Hay una novela del húngaro Stephen Vizinczey, Elogio de la mujer madura,
que, publicada originalmente en 1965, tuvo un éxito extraordinario en
todo el mundo.
A mí me pareció un libro narrativamente bastante mediocre
(aunque me encanta el Vizinczey ensayista) y creo que buena parte de su
éxito se debió a que supo poner palabras a una realidad absolutamente
normal, es decir, absolutamente habitual, pero que por entonces
permanecía sepultada por una tonelada de prejuicios.
Me refiero al hecho
de que muchos, muchísimos jóvenes se sienten atraídos por mujeres
mayores al menos durante una época de sus vidas, de la misma manera que
muchas chicas se sienten alguna vez atraídas por los hombres de edad
. En
general, creo que el hecho suele darse durante ciertos periodos de la
vida, periodos quizá formativos, psicológica y sexualmente
. A lo mejor
el viejo Freud atinó en esto y casi todos pasamos por una etapa de
búsqueda del padre y de la madre.
Hasta aquí, todo
perfecto
. Lo malo, claro está, son los prejuicios, esos parásitos
insidiosos del pensamiento que distorsionan nuestra mirada y nos impiden
ver la realidad.
Y así, siempre nos ha parecido tan normal que una chica joven quede prendada de un señor mayor, pero siempre hemos visto como anormal
la fórmula contraria
. Algo defectuoso tendrá esa mujer, algo defectuoso
tendrá ese hombre, dice la voz de la convención, y la sociedad señala a
la pareja con el dedo como si fuesen bichos únicos, como si ese tipo de
comportamiento fuera algo rarísimo, tan inusual como ser capaz de
aprenderse de memoria El Quijote, por ejemplo.
Y es que padecemos un terrible malentendido con la palabra normal.
Pensamos que normal
equivale a abundante, a habitual, a mayoritario.
Pero no; en realidad,
nos remite a la norma, a la ley, al mandato social
. Las relaciones de
las jóvenes con los maduros están dentro de lo normal sólo porque han
sido tradicionalmente permitidas; las de los jóvenes con las maduras se
han visto como anormales porque no estaban socialmente aceptadas, pero
como dije han existido siempre, absolutamente siempre, sólo que han sido
manejadas con discreción, con clandestinidad y con cautela
. Recordemos,
por ejemplo, que tras la muerte de Pierre Curie, la gran Marie Curie se
enamoró de un hombre siete años más joven que ella; o que la reina
Victoria de Inglaterra, símbolo precisamente del puritanismo más
represor, también se enamoró, tras quedar viuda, de su sirviente John
Brown, ocho años menor, y después, dicen, tras la muerte de Brown, de un
sirviente musulmán, Karim, cuarenta años más joven.
Por fortuna, en
la última década han aparecido bastantes ejemplos de mujeres famosas con
amantes jóvenes (Susan Sarandon, Demi Moore, Madonna) y la percepción
social de este tipo de parejas está empezando a cambiar.
Pero aún
perduran poderosos prejuicios al respecto.
Véase el insólito escandalazo
que ha supuesto este verano la relación entre María Teresa Campos y
Bigote Arrocet. ¿No les parece desmedido que llame tanto la atención una
diferencia de apenas nueve o diez años de edad?
Ni siquiera hubiera
sido mencionada si el más viejo hubiera sido el varón
. Claro que, en
este caso, la aguerrida María Teresa ha transgredido no sólo el tabú del
amante joven, sino también el del amor en las mujeres de más de setenta
años.
Todos mis aplausos para ella.
Total, que así estamos ahora, normalizando
de verdad, es decir, haciendo visible y aceptable una realidad bastante
habitual.
Por ejemplo: me encanta que Emmanuel Macron, el nuevo
superministro francés de Economía, ese chico prodigio de 36 años que
antes fue socio de la banca Rothschild y que ha recibido un importante
premio de piano, un personaje brillante, polivalente, seductor y
curioso, en fin, esté casado con su profesora de francés, veinte años
mayor que él, y que los fines de semana se vayan a ver a los nietos (de
ella, naturalmente).
Ah, sí, menos mal que ese pedacito de la vida
subterránea empieza a emerger, para bien de todos. Para bien de tantos
hombres jóvenes que ya no se sentirán raros o incómodos ante la
incomprensión social cuando se enamoren de una mujer mayor y gocen de
sus conocimientos, de su madurez vital y sexual, de su manera distinta,
más comprensiva y más redonda de quererle; y para bien de tantas mujeres
mayores, que podrán disfrutar de las ganas de vivir, de la pasión y la
alegría, de la curiosidad y la audacia de los amantes jóvenes.
Cuando
escucho a una mujer madura quejarse de que ha alcanzado la edad de la
invisibilidad, de que ya no la miran, siempre me siento tentada de
decirle: te equivocas, cariño, quizá seas tú la que no ves. Siéntete
segura de ti misma y mira a los más jóvenes.
@BrunaHusky
www.facebook.com/escritorarosamontero, www.rosa-montero.com
No hay comentarios:
Publicar un comentario