En esta corte de damas, todas uniformadas por el blanco, destacarán las que no tienen miedo (al menos al color), como Isabel Presley y Carla Royo Villanova.
Algo también interesante de la proclamación de Felipe VI
fue su naturaleza virtual: la emoción, el relato, se vivió más por
televisión que en las calles
. Probablemente sea una característica del tiempo en que les toca ser reyes: un mundo de emociones digitales, donde la imagen es el texto, la auténtica reina.
Por más que desde la prensa insistiéramos en que las calles de Madrid estaban inundadas por miles de personas, bien vigiladas por casi los mismos policías, los súbditos del siglo XXI prefirieron ver los actos desde sus casas y a través de las pantallas antes que arremolinarse en masa para vitorearles. Control remoto en mano, impusieron su criterio:
lo que más llamó la atención fueron la emoción de la reina Sofía por las palabras de cariño y respeto de su hijo
. Las lágrimas de Elena, recordando las de 1992 cuando fuimos olímpicos. Elevaron share las ausencias de don Juan Carlos y Cristina, ambos en Madrid, poniendo el puntito de drama que tanto gusta a la teleaudiencia.
Gustó la corbata españolista de Felipe, antes Froilán, pegado a su móvil retransmitiendo a alguien que muchos desean saber quién era.
Y aunque sea algo que aún le incomode, todos miraban el atuendo de la nueva Reina, coronando a su vez a otro Felipe, Felipe Varela, como el Karl Lagerfeld de este reino
. Pese a su interés en que se aprecien más cosas de ella, la atención sobre su vestuario subraya que Letizia va a ser de lo más interesante de este reinado precisamente porque tiene un don que pocas mujeres poseen: sus gestos y sus gustos son más importantes que los discursos de cualquiera a su alrededor.
En la recepción de los 3.000 representantes de la sociedad española volvió a quedar claro que el blanco sigue siendo una apuesta segura por las señoras aterradas de equivocarse en un día histórico. Parte de la representación femenina española se refugia en el no color y ofrece un repertorio de blancos apabullante.
Está el blanco roto, el nuclear, el nupcial y hasta el blanco sucio, que es el favorito de los diseñadores más lanzados.
Esos blancos y el miedo a equivocarse unifican mucho más que el deseo del nuevo Monarca por la “unidad y no la uniformidad de España”.
Por eso, en esta corte de damas uniformadas por el blanco destacarán las que no tienen miedo (al menos al color), como Isabel Preysler, que llevaba tres, y Carla Royo Villanova, desbordante de primavera y tonos pastel.
El besamanos permitió constatar otro elemento uniformador: el retorno del zapato de color nude, una de cuyas lideresas ha sido la nueva Reina.
Pese a que ni Artur Mas ni su esposa se sumasen a esa tendencia en busca de unidad, las invitadas de la recepción sí supieron expresar un halago unánime a Letizia a través de este frívolo pero certero detalle
. En el reino de la imagen, un zapato dice más que mil palabras. El reino nude.
A pesar de su poco favorecedor uniforme de mangas arrugadas, el discurso del nuevo Monarca estuvo hilvanado de emociones.
La calculada selección de autores españoles, Antonio Machado, Espriu, Aresti o Castelao, confeccionó un halago para las cuatro lenguas oficiales, quizá producto de la periodística pluma de Letizia.
El deseo de una “Monarquía renovada para un nuevo tiempo” quiso dejar atrás la Transición, pero evidenció que es un deseo bastante abstracto. Forzosamente las monarquías han tenido que envejecer para asumir el recambio, como de hecho acaba de suceder en nuestro país.
Desde otro país, Miami, una ciudad sofocada por la humedad bochornosa y el sol tropical, España se observa como un país en permanente tormenta.
Pintoresco, cuando no pasa una cosa, pasa la otra.
El día previo a la coronación (como los latinoamericanos prefieren llamar la proclamación), la selección española de fútbol destiñó todo el rojo pasión que vestía quedándose en blanco lívido al verse eliminados del Mundial y despojados de su título de campeones.
Mientras en el mundo latino se hablaba de debacle, en nuestro país pareciera que la reacción inmediata era no hablar más del asunto aunque Telecinco registrara una audiencia superior a 13 millones de espectadores, muchísimo más que la del discurso de cualquier monarca.
Millones de españoles que tuvieron que tragarse su indignación. “Chico, pobrecitos los príncipes que siempre les pasa algo en sus días señalados: en la boda les llovió, y la víspera de ser reyes pierde España el Mundial.
Qué mala suerte”, apuntaba un desalmado empresario venezolano, también atento a que en la fundación próxima al partido Podemos entraron y salieron miles de euros procedentes del chavismo.
Otros venezolanos presentes discutieron que la colaboración de petrodólares venezolanos a partidos españoles viene de atrás.
“Una vaina [asunto] muy loca, chico, en Venezuela nos encanta regalar dinero”, sintetizó el empresario durante la retransmisión en el restaurante Barceloneta de South Beach, atiborrado de españoles en bañador bebiendo sangría helada.
Las caras de cabreo, tristeza y protección solar ante la derrota merecían más de un Instagram. La fiebre de selfies que precedió al juego disminuyó de tal forma que muchos empezaron a borrarlos de sus redes sociales.
Otros lamentaban que hace cuatro años, en Sudáfrica, no existían los selfies. Pasado el bochorno, vino el olvido.
Fin de fiesta.
En el país que tontea secretamente con el fracaso, la nostalgia siempre triunfa.
. Probablemente sea una característica del tiempo en que les toca ser reyes: un mundo de emociones digitales, donde la imagen es el texto, la auténtica reina.
Por más que desde la prensa insistiéramos en que las calles de Madrid estaban inundadas por miles de personas, bien vigiladas por casi los mismos policías, los súbditos del siglo XXI prefirieron ver los actos desde sus casas y a través de las pantallas antes que arremolinarse en masa para vitorearles. Control remoto en mano, impusieron su criterio:
lo que más llamó la atención fueron la emoción de la reina Sofía por las palabras de cariño y respeto de su hijo
. Las lágrimas de Elena, recordando las de 1992 cuando fuimos olímpicos. Elevaron share las ausencias de don Juan Carlos y Cristina, ambos en Madrid, poniendo el puntito de drama que tanto gusta a la teleaudiencia.
Gustó la corbata españolista de Felipe, antes Froilán, pegado a su móvil retransmitiendo a alguien que muchos desean saber quién era.
Y aunque sea algo que aún le incomode, todos miraban el atuendo de la nueva Reina, coronando a su vez a otro Felipe, Felipe Varela, como el Karl Lagerfeld de este reino
. Pese a su interés en que se aprecien más cosas de ella, la atención sobre su vestuario subraya que Letizia va a ser de lo más interesante de este reinado precisamente porque tiene un don que pocas mujeres poseen: sus gestos y sus gustos son más importantes que los discursos de cualquiera a su alrededor.
En la recepción de los 3.000 representantes de la sociedad española volvió a quedar claro que el blanco sigue siendo una apuesta segura por las señoras aterradas de equivocarse en un día histórico. Parte de la representación femenina española se refugia en el no color y ofrece un repertorio de blancos apabullante.
Está el blanco roto, el nuclear, el nupcial y hasta el blanco sucio, que es el favorito de los diseñadores más lanzados.
Esos blancos y el miedo a equivocarse unifican mucho más que el deseo del nuevo Monarca por la “unidad y no la uniformidad de España”.
Por eso, en esta corte de damas uniformadas por el blanco destacarán las que no tienen miedo (al menos al color), como Isabel Preysler, que llevaba tres, y Carla Royo Villanova, desbordante de primavera y tonos pastel.
El besamanos permitió constatar otro elemento uniformador: el retorno del zapato de color nude, una de cuyas lideresas ha sido la nueva Reina.
Pese a que ni Artur Mas ni su esposa se sumasen a esa tendencia en busca de unidad, las invitadas de la recepción sí supieron expresar un halago unánime a Letizia a través de este frívolo pero certero detalle
. En el reino de la imagen, un zapato dice más que mil palabras. El reino nude.
A pesar de su poco favorecedor uniforme de mangas arrugadas, el discurso del nuevo Monarca estuvo hilvanado de emociones.
La calculada selección de autores españoles, Antonio Machado, Espriu, Aresti o Castelao, confeccionó un halago para las cuatro lenguas oficiales, quizá producto de la periodística pluma de Letizia.
El deseo de una “Monarquía renovada para un nuevo tiempo” quiso dejar atrás la Transición, pero evidenció que es un deseo bastante abstracto. Forzosamente las monarquías han tenido que envejecer para asumir el recambio, como de hecho acaba de suceder en nuestro país.
Desde otro país, Miami, una ciudad sofocada por la humedad bochornosa y el sol tropical, España se observa como un país en permanente tormenta.
Pintoresco, cuando no pasa una cosa, pasa la otra.
El día previo a la coronación (como los latinoamericanos prefieren llamar la proclamación), la selección española de fútbol destiñó todo el rojo pasión que vestía quedándose en blanco lívido al verse eliminados del Mundial y despojados de su título de campeones.
Mientras en el mundo latino se hablaba de debacle, en nuestro país pareciera que la reacción inmediata era no hablar más del asunto aunque Telecinco registrara una audiencia superior a 13 millones de espectadores, muchísimo más que la del discurso de cualquier monarca.
Millones de españoles que tuvieron que tragarse su indignación. “Chico, pobrecitos los príncipes que siempre les pasa algo en sus días señalados: en la boda les llovió, y la víspera de ser reyes pierde España el Mundial.
Qué mala suerte”, apuntaba un desalmado empresario venezolano, también atento a que en la fundación próxima al partido Podemos entraron y salieron miles de euros procedentes del chavismo.
Otros venezolanos presentes discutieron que la colaboración de petrodólares venezolanos a partidos españoles viene de atrás.
“Una vaina [asunto] muy loca, chico, en Venezuela nos encanta regalar dinero”, sintetizó el empresario durante la retransmisión en el restaurante Barceloneta de South Beach, atiborrado de españoles en bañador bebiendo sangría helada.
Las caras de cabreo, tristeza y protección solar ante la derrota merecían más de un Instagram. La fiebre de selfies que precedió al juego disminuyó de tal forma que muchos empezaron a borrarlos de sus redes sociales.
Otros lamentaban que hace cuatro años, en Sudáfrica, no existían los selfies. Pasado el bochorno, vino el olvido.
Fin de fiesta.
En el país que tontea secretamente con el fracaso, la nostalgia siempre triunfa.
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