En 2015 se cumplen 55 años del salto a la arena política global de J. F. Kennedy en la convención demócrata en la que compitió con Lyndon B. Johnson.
Aquella fue la génesis de uno de los grandes mitos políticos del siglo XX. Desgranamos la historia de la más pura encarnación del sueño americano.
La prensa de entonces no controlaba como ahora a los presidentes.Los pecados privados no eran investigados, no se conocía su intensidad ni los detalles que ahora sabemos.
JFK exudaba energía, pero era en realidad un enfermo crónico que necesitaba 10 medicinas diarias: sufría una enfermedad congénita de la columna vertebral que le obligaba de vez en cuando a usar muletas; padecía la enfermedad de Addison, una atrofia de las glándulas adrenales; tomaba corticoides, y sufría de colitis y asma alérgica
. Todo ello fue ocultado al público, antes de su elección y durante su presidencia.
Su hermano Robert, fiscal general, llegó a destruir el informe de su autopsia.
La sociedad de la época no le concedía importancia a estas cosas.
Hoy no hubiera podido ser presidente, y de haberlo sido, sus mentiras continuadas hubieran acabado con él.
Sus prometidas reformas sociales: lucha contra la pobreza, el Medicare (seguro de salud para las personas mayores de 65 años), no llegaron a convertirse en leyes.
Fue excesivamente calculador y políticamente tímido, y no se atrevió a conceder los derechos civiles a la población negra y acabar con una infamia histórica.
Tuvo que esperar a la llegada de su sucesor, Johnson, que consiguió que el Congreso aprobara las leyes de derechos civiles y la legislación social que no logró Kennedy. Católico, rompió las barreras religiosas en política, respetó la absoluta separación entre Iglesia y Estado y repetía que no era el candidato católico a la presidencia:
“No hablo por la Iglesia en temas de política pública y nadie en la Iglesia habla por mí”.
Fue más estimable su labor en política exterior, marcada por su afirmación: “Soy un idealista sin ilusiones”
. Avances en la relación con la URSS, sobre Berlín y Cuba, tras la fallida invasión que le legó Eisenhower, y que se negó a solucionar utilizando la fuerza militar aplastante, evitó una guerra nuclear con los soviéticos en la crisis de los misiles atómicos instalados por Jruschov en la isla caribeña.
En Vietnam, a pesar del asesinato del presidente Diem, que Kennedy autorizó, no agravó el conflicto, aumentó de unos centenares a unos miles el número de asesores militares, pero negó el envío de 100.000 tropas de combate
. Nos hemos quedado sin saber si en un segundo mandato hubiera contenido militarmente la guerra de Vietnam, evitando la escalada de una contienda que envenenó al país.
No fue una presidencia transformadora, duró menos de tres años, y sin embargo Jack Kennedy y su magnetismo movilizaron a los jóvenes de la época, y no solo en EE UU, volcándolos en la ayuda a otros países a través del Cuerpo de Paz, como no lo ha hecho nunca ningún otro mandatario
. El primer presidente estadounidense nacido en el siglo XX jugó fuerte la baza de la renovación generacional al afirmar
: “Los jóvenes están mejor preparados para dirigir la historia que los viejos, y estoy listo para ser presidente”.
Ante la misma pregunta sobre su disposición, Nixon respondió: “Las capacidades que pueda tener para la presidencia las recibí de mi madre y de mi padre, de mi escuela y de mi iglesia”.
En 1988, 75 historiadores y periodistas describieron la presidencia de Kennedy como la más sobrevalorada de la historia de EE UU.
Una valoración de los presidentes realizada por historiadores y académicos sitúa a JFK en el puesto 18º, ligeramente por encima de la media.
Fue el primer gobernante televisivo del siglo XX.
Le querían las cámaras, como quedó demostrado en el primer debate televisado de una elección presidencial, a finales de septiembre de 1960, en el que se comió a Nixon. Una audiencia de 70 millones comenzó a enamorarse de JFK, que pareció mejor, dio mejor, quizá no fue necesariamente por lo que dijo.
Enfrente tuvo a un Nixon que acababa de salir de una enfermedad infecciosa
. Aparecía cansado, con sudor y su barba oscura empastada por un deficiente maquillaje.
La audiencia que escuchó el debate por radio pensó que Nixon había ganado. Hubo dos debates más, pero ya no importaron: el público se había quedado con la frescura de JFK.
Aquella televisión incipiente, todavía en blanco y negro, que hoy nos parecería cutre, sería decisiva para impulsar el mito de Kennedy.
Entendió que acababa una época y el país estaba al borde de una nueva frontera, y le pidió que optara entre el interés público o la esfera privada, entre la grandeza nacional o el declive. JFK transmitió una corriente eléctrica de optimismo, esperanza, y de la necesidad de perseguir los sueños. Sedujo a los ciudadanos como ningún líder político lo había hecho.
Proyectó idealismo y simbolizó el sueño americano; a Kennedy le gustaba repetir las palabras del escritor irlandés George Bernard Shaw: “Sueño cosas que nunca fueron y digo: ¿por qué no?”. Permanece hoy en el espacio fabuloso de la memoria colectiva, que retiene la enorme ilusión que provocó su efímera presidencia; del sueño dramáticamente interrumpido.
Este es el mito que aún perdura.
En poco más de dos años probablemente Estados Unidos afrontará la posibilidad de dar otro salto importante hacia el futuro eligiendo a su primera mujer presidenta. Hillary Clinton, sin embargo, no huele a coche nuevo. Jack Kennedy fue en 1960 un coche nuevo.
El libro Norman Mailer. JFK. Superman Comes to the Supermarket, con más de 300 imágenes de la carrera presidencial de John Fitzgerald Kennedy en 1960 y el célebre ensayo de Norman Mailer que publicó Esquire sobre el ascenso político de JFK, está editado por Taschen.
No hay comentarios:
Publicar un comentario