El almanaque descuenta el sábado y el público joven se impone
“Hace tanto tiempo que no compro, que más que una colección de
creadores contemporáneos lo mío va camino de ser de arte antiguo”.
Miguel Zugaza, director del Museo del Prado, me escucha. Sonríe.
Sabe bien de lo que hablo. Ha sido el primero en abrir la pinacoteca madrileña a la mirada actual de Francis Bacon, Thomas Struth o Cy Twombly
. Quizá porque fue monje (subdirector del Reina Sofía) antes que fraile (responsable del Museo de Bellas Artes de Bilbao).
Quizá porque la pasión por el arte no hace rehenes en el calendario.
El almanaque descuenta el sábado.
El público joven se impone.
Fotografían, insistentemente, los julian opie de Mario Sequeira, o el pequeño, y millonario, museo (Basquiat, Lee Ufan, Chillida) que propone Elvira González.
A pocos pasos me encuentro con Guillermo de la Dehesa, presidente del Real Patronato del Reina Sofía. Coincidimos.
“Este año la pintura manda en Arco y poco espacio hay para el vídeo y la fotografía. Hay que asegurar las ventas”.
Pero a estas alturas de la feria, la información más perseguida es la de las compras de los coleccionistas
. La combinación de la caja fuerte
. Un gran apasionado argentino, que pide el anonimato, revela que ha adquirido obras surrealistas en Jorge Mara-La Ruche, junto a un vídeo de Pedro G. Romero (Casa Sin Fin), una caja de luz de Nicolás Grospierre (Criado y Alarcón) y también se lleva a casa una pieza del fallecido cineasta alemán Harun Farocki (Ángels Barcelona).
Varios miles de euros.
“Y luego dicen que los coleccionistas sudamericanos no estamos interesados en el arte europeo”, se justifica.
Suena el móvil.
De camino a la feria Fernando Meana, una referencia en derecho marítimo, experto en la catástrofe del Prestige, casi 40 años coleccionando y más de 400 obras en sus fondos, habla exultante. En Mor.Charpentier ha adquirido un trabajo de Enzo Mianes a quien da réplica la mexicana Teresa Margolles, que mira, sin parpadear, a los ojos de la violencia en su país.
Otra voz, otra generación, es la del emprendedor tecnológico Carlos Pérez, 40 años.
Tal vez el coleccionista de su edad que compra con más ambición en España
. A casa se lleva un óleo de gran tamaño de Rasmus Nilausen (García Galería).
“Espero cerrar estos días otro par de piezas en una galería española y otra europea.
No compro por impulso”, sostiene. Por ahora, también se lo está pensando Solita Mishaan, venezolana, premio Iberoamericano de Mecenazgo, con una colección extensísima, quien reconoce que se quedó “impresionada” por la exposición de Daniel G. Andújar en el Reina Sofía
. Puede ser una buena pista.
Frente al bolsillo personal, el institucional y el de empresa. El Museo Reina Sofía se ha gastado 350.000 euros en 26 obras de 12 artistas, la aseguradora DKV unos 140.000 en diez creadores y la Fundación Arco ha incorporado Conversación III de Carlos Bunga, que exhibe la galería Elba Benítez. El dinero y la alegría regresan a Arco.
Comprad, comprad, malditos.
Miguel Zugaza, director del Museo del Prado, me escucha. Sonríe.
Sabe bien de lo que hablo. Ha sido el primero en abrir la pinacoteca madrileña a la mirada actual de Francis Bacon, Thomas Struth o Cy Twombly
. Quizá porque fue monje (subdirector del Reina Sofía) antes que fraile (responsable del Museo de Bellas Artes de Bilbao).
Quizá porque la pasión por el arte no hace rehenes en el calendario.
El almanaque descuenta el sábado.
El público joven se impone.
Fotografían, insistentemente, los julian opie de Mario Sequeira, o el pequeño, y millonario, museo (Basquiat, Lee Ufan, Chillida) que propone Elvira González.
A pocos pasos me encuentro con Guillermo de la Dehesa, presidente del Real Patronato del Reina Sofía. Coincidimos.
“Este año la pintura manda en Arco y poco espacio hay para el vídeo y la fotografía. Hay que asegurar las ventas”.
Pero a estas alturas de la feria, la información más perseguida es la de las compras de los coleccionistas
. La combinación de la caja fuerte
. Un gran apasionado argentino, que pide el anonimato, revela que ha adquirido obras surrealistas en Jorge Mara-La Ruche, junto a un vídeo de Pedro G. Romero (Casa Sin Fin), una caja de luz de Nicolás Grospierre (Criado y Alarcón) y también se lleva a casa una pieza del fallecido cineasta alemán Harun Farocki (Ángels Barcelona).
Varios miles de euros.
“Y luego dicen que los coleccionistas sudamericanos no estamos interesados en el arte europeo”, se justifica.
Suena el móvil.
De camino a la feria Fernando Meana, una referencia en derecho marítimo, experto en la catástrofe del Prestige, casi 40 años coleccionando y más de 400 obras en sus fondos, habla exultante. En Mor.Charpentier ha adquirido un trabajo de Enzo Mianes a quien da réplica la mexicana Teresa Margolles, que mira, sin parpadear, a los ojos de la violencia en su país.
Otra voz, otra generación, es la del emprendedor tecnológico Carlos Pérez, 40 años.
Tal vez el coleccionista de su edad que compra con más ambición en España
. A casa se lleva un óleo de gran tamaño de Rasmus Nilausen (García Galería).
“Espero cerrar estos días otro par de piezas en una galería española y otra europea.
No compro por impulso”, sostiene. Por ahora, también se lo está pensando Solita Mishaan, venezolana, premio Iberoamericano de Mecenazgo, con una colección extensísima, quien reconoce que se quedó “impresionada” por la exposición de Daniel G. Andújar en el Reina Sofía
. Puede ser una buena pista.
Frente al bolsillo personal, el institucional y el de empresa. El Museo Reina Sofía se ha gastado 350.000 euros en 26 obras de 12 artistas, la aseguradora DKV unos 140.000 en diez creadores y la Fundación Arco ha incorporado Conversación III de Carlos Bunga, que exhibe la galería Elba Benítez. El dinero y la alegría regresan a Arco.
Comprad, comprad, malditos.
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