Núria Espert lleva abrigo Céline.
Núria Espert vuelve a Shakespeare como se vuelve siempre al amor; ya lo
dice el tango. «A los 24 hice Hamlet, a los 50 interpreté a Próspero en
La tempestad y ahora, con 80, haré
El rey Lear
. Y eso
me suena fabuloso», dice entre pausas que suenan teatralizadas.
El día
15 estrena en el Teatre Lliure de Barcelona esta obra, en catalán, bajo
la dirección de Lluís Pasqual.
Esta dama del teatro que ha llevado
grandes textos españoles a todos los rincones del mundo hace un repaso
de la gran gira que ha sido y es su vida.
¿Cómo se fragua este Lear?
Después de
La violación de Lucrecia y
La loba quería
tomarme un tiempo de descanso porque había trabajado demasiado.
Pero
llegó Lluís Pasqual, me ofreció esto, cambió mi estado de ánimo y me
lancé sin paracaídas. Después comenzaron los temores, las dudas
. Así
que, muerta de miedo, me quedé todo agosto sola en mi casa estudiando y
trabajando muy apasionada
. Me entregué a este hermoso texto con más
dedicación que a otros porque hacía mucho tiempo que no actuaba en un
catalán tan elevado.
¿Se le ha pasado ya el miedo?
Sí, aunque debería tener mucho más ahora que estoy metida de lleno
. El
temor a saber si voy a ser capaz o si voy a estar ridícula se me ha ido.
Y justo en ese momento es cuando me puedo volver loca de verdad porque
pierdo el pudor, el instinto de protección.
Ha participado casi en 70 obras a lo largo de su carrera.
Pero en ésas incluyes la morralla y lo que ha salido bien. [Risas].
Bueno, pero se puede decir que, de alguna manera, su vida ha sido una
gira
. Sí. Me gusta llevar el teatro a los sitios, no esperar a que la
gente tome trenes y venga a verme.
Lo he hecho desde que cumplí 24 años
con la obra
Gigi (1959). Entonces, estuve dos de gira. A partir
de ahí, he ido creando una especie de familiaridad con el público
.
Cuando llego a una ciudad no van a verme porque hayan leído buenas
críticas, sino porque me lo he ganado con incontables bolos.
Dices que
llevo 70 obras, pues debo haber hecho unas 50 giras en mi vida. Eso es
muchísimo, ya que a los actores no les suelen gustar las giras.
Pensaba que sí.
Qué va. Prefieren instalarse en Madrid y quedarse siete años haciendo
Toc, Toc.
Sin embargo, a mí me da mucha felicidad viajar con la compañía.
Cuando
estamos en una ciudad un tiempo prolongado cada uno tiene su familia,
sus amigos, sus cenas, etc.
En una gira se crea más compañerismo porque
solo nos tenemos a nosotros.
Abrigo de Hermès y jersey de H&M.
¿Cómo se conservan familias y amigos estando siempre fuera de casa?
Sola habría sido imposible, pero tuve una madre que me tuvo jovencísima
y, como era el ser más generoso del mundo, me ayudó a hacerlo todo
cuando mis hijas eran pequeñas.
Mi papel de madre ha sido así así... Al
de actriz le he dado mi completa dedicación.
A usted que da esa impresión de mujer fuerte, ¿qué la desarma?
Soy de una fragilidad que a mí misma me da mucho coraje.
El titular de
un periódico puede amargarme una semana entera. [Llaman a su teléfono
por tercera vez y mientras lo apaga exclama: «¡Espero que no se esté
quemando el Lliure!»].
Cuando suena un móvil entre el público mientras usted actúa, ¿qué le pasa por la cabeza?
Una vez estaba en Santiago de Compostela con Peter Brook viendo su obra
Je suis un phénomène
y, en mitad de la representación, se escuchó uno.
Al terminar, Brook le
dijo a su actor que si le volvía a ocurrir le dijera al espectador:
«Dámelo, que es para mí». Así que eso será lo próximo que diga yo
también.
¿Qué cosas ha hecho en la vida sin pensar?
Casarme.
Yo no quería. El matrimonio de mis padres salió mal desde el
principio y yo estaba convencida de que me casaría con 30, que me
parecía la vejez cuando tenía 16... Pero, de pronto, conocí a Armando y
me pareció una persona diferente a toda la gente que trataba.
No me casé
loca de amor. Él me preguntó: ‘¿Nos casamos en seis meses?’.
Y le dije
que sí. Me fui de gira y a la vuelta lo hicimos.
Tal vez si no me
hubiera ido de gira no nos hubiéramos casado nunca porque nos habríamos
peleado. [Risas].
Vamos, que él se encargó de los preparativos.
Había poco que hacer porque no teníamos un duro. Pero sí, él fue quien
avisó a los amigos.
Y salió muy bien. No entiendo muy bien por qué dije
que sí.
Pero estoy feliz de haberlo hecho.
Ha tocado muy poco el cine, y las dos últimas cintas han sido con Ventura Pons. Seguro que tendrá una explicación, ¿verdad?
Es porque Pons hace teatro filmado.
Y yo puedo actuar como encima de un
escenario. Con secuencias enteras, orden cronológico y todas esas cosas
que me van muy bien y que en el cine me suelen ir muy mal.
En la gran pantalla, más que en el teatro, las actrices recurren a la cirugía estética. ¿Qué opinión tiene al respecto?
La cirugía estética es algo maravilloso cuando no la usa una idiota
.
Creo en ella. Es fantástica. Es una cosa caída del cielo para mejorar tu
imagen cuando tienes un problema, cuando hay en ti un deseo tan grande
de ser diferente porque no amas el cuerpo o la cara que te han tocado.
Una herramienta que te puede acercar a tu ideal me parece maravillosa.
Y
siempre que esté bien usada, como los antibióticos, que si te los tomas
en demasía te pueden cascar.
¿En qué se ha mojado usted?
De heroísmos nada, pero en tiempos difíciles he hecho muy buen teatro
de autores que no estaban vistos con simpatía y el público ha podido ir a
verlos.
En aquel momento era un acto político ir a ver a Jean-Paul
Sartre, Bertolt Brecht o Jean Genet. Ésa ha sido mi minúscula y casi
invisible aportación.
¿Qué es un acto político hoy en día?
Hacer buen teatro.
Y cuando te dan la oportunidad de decir lo que
piensas. Estamos en una democracia y se puede decir todo, aunque siempre
que hay mayorías absolutas funcionan como pequeñas dictaduras. También
lo fueron con los socialistas, y no te digo ya con Aznar.
Con la mayoría
absoluta, los políticos se creen con derecho para hacer cualquier cosa.
Se aprovechan de que nadie les puede llevar la contraria para imponer
sus ideas sobre la multiplicidad de ideas que hay en un país. Y eso
siempre ha sido negativo.
Aunque aún queda un ratito de aguantar, todo
va a cambiar dentro de poco.
Capa de Paule Ka, americana de Louis Vuitton, camisa de Gerad
Darel, pantalón de Louis Vuitton, corbata de Paul Smith y zapatos de
Tommy Hilfiger.
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