Un Blues

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Del material conque están hechos los sueños

5 dic 2014

Las tres vidas de Isabel Preysler............................................................. Boris Izaguirre

Tiene el poder de una marca -su propio nombre- y la tentación de traicionar de cuando en cuando esa imagen de perfección que la gobierna.

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Isabel Preysler posa para Jonathan Becker y Vanity Fair Jonathan Becker
Lleva cuatro décadas subida ala fama y, a punto de cumplir 60 asombrosos años, desvela los episodios más sorprendentes de tres matrimonios, cinco hijos y una vida que encierra varias. ¿Quién es Isabel, la mujer que se esconde bajo el mito Preysler?
El portal en la avenida de Miraflores en Puerta de Hierro, Madrid, ofrece un aspecto infranqueable pero, curiosamente, se abre apenas detecta la llegada de un visitante y accedemos a un largo paseo flanqueado por altísimos cipreses. Isabel Preysler, su propietaria, se parece mucho a esa puerta: hermética, pero con la extraordinaria capacidad de saber cuándo abrirse y cuándo volver a cerrarse.
Me han pasado cosas muy dolorosas, pero no creo que sea necesario hacerlas públicas.
 

No es precisamente amiga de entrevistas.
“La idea que la gente pueda tener de mí no la voy a poder cambiar… Por ejemplo, incluso en mi aspecto físico: ayer, mientras hacíamos estas fotos, Jonathan Becker me dijo que parecía muy frágil pero que estaba claro que era muy fuerte”. Preysler me mira intensamente: “Me dieron ganas de contestarle: ‘¡no lo sabes tú bien!”. Y culmina la frase con una estupenda sonrisa, la mítica, inimitable sonrisa Preysler
. Admirada de cerca, la exquisita hilera de dientes tiene varias propiedades: resguarda, distrae y permite a su dueña seguir adelante con cualquier cosa que piense, organice y disponga.

Más tarde estaremos sentados en la biblioteca, el corazón de una de las casas que más curiosidad despierta en Madrid y que cuando se inauguró en los años noventa suscitó estupendos artículos periodísticos que criticaban a su propietaria.
 Se contabilizó el número de habitaciones, desde los cuartos de baño a la caseta del perro.
 De nuevo Preysler era mucho más que su propia leyenda. Llamaba la atención por esa mezcla de belleza, inteligencia y un cierto morbo por estar casada con uno de los políticos más relevantes de la democracia española
. Y hablaban de ella, sobre ella, a raíz de ella y, como siempre, las explicaciones las guardaba detrás de ese portal con poderes telepáticos.

En la biblioteca, volúmenes de todas las materias: física, Egipto, Grecia, filosofía de la ciencia y biografías de presidentes norteamericanos desde Roosevelt a Clinton, las obras completas de Voltaire, novelas de Pérez Galdós y de Vargas Llosa…
 Todo en un aparente —pero falso— desorden, propio de las bibliotecas muy vividas, que se extiende hasta el inmenso hall de entrada. Hay un retrato de Preysler de Luis Pinto Coelho que, como el original, no ha envejecido.

Tiene un punto posmoderno que puede identificarla muy bien
. Ha pedido que nos traigan sándwiches con ensalada de pollo porque los hacen estupendos en esta casa. Los colocan en la mesa del centro de la biblioteca, delante de los sofás color camel. Preysler aún no ha hecho acto de presencia.
 Es perfeccionista y superorganizada, pero no es puntual. “No lo puedo evitar, lo siento. Hago esfuerzos increíbles para serlo, pero no puedo. No soy puntual”.

La espera sirve para investigar más en la biblioteca, en el jardín (ya recogido para los meses de frío) que se atisba desde los ventanales y, al fondo, el salón principal, el comedor y, más allá, un cuarto de grandes cristaleras con un fondo de bambúes en donde a Isabel le gusta a veces dar sus cenas.

Se escuchan sus pasos porque tiene un andar firme y también muy femenino
. Cuando estás delante de ella, impacta siempre su presencia, definitivamente pulida, y su estatura, más alta de lo que se puede adivinar en sus fotos.
 Y después de su belleza, encanta aún más la manera afectuosa que tiene de aproximarse
. No lleva una sola gota de maquillaje, viste vaqueros que parecen hechos a medida en una tienda de Nueva York que John Travolta y ella comparten, y unas botas de Jimmy Choo que ella misma certifica de dos temporadas atrás.
 Comenta las flores que han llegado de esta revista agradeciendo la sesión de fotos, indica exactamente el jarrón donde quiere colocarlas, se instala en la supermasculina y elegante butaca Eames y empieza a preguntar sobre lo que está pasando en el país, en la ciudad, en mi vida y en la de otros amigos en común, informada de todo pero con avidez de más detalles, más verdad, más información.
 Tiene una opinión para cada cosa, desde Sarkozy hasta Obama, un fenómeno que ha seguido intensamente. “Tú sólo piensa que en un momento dado este hombre puso de acuerdo a la mayor parte de Estados Unidos: hispanos, orientales, anglosajones y gente de color”.
Hoy se muestra desanimada ante la pérdida de fuelle del presidente norteamericano. “¡Para qué vamos a hablar de política…!”, se medio excusa, dibujando la sonrisa con la que termina la mayoría de sus frases.

 

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