La madre de Carla Díaz, que se suicidió con 14 años, logra reabrir el caso con nuevas pruebas
El fiscal expedienta a dos excompañeras de la niña por acoso escolar.
La madre lleva tatuado en la muñeca el nombre de su hija rodeado por
el símbolo de infinito. Montserrat Magnien no piensa parar hasta que
la justicia investigue a fondo por qué Carla se tiró con 14 años de
un acantilado en Gijón.
La madre sabía cosas, pero no todo. Sabía que Carla se ponía el flequillo sobre el ojo estrábico porque en el colegio la llamaban “bizca” —“Lo primero que salía en Google cuando tecleabas su nombre era ‘virola”—. También sabía que un grupo de niñas le decían “bollera”
. Las notas empeoraron, y Carla llegó a hacerse cortes en los brazos (que se tapaba con pulseras). Cuando le preguntaba qué le pasaba, “iba de fuerte”: “Bah, no te preocupes, paso de ellas, mamá”. Cuando preguntaba en el colegio, le decían: “Son cosas de crías, están en la edad...”. Montserrat Magnien insistió, llevó a su hija al psicólogo como le indicaron y se puso a mirar otros colegios... Pero ya no dio tiempo.
Un año y medio después del suicidio, tras dos denuncias por acoso escolar, la Fiscalía de Menores de Asturias ha expedientado (a los menores no se les imputa) esta semana a dos compañeras de Carla por acosarla en el colegio Santo Ángel de la Guarda de Gijón.
“Por un lado estás agradecida de que por fin te hagan caso”, dice Montserrat. “Pero la pérdida puede a todas las alegrías”.
Tras la muerte de Carla hubo una primera investigación y su madre descubrió entonces cosas que no sabía
. Los insultos eran diarios y también tenían lugar en Facebook, Tuenti y Ask.fm, redes sociales en las que Montserrat aún pasa noches navegando en busca de pistas.
También descubrió que “las de siempre” le habían tirado a Carla agua de los servicios y que la habían agredido fuera del colegio
. A la cara, le decían “Topacio, un ojo para aquí y otro para el espacio”. En las redes, compartían imágenes de un POU (especie de Tamagochi) bizco al que llamaban Carla.
Lo contaron sus compañeros
. La niña “estaba harta de los insultos y no entendía porque se metían con ella si no había hecho nada”.
La madre denunció por acoso e inducción al suicidio a las cuatro niñas que mencionaban los testigos. El fiscal de menores de Asturias —igual que el juez de instrucción y el inspector escolar antes que él— no vio indicios suficientes y archivó el caso en enero.
Pero Montserrat no se rindió.
Con nuevos abogados, la madre de Carla presentó en abril —antes de que se cumpliera un año de su muerte—, una segunda denuncia en la que no se menciona la inducción al suicidio —un delito muy difícil de demostrar, más aún en menores—, sino un delito contra la integridad moral, vejaciones e insultos.
Los letrados Leticia de la Hoz y Luis Manuel Fernández trufaron su denuncia de pruebas, como esta conversación de Facebook entre Carla y su hermana Andrea, de 25 años, un par de meses antes del suicidio:
— Carla: “Acompáñame. Contigo no me va a decir nadie nada, no tienen cojones”.
— Andrea: “¿Pero qué pasa nena? Cuéntame”.
— C. : “Na, que se meten conmigo...”.
— A.: “¿Quién? ¿Por qué? ¿Del cole? ¿O de fuera?”.
— C.: “Del cole (...), las de siempre”.
Carla le cuenta a su hermana que se rumorea que le quieren pegar y que nadie se atreve a defenderla. Andrea promete ha- blar “civilizadamente” con ellas y aconseja que se lo cuente a la directora. “Que ya lo sabe”, le responde Carla dos veces.
La denuncia también recoge comentarios de compañeros de Carla en redes sociales tras su muerte: “Todo el SAG [acrónimo del colegio] se metía con ella”, dice una; “¿Asesina por qué?”, se defiende otra, “Yo sí, me metí con ella. ¿Y? ¿Soy la única persona acaso? Creo que no, eh”. Otro confiesa: “Era una niña muy fuerte, aguantó hasta el último día de su vida los insultos de todos esos hijos de la gran..., me incluyo entre ellos”.
“Estas nuevas pruebas demuestran que efectivamente pudo haber un acoso continuado”, explica el fiscal de menores astu- riano Jorge Fernández Caldevilla, que rectificó su decisión en abril abriendo las diligencias que han desembocado en estas dos aperturas de expedientes —Montserrat denunció a cuatro niñas, pero una de ellas era menor de 14 y por tanto inimputable cuando se produjeron los hechos, y la otra había tenido una pelea puntual con Carla—.
El fiscal subraya, sin embargo: “En ningún caso hay pruebas para creer que las meno- res expedientadas actuaron con la intención de que Carla se suicidase, lo que pudo deberse a muy diversos factores y cuyo esclarecimiento no nos compete”.
Cuando Carla murió, su colegio —que pertenece a la misma congregación que un centro sevi- llano recientemente denunciado en otro caso de acoso— mandó un SMS de pésame a Montserrat y comunicó a padres y alumnos que el suicidio se debió exclusivamente a “asuntos familiares” —la niña mencionó que estaba triste porque su hermana se había independizado—. No hablaron más del tema. “Prefieren taparlo”, lamenta Montserrat. “Entre los padres también hay silencio, porque nadie quiere líos y menos aún meter a sus hijos en líos”.
Pero entre las pruebas presen- tadas hay varias actas del colegio sobre reuniones de Montserrat con las profesoras de su hija
. La primera, un año antes del suicidio, menciona “problemas de relación” con un grupo de alumnas y recomienda que Carla “no respon- da a las provocaciones” . La última, un par de meses antes del suicidio, reconoce el acoso de las expedientadas y añade: “Medidas a adoptar: Vigilar tema acoso de más alumnas de 2ºB”. “No puede ser que te vayas a trabajar pensando que dejas a tu hijo en un sitio seguro y pase algo así”, lamenta Montserrat.
“¿Crees que ahora no hay otro niño sufriendo lo mismo que sufrió Carla?”, pregunta.
Sus abogados persiguen “un castigo simbólico” para las dos niñas expedientadas (tareas socioeducativas, reeducación) y responsabilidad civil para el colegio por pasividad y falta de diligencia
. El día que Carla no apareció en el centro no avisaron a su madre. “Pasaron cuatro horas desde que salió de casa y la hora de la muerte”, dice Montserrat.
“Podíamos haberla encontrado”.
Desde la Asociación contra el Acoso Escolar de Asturias (985 15 50 72), Encarnación García urge a los colegios a actuar ante el primer indicio.
“Muchos docentes miran para otro lado y van ganando tiempo hasta que el acosado acaba por irse del colegio”.
Según García, cada vez se dan más casos entre niñas y el acoso es más común en centros concertados y privados.
En cuanto los padres perciben “algo”, aconseja registrarlo por escrito, contarlo en el colegio, ir al pediatra, pedir una inspección escolar y “evitar que vaya a más”.
El 11 de abril de 2013 llovía.
Carla tuvo que cruzar, vestida de uniforme, todo Gijón para llegar al acantilado donde encontraron su mochila y su chaqueta.
Faltaban su queridísima sudadera blanca y negra de corazones y su Blackberry (donde según una amiga, había dejado notas de despedi- da para su madre y su hermana).
“Alguien tuvo que verla llegar hasta allí; necesitamos que hable”, repite Montserrat, convencida de que nunca se investigó bien el suceso.
La madre sabía cosas, pero no todo. Sabía que Carla se ponía el flequillo sobre el ojo estrábico porque en el colegio la llamaban “bizca” —“Lo primero que salía en Google cuando tecleabas su nombre era ‘virola”—. También sabía que un grupo de niñas le decían “bollera”
. Las notas empeoraron, y Carla llegó a hacerse cortes en los brazos (que se tapaba con pulseras). Cuando le preguntaba qué le pasaba, “iba de fuerte”: “Bah, no te preocupes, paso de ellas, mamá”. Cuando preguntaba en el colegio, le decían: “Son cosas de crías, están en la edad...”. Montserrat Magnien insistió, llevó a su hija al psicólogo como le indicaron y se puso a mirar otros colegios... Pero ya no dio tiempo.
Un año y medio después del suicidio, tras dos denuncias por acoso escolar, la Fiscalía de Menores de Asturias ha expedientado (a los menores no se les imputa) esta semana a dos compañeras de Carla por acosarla en el colegio Santo Ángel de la Guarda de Gijón.
“Por un lado estás agradecida de que por fin te hagan caso”, dice Montserrat. “Pero la pérdida puede a todas las alegrías”.
Tras la muerte de Carla hubo una primera investigación y su madre descubrió entonces cosas que no sabía
. Los insultos eran diarios y también tenían lugar en Facebook, Tuenti y Ask.fm, redes sociales en las que Montserrat aún pasa noches navegando en busca de pistas.
También descubrió que “las de siempre” le habían tirado a Carla agua de los servicios y que la habían agredido fuera del colegio
. A la cara, le decían “Topacio, un ojo para aquí y otro para el espacio”. En las redes, compartían imágenes de un POU (especie de Tamagochi) bizco al que llamaban Carla.
Lo contaron sus compañeros
. La niña “estaba harta de los insultos y no entendía porque se metían con ella si no había hecho nada”.
La madre denunció por acoso e inducción al suicidio a las cuatro niñas que mencionaban los testigos. El fiscal de menores de Asturias —igual que el juez de instrucción y el inspector escolar antes que él— no vio indicios suficientes y archivó el caso en enero.
Pero Montserrat no se rindió.
Con nuevos abogados, la madre de Carla presentó en abril —antes de que se cumpliera un año de su muerte—, una segunda denuncia en la que no se menciona la inducción al suicidio —un delito muy difícil de demostrar, más aún en menores—, sino un delito contra la integridad moral, vejaciones e insultos.
Los letrados Leticia de la Hoz y Luis Manuel Fernández trufaron su denuncia de pruebas, como esta conversación de Facebook entre Carla y su hermana Andrea, de 25 años, un par de meses antes del suicidio:
— Carla: “Acompáñame. Contigo no me va a decir nadie nada, no tienen cojones”.
— Andrea: “¿Pero qué pasa nena? Cuéntame”.
— C. : “Na, que se meten conmigo...”.
— A.: “¿Quién? ¿Por qué? ¿Del cole? ¿O de fuera?”.
— C.: “Del cole (...), las de siempre”.
Carla le cuenta a su hermana que se rumorea que le quieren pegar y que nadie se atreve a defenderla. Andrea promete ha- blar “civilizadamente” con ellas y aconseja que se lo cuente a la directora. “Que ya lo sabe”, le responde Carla dos veces.
La denuncia también recoge comentarios de compañeros de Carla en redes sociales tras su muerte: “Todo el SAG [acrónimo del colegio] se metía con ella”, dice una; “¿Asesina por qué?”, se defiende otra, “Yo sí, me metí con ella. ¿Y? ¿Soy la única persona acaso? Creo que no, eh”. Otro confiesa: “Era una niña muy fuerte, aguantó hasta el último día de su vida los insultos de todos esos hijos de la gran..., me incluyo entre ellos”.
“Estas nuevas pruebas demuestran que efectivamente pudo haber un acoso continuado”, explica el fiscal de menores astu- riano Jorge Fernández Caldevilla, que rectificó su decisión en abril abriendo las diligencias que han desembocado en estas dos aperturas de expedientes —Montserrat denunció a cuatro niñas, pero una de ellas era menor de 14 y por tanto inimputable cuando se produjeron los hechos, y la otra había tenido una pelea puntual con Carla—.
El fiscal subraya, sin embargo: “En ningún caso hay pruebas para creer que las meno- res expedientadas actuaron con la intención de que Carla se suicidase, lo que pudo deberse a muy diversos factores y cuyo esclarecimiento no nos compete”.
Cuando Carla murió, su colegio —que pertenece a la misma congregación que un centro sevi- llano recientemente denunciado en otro caso de acoso— mandó un SMS de pésame a Montserrat y comunicó a padres y alumnos que el suicidio se debió exclusivamente a “asuntos familiares” —la niña mencionó que estaba triste porque su hermana se había independizado—. No hablaron más del tema. “Prefieren taparlo”, lamenta Montserrat. “Entre los padres también hay silencio, porque nadie quiere líos y menos aún meter a sus hijos en líos”.
Pero entre las pruebas presen- tadas hay varias actas del colegio sobre reuniones de Montserrat con las profesoras de su hija
. La primera, un año antes del suicidio, menciona “problemas de relación” con un grupo de alumnas y recomienda que Carla “no respon- da a las provocaciones” . La última, un par de meses antes del suicidio, reconoce el acoso de las expedientadas y añade: “Medidas a adoptar: Vigilar tema acoso de más alumnas de 2ºB”. “No puede ser que te vayas a trabajar pensando que dejas a tu hijo en un sitio seguro y pase algo así”, lamenta Montserrat.
“¿Crees que ahora no hay otro niño sufriendo lo mismo que sufrió Carla?”, pregunta.
Sus abogados persiguen “un castigo simbólico” para las dos niñas expedientadas (tareas socioeducativas, reeducación) y responsabilidad civil para el colegio por pasividad y falta de diligencia
. El día que Carla no apareció en el centro no avisaron a su madre. “Pasaron cuatro horas desde que salió de casa y la hora de la muerte”, dice Montserrat.
“Podíamos haberla encontrado”.
Desde la Asociación contra el Acoso Escolar de Asturias (985 15 50 72), Encarnación García urge a los colegios a actuar ante el primer indicio.
“Muchos docentes miran para otro lado y van ganando tiempo hasta que el acosado acaba por irse del colegio”.
Según García, cada vez se dan más casos entre niñas y el acoso es más común en centros concertados y privados.
En cuanto los padres perciben “algo”, aconseja registrarlo por escrito, contarlo en el colegio, ir al pediatra, pedir una inspección escolar y “evitar que vaya a más”.
El 11 de abril de 2013 llovía.
Carla tuvo que cruzar, vestida de uniforme, todo Gijón para llegar al acantilado donde encontraron su mochila y su chaqueta.
Faltaban su queridísima sudadera blanca y negra de corazones y su Blackberry (donde según una amiga, había dejado notas de despedi- da para su madre y su hermana).
“Alguien tuvo que verla llegar hasta allí; necesitamos que hable”, repite Montserrat, convencida de que nunca se investigó bien el suceso.
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