La semana de la moda masculina arranca con propuestas diversas como el hombre globalizado.
En el reino del postureo, el hombre es el rey.
La semana de la moda masculina de Milán invierte los papeles habituales para probar dos cosas: que su imparable empuje está comiendo terreno en las cuentas globales de las marcas al de mujer y que aún existe un vasto territorio por explotar en el armario para ellos
. Ayer sábado, en el arranque de las presentaciones de verano 2015, lo probaba Ermenegildo Zegna, con ese vasto despliegue de medios que la ha convertido en la marca masculina italiana con mayor resonancia en el mundo.
Su director creativo, Stefano Pilati, contaba que su mente había volado hasta esos intelectuales envueltos en raya diplomática de los años treinta, aunque más bien parecía apelar a su propio presente en Berlín, adonde se ha mudado, cultivando la ambigüedad en sus elongados y holgados conjuntos. Mucho azul oscuro casi negro (del navy al noche), algún color candy (rosa palo, azul bebé), crudos con azul pato y el interminable gris daban paso a una coda en combinaciones tricolor destinada a alimentar la imaginación en el estilismo de cada día.
Su guiño a los códigos que desarrolló cuando encabezaba Yves Saint Laurent acabó derivando en otros más propios de Prada.
John Varvatos apeló una vez más a su ADN rockero.
Si para la campaña del verano presente escogió al grupo Kiss como imagen, para la del 2015 quiso homenajear a Queen.
Al menos eso decía la nota de prensa y la banda sonora, por más que después se dejara caer por la pendiente de la languidez y la visita al mundo victoriano en pleno siglo XXI.
Su reto de trasladar los códigos de la noche al día se tradujo en declinaciones del marengo y el terracota en conjuntos de tres piezas con parada en la revisión de la levita.
Un dandi rebelde disfrazado de cordero.
Neil Barrett se refugió en el pragmatismo. Compensaba la carencia de
emoción con una comercialidad apetecible.
El juego aquí era ofrecer prendas de apariencia pesada y estructura ligera. Parkas anchas, bombers, gabardinas en piel ultraliviana o neopreno coronando pantalones de chándal tobilleros, siempre con zapatillas
. La quintaesencia del sport urbano con el blanco, el crudo y el gris como solventes aliados.
Versace invitaba a montar una fiesta toga.
Si hay algo que Donatella ha perfeccionado con los años es un particularísimo sentido del espectáculo.
La expectación ante su desfile parecía ir de todo menos de la ropa (a veces reducida a un simple calzón), que bien podría pertenecer a cualquier otro verano
. Poco importa. Su concepto de chulo bling-blinguizado difícilmente funcionaría en otras casas de moda.
Sin embargo, en su mundo, esa colisión imposible entre la Riviera (con looks ostentosos de nocturnidad mediterránea) y Miami (esas chaquetas armadas a lo Don Johnson de los ochenta) a ritmo de chachachá se clava en la memoria colectiva y fideliza el mercado ya ganado por la emblemática medusa.
E impone nuevos retos para el hombre, como la joya oversize, entre el hallazgo y el desafío.
Aunque quien realmente se llevo el gato (o los tigres, más bien) al agua fue
Philipp Plein, que orquestó un desfile con fiestón posterior en una piscina pública al aire libre
. Un grupo de natación sincronizada amenizaba el paseo de los modelos por los bordes de la pileta, el rapero Theophilus London fraseaba subido a una moto acuática (para acabar encaramado a una grúa acompañado de fuegos de artificio), se repartían delfines hinchables, los camareros cachas despachaban la barra libre descamisados...
Puede que su propuesta de reconstrucción urbana con parcheados excesivos y pieles exóticas no pase a la historia de la moda, pero sus fiestas van a seguir siendo lo mejor que ofrezca cada año la noche milanesa.
La semana de la moda masculina de Milán invierte los papeles habituales para probar dos cosas: que su imparable empuje está comiendo terreno en las cuentas globales de las marcas al de mujer y que aún existe un vasto territorio por explotar en el armario para ellos
. Ayer sábado, en el arranque de las presentaciones de verano 2015, lo probaba Ermenegildo Zegna, con ese vasto despliegue de medios que la ha convertido en la marca masculina italiana con mayor resonancia en el mundo.
Su director creativo, Stefano Pilati, contaba que su mente había volado hasta esos intelectuales envueltos en raya diplomática de los años treinta, aunque más bien parecía apelar a su propio presente en Berlín, adonde se ha mudado, cultivando la ambigüedad en sus elongados y holgados conjuntos. Mucho azul oscuro casi negro (del navy al noche), algún color candy (rosa palo, azul bebé), crudos con azul pato y el interminable gris daban paso a una coda en combinaciones tricolor destinada a alimentar la imaginación en el estilismo de cada día.
Su guiño a los códigos que desarrolló cuando encabezaba Yves Saint Laurent acabó derivando en otros más propios de Prada.
John Varvatos apeló una vez más a su ADN rockero.
Si para la campaña del verano presente escogió al grupo Kiss como imagen, para la del 2015 quiso homenajear a Queen.
Al menos eso decía la nota de prensa y la banda sonora, por más que después se dejara caer por la pendiente de la languidez y la visita al mundo victoriano en pleno siglo XXI.
Su reto de trasladar los códigos de la noche al día se tradujo en declinaciones del marengo y el terracota en conjuntos de tres piezas con parada en la revisión de la levita.
Un dandi rebelde disfrazado de cordero.
Quien se llevó el gato al agua fue Philipp Plein, que orquestó un desfile con fiestón posterior en una piscina al aire libre
El juego aquí era ofrecer prendas de apariencia pesada y estructura ligera. Parkas anchas, bombers, gabardinas en piel ultraliviana o neopreno coronando pantalones de chándal tobilleros, siempre con zapatillas
. La quintaesencia del sport urbano con el blanco, el crudo y el gris como solventes aliados.
Versace invitaba a montar una fiesta toga.
Si hay algo que Donatella ha perfeccionado con los años es un particularísimo sentido del espectáculo.
La expectación ante su desfile parecía ir de todo menos de la ropa (a veces reducida a un simple calzón), que bien podría pertenecer a cualquier otro verano
. Poco importa. Su concepto de chulo bling-blinguizado difícilmente funcionaría en otras casas de moda.
Sin embargo, en su mundo, esa colisión imposible entre la Riviera (con looks ostentosos de nocturnidad mediterránea) y Miami (esas chaquetas armadas a lo Don Johnson de los ochenta) a ritmo de chachachá se clava en la memoria colectiva y fideliza el mercado ya ganado por la emblemática medusa.
E impone nuevos retos para el hombre, como la joya oversize, entre el hallazgo y el desafío.
Aunque quien realmente se llevo el gato (o los tigres, más bien) al agua fue
Philipp Plein, que orquestó un desfile con fiestón posterior en una piscina pública al aire libre
. Un grupo de natación sincronizada amenizaba el paseo de los modelos por los bordes de la pileta, el rapero Theophilus London fraseaba subido a una moto acuática (para acabar encaramado a una grúa acompañado de fuegos de artificio), se repartían delfines hinchables, los camareros cachas despachaban la barra libre descamisados...
Puede que su propuesta de reconstrucción urbana con parcheados excesivos y pieles exóticas no pase a la historia de la moda, pero sus fiestas van a seguir siendo lo mejor que ofrezca cada año la noche milanesa.
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