue el hombre que obró el milagro: en 1997 tomó las riendas de una maison crepuscular y logró devolverla al olimpo de la moda concitando el entusiasmo de crítica y público por igual
. Y lo hizo distanciándose del legado de Balenciaga.
Wang, en cambio, ha optado por “traducir su vocabulario y sus códigos al estilo de vida actual”.
Lo que para el estadounidense significa elevar los niveles de funcionalidad de la casa.
Aunar elegancia e irreverencia. Introducir juventud y espontaneidad, los valores que definen su discurso.
“Sí, mis chicas llevan abrigos globo, pero con botas bajas, las faldas péplum se combinan con camisetas, los vestidos escultóricos llevan bolsillos.
Sí, debemos experimentar y situarnos a la vanguardia del nuevo lujo, pero al mismo tiempo tenemos que asegurarnos de ofrecer a nuestros clientes prendas que respondan a sus necesidades reales de cada día: por eso ahora las firmas hacen también sudaderas y deportivas”, argumenta.
Es ante este reto donde la trayectoria y la visión de Wang cobran
especial relevancia. “Las barreras entre la calle y el lujo se están
difuminando”
. Y si hay un diseñador que sea consciente de este proceso y haya contribuido a impulsarlo, ese es el director creativo de Balenciaga.
“Las nuevas generaciones están transformando el modo en que compramos.
Solo tienes que darte una vuelta por cualquier arteria comercial de una gran ciudad: junto a Prada está Zara, y a su lado, Armani, y dos pasos más allá, H&M
. Ese es el escenario que las marcas de lujo deben tomar como referencia para moldear sus expectativas”, asegura.
El diario The New York Times informaba el pasado enero de las largas colas que, desde las cinco de la mañana y a varios grados bajo cero, se formaban ante las puertas de la boutique neoyorquina de Alexander Wang para acceder a sus rebajas.
La mayor parte de los adeptos eran menores de 25 años. ¿La clave?
De nuevo, la comunicación. “En una sociedad donde las redes sociales son herramientas cada vez más poderosas, la manera en la que se transmite la filosofía de una marca y la forma en la que el cliente la experimenta resultan fundamentales.
No solo la pasarela cuenta nuestra historia, también la disposición de las tiendas o la música de las campañas”.
Y ahora Balenciaga se mueve a ritmo de DJ.
Su voz aguda y una piel de porcelana le confieren un aspecto casi adolescente. Alexander Wang (San Francisco, 1983) no encaja en el estereotipo clásico del diseñador de moda.
Al verlo deslizarse por el madrileño hotel Villa Magna, nadie podría imaginar que sobre sus delicados hombros reposa desde hace tres años el futuro de Balenciaga, una de las marcas primordiales dentro del conglomerado de empresas de lujo Kering, propietario, entre otras, de firmas como Gucci, Saint Laurent o Alexander McQueen.
Pero este treintañero no solo es responsable de que la casa fundada por Cristóbal Balenciaga en 1919 haya crecido más de un 10% en 2014 –según datos de la compañía–, sino que ha logrado que los beneficios de la enseña que fundó con 21 años y que lleva su nombre superen los 110 millones de euros.
Aunque vive a caballo entre Nueva York y París, no habla una palabra de francés, no se le conoce musa y no dibuja bocetos
. “Hay gente en mi equipo que lo hace.
Yo no tengo tiempo.
Diseño con mi móvil; cuando veo algo, le saco una foto, y si tengo una idea, la escribo y me la mando a mí mismo por e-mail”, confiesa entre risas
. Definitivamente, Wang no responde a lo que, según el imaginario colectivo, debe ser un creador de moda.
Pero ha definido, mejor y antes que ninguno de sus coetáneos, el perfil del director creativo del siglo XXI; el del modisto al que, por motivos generacionales, le corresponde resolver los dilemas a los que se enfrenta la industria del lujo actual.
El más urgente de ellos, conquistar los mercados emergentes sin convertirse en su rehén.
La caída del rublo ruso y el endurecimiento de las políticas anticorrupción chinas –los regalos en forma de carísimos bolsos o pañuelos son costumbre– están asfixiando a aquellas marcas volcadas en estos países.
“Los beneficios económicos constituyen el principal motivo por el que se abre un punto de venta en un lugar u otro.
Pero a veces está bien no seguir a la manada.
Desmarcarse y mirar a largo plazo y dentro de un contexto más amplio.
Entonces resulta fácil darse cuenta de que hay plazas que aportan un valor distinto al financiero, pero también importante, sobre todo desde el punto de vista de la imagen de marca”, explica Wang.
Este argumento justifica por qué el pasado marzo decidió abrir una boutique en Madrid, la primera tienda de la firma Balenciaga que se inaugura en España desde hace 80 años.
“Es el país en el que nació nuestro fundador y sentíamos que teníamos que estar”.
No soy el tipo de creador que va buscando la inspiración, porque si lo hago, no la encuentro.
Para mí, diseñar es dejar que las ideas entren y salgan de una conversación”
Después, la juerga continuó hasta el alba.
No es ningún secreto que al de San Francisco le gusta salir.
La pregunta es de dónde saca el tiempo para hacerlo. François-Henri Pinault, consejero delegado de Kering, reveló a The New York Times que la agenda del diseñador está cerrada con un año de antelación.
Bajo su propia marca, desarrolla cada año cuatro colecciones de mujer, dos de hombre y una línea de precios asequibles llamada T by Alexander Wang.
Para Balenciaga, cuatro de mujer y dos de hombre, sin contar con los complementos y nuevas divisiones que la marca quiere potenciar como las de peletería y bisutería.
Este ritmo esquizofrénico llevó a Jean Paul Gaultier a dejar el prêt-à-porter para centrarse en la alta costura el pasado septiembre
. “Llega un momento en el que no dispones de tiempo ni para pensar […] ni de tener ideas nuevas”, explicó entonces.
Pero parece que el pluriempleo se ha normalizado como modelo profesional entre una nueva generación encabezada por Wang.
Las casas más vetustas apuestan por jóvenes creadores para actualizarse, pero la mayor parte de ellos no renuncian a sus proyectos personales.
Además de desarrollar sus propias firmas, Jonathan Anderson (31 años) es responsable de Loewe; Jason Wu (32), de Hugo Boss, y Zack Posen (33), de Brooks Brothers.
Quizá su heterodoxo proceso creativo explique, en parte, cómo puede llegar a gestar más de una colección al mes sin derrumbarse física, intelectual y psicológicamente
. “No soy el tipo de creador que se encierra en una habitación a hacer bocetos sin parar
. No voy buscando la inspiración, porque si lo hago, no la encuentro
. Eso de ‘mi referente es Brigitte Bardot en Saint-Tropez’ no me va”
. Para Wang, la moda no es una cuestión de tendencias, sino de conversaciones.
Y así articula su trabajo.
“Me siento con mi equipo y hablamos del desfile que acabamos de hacer: qué ha funcionado y qué no, cómo podemos llevarlo más allá.
Diseñar para mí es dejar que las ideas entren y salgan, transformarlas, darles al vuelta”, narra con tantas palabras como gestos.
Se trata, dice, de un proceso instintivo
. Como su formación
. Descubrió la moda en el carísimo internado al que le enviaron sus padres, unos prósperos inmigrantes taiwaneses.
Allí entró en contacto con Vanessa Traina Snow, hija de la escritora Danielle Steel, y con la enciclopédica colección de alta costura de esta autora.
Después ingresó en la escuela neoyorquina de diseño Parsons, una de las más prestigiosas del mundo, pero la abandonó antes de licenciarse para poner en marcha su propia marca, que aún hoy se mantiene como un negocio familiar.
Sus primeros trabajos –una línea de jerséis– llamaron la atención de Diane Von Furstenberg, que quiso ficharlo.
Pero con 21 años, el californiano la rechazó.
Siempre confió en su propio talento y en su capacidad.
Pero al ingente volumen de trabajo que Wang coordina 10 años después, se suma otra dificultad.
Las dos casas que dirige no podrían representar estéticas más antagónicas.
Mientras Cristóbal Balenciaga (Guetaria, Gipuzkoa, 1895) conquistó el mundo con sus exquisitas siluetas arquitectónicas, Wang es famoso por introducir en el exclusivo universo del lujo la moda callejera y deportiva –confiesa que no ha pisado un gimnasio en su vida–.
Lejos de considerarlo un problema, François-Henri Pinault valora esta disparidad como una ventaja. Parece difícil que ambos proyectos terminen pareciéndose demasiado y, por tanto, perdiendo su identidad, como sucedió cuando John Galliano reinaba en Dior.
Aunque sustraerse a la influencia de Balenciaga resulta muy difícil.
“La palabra moderno está muy manida. Pero creo que la aproximación de Cristóbal al diseño era moderna, en el sentido más puro del término.
Sus archivos están llenos de piezas que llevan inspirando a la industria de la moda y al mundo del arte desde hace décadas”, defiende.
La sombra del creador vasco no es la única que planea sobre Wang. Suceder a Nicolas Ghesquière tampoco resulta tarea sencilla.
El diseñador francés fue el hombre que obró el milagro: en 1997 tomó las riendas de una maison crepuscular y logró devolverla al olimpo de la moda concitando el entusiasmo de crítica y público por igual
. Y lo hizo distanciándose del legado de Balenciaga.
Wang, en cambio, ha optado por “traducir su vocabulario y sus códigos al estilo de vida actual”.
Lo que para el estadounidense significa elevar los niveles de funcionalidad de la casa.
Aunar elegancia e irreverencia. Introducir juventud y espontaneidad, los valores que definen su discurso.
“Sí, mis chicas llevan abrigos globo, pero con botas bajas, las faldas péplum se combinan con camisetas, los vestidos escultóricos llevan bolsillos.
Sí, debemos experimentar y situarnos a la vanguardia del nuevo lujo, pero al mismo tiempo tenemos que asegurarnos de ofrecer a nuestros clientes prendas que respondan a sus necesidades reales de cada día: por eso ahora las firmas hacen también sudaderas y deportivas”, argumenta.
Las barreras entre la calle y el lujo se están difuminando.
Las marcas deben experimentar, pero también ofrecer al cliente prendas que respondan a sus necesidades de cada día”
. Y si hay un diseñador que sea consciente de este proceso y haya contribuido a impulsarlo, ese es el director creativo de Balenciaga.
“Las nuevas generaciones están transformando el modo en que compramos.
Solo tienes que darte una vuelta por cualquier arteria comercial de una gran ciudad: junto a Prada está Zara, y a su lado, Armani, y dos pasos más allá, H&M
. Ese es el escenario que las marcas de lujo deben tomar como referencia para moldear sus expectativas”, asegura.
El diario The New York Times informaba el pasado enero de las largas colas que, desde las cinco de la mañana y a varios grados bajo cero, se formaban ante las puertas de la boutique neoyorquina de Alexander Wang para acceder a sus rebajas.
La mayor parte de los adeptos eran menores de 25 años. ¿La clave?
De nuevo, la comunicación. “En una sociedad donde las redes sociales son herramientas cada vez más poderosas, la manera en la que se transmite la filosofía de una marca y la forma en la que el cliente la experimenta resultan fundamentales.
No solo la pasarela cuenta nuestra historia, también la disposición de las tiendas o la música de las campañas”.
Y ahora Balenciaga se mueve a ritmo de DJ.
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