Tres años después de su muerte, la que fuera mano derecha de Yves Saint Laurent por fin tiene su propia monografía.
Loulou de la Falaise se dio a concoer como modelo y erminó
siendo la diseñadora de accesorios de Yves Saint Laurent durante tres
décadas
El chic, esa palabra que se repite sin cesar y que, sin embargo, es
imposible definir.
Un concepto esencialmente francés que se aplica a las
mujeres que no son meramente sofisticadas, elegantes u originales.
Sobre el chic siempre planea ese algo más que se reconoce cuando se ve
pero no puede describirse.
Sin embargo,
para explicar qué es el chic, basta con mostrar una fotografía de Loulou de la Falaise en cualquier etapa de su vida, de
los veinte a los sesenta, con cualquier vestido y fotografiada por
cualquier maestro, de Helmut Newton a Peter Lindbergh.
Ahora la
editorial Rizzoli le dedica
su primera monografía, cuajada de fotos y de testimonios. Porque Loulou era más, muchísimo más que una mujer chic o una celebridad de los años 70.
Siempre asociamos a las grandes musas que inspiraron e inspiran a los
creadores franceses con la sobriedad, el gesto serio, la pose imponente
.
Pero lo cierto es muy complicado encontrar una imagen de Loulou en la
que no aparezca sonriente y accesible.
Tal vez se deba a que no era
francesa, sino británica, y una de sus grandes aportaciones fue la de
llevar a París toda la diversión que se respiraba en los años 60
londinenses y toda la transgresión y el hedonismo del Nueva York de
Halston y Warhol (vivió allí antes de trasladarse a la capital
francesa).
Tampoco era una musa, al menos en sentido estricto.
“Para mí
una musa llega para tomar té con pastas y charlar, muestra su
inteligencia, después se va a una fiesta. No la veo trabajando tan duro
como yo.
Pero ahora Yves Saint Laurent es parte de la historia,
y ha hecho que yo forme parte de ella también, así que al final no es
tan malo haber sido una musa”,
confesaba en una de sus últimas entrevistas.
Loulou inspiraba, pero también creaba sin cesar.
Revolucionaba el
imaginario creativo de los diseñadores a los que se acercaba y acaba
siendo parte activa en el cambio
. Fue modelo durante décadas y a la vez
editora de la revista Harpers&Queen; durante su estancia en Nueva
York
se convirtió en la chica que todos los diseñadores querían
tener en sus fiestas y, mientras tanto, diseñaba los estampados del
mítico Halston
. Esa necesidad de estar a medio camino entre la
inspiración y la creación le vino de su madre, Maxime de la Falaise, que
posó para Avedon y fue musa de Warhol pero también diseñaba las prendas
de Chloé
. Aunque se podría decir que, en este sentido, Loulou superó a
su progenitora.
Si había un grupo de mujeres que encarnara en el París de los 70 el espíritu de eso que hoy llamamos
it girls,
fueron, sin ninguna duda, las que pertenecían al círculo íntimo de Yves
Saint Laurent. Muchas iban y venían, pero el modisto argelino no daba
un paso si no era del brazo de Betty Catroux y Loulou de la Falaise
. La
primera, asombrosamente parecida a la cantante Nico, encarnaba una
belleza fría, de rasgos andróginos y actitud distante
. La segunda podría
haber sido la chica de al lado, si no fuera porque con dos trozos de
tela y un vestido de mercadillo hacía que todos se giraran a su paso.
“Sólo teníamos trapos, pero Loulou era capaz de hacerlos pasar por algo
rico y completamente nuevo”, solía decir su madre.
Su llegada a París a
finales de los 60 significó el desencorsetamiento de los códigos que
regían la moda de entonces.
Ella era el vivo ejemplo de que la
sofisticación no lo era todo, de que la elegancia no tenía por qué
buscarse únicamente en vestidos de costura y trajes de chaqueta.
Durante
toda su vida, llevó turbantes, túnicas floreadas y chaquetas de noche
durante el día, indumentaria masculina, pantalones harem mezclados con
piezas de Alta Costura, kaftanes y chaquetas de esmoquin.
Y todo en ella
parecía asombrosamente natural.
Con Loulou de la Falaise, Yves Saint Laurent aprendió que la moda también podía ser divertida.
En el desfile Primavera-Verano 1992 de Saint Laurent
Foto: Corbi
Se quedó fascinado cuando la conoció en 1968 durante una fiesta en casa
del diseñador Fernando Sánchez.
Le rompió los esquemas. Estaba por
encima de las tendencias y los códigos
. Era completamente distinta,
increíblemente actual. Se hicieron amigos. Loulou fue una de las
causantes de que Yves Saint Laurent se enamorara de Marruecos, comenzara
a fascinarse por la indumentaria africana y, por encima de todo, ella
fue la que le hizo darse cuenta de que la moda de su tiempo no se
alojaba únicamente en los talleres, también se respiraba en las calles.
Loulou fue la que hizo que Saint Laurent diera el paso al pret-à-porter y
fundara su línea Rive Gauche.
Por eso el diseñador supo que no sería suficiente con tenerla como
musa, no bastaba con enviarle ropa e invitarla a sus fiestas, necesitaba
que tomara parte activa en su marca
.
Entró a trabajar como
diseñadora de accesorios en la maison Saint Laurent a principios de los
setenta y no dejó el estudio del modisto hasta la retirada de este en
2002.
Cuentan que ella fue la impulsora de algunos de los
grandes hitos de la firma, como aquella colección inspirada en la Opera y
los Ballets rusos-
Cuentan también que su presencia equilibraba los
altibajos psicológicos del diseñador.
Ella estaba allí cuando él sufría
crisis depresivas y creativas, cuando la propia empresa parecía
tambalearse.
En 1977, çse casó en segundas nupcias con Thadée Klossowsky, hijo del
pintor Balthus y también miembro de la pandilla Saint Laurent (de hecho,
Klossowsky salía antes con Clara Saint, jefa de prensa de la marca).
La
boda, pagada por el diseñador, fue el acontecimiento del año.
Ni
siquiera faltó Karl Lagerfeld, que por entonces no mantenía una buena
relación con el clan del modisto. Loulou vistió un traje blanco de
inspiración árabe, turbante incluído
. Tras la fiesta, ella y Klossowsky
se convirtieron en la pareja más adorada de París.
El día de su boda, en 1977
Tras la retirada de Yves, Loulou creó su propia firma homónima.
Abrió
dos tiendas en París y comenzó a exportarlos sus accesorios a las
tiendas más famosas de Londres o Nueva York.
Pasó sus últimos años de
vida diseñando accesorios para Oscar de la Renta
. Nunca dejó de crear.
Tampoco de vestirse de esa forma tan personal y arriesgada.
Murió en su
casa en 2011 a los 63 años, víctima de un cáncer, pero su legado sigue
marcando la pauta de las grandes figuras de la industria.
En la
monografía que acaba de publicarse, no falta un solo nombre importante:
de Diane Von Furstenberg a Paloma Picasso, de Grace Jones a Grace
Coddington, de Marianne Faithfull a Ines de la Fressange
. Es esta última
la que apunta una de las claves que convirtieron a Loulou en
protagonista.
Trajo frescura a un mundo conservador, reinventó los
códigos de una de las firmas de moda más importantes del mundo,
reescribió la definición de elegancia y, además, terminó con la barrera estética entre géneros: “Sorprendentemente, encarnó el chic siendo una tomboy.
Tenía los hombros anchos, una forma muy peculiar de moverse al caminar y
una actitud tan urbana que te hacía darte cuenta de que podía hablar
con todo el mundo”.
Una gran dama que nunca quiso distancias, una
diseñadora que prefirió permanecer en la sombra y una musa que siempre
sonreía.
Esa es la definición del chic.
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