A los 18 el Rey le regaló su primer coche, un SEAT, después vendría un Volvo rojo deportivo. Su verano era la vela; el invierno, el esquí; sus compañeros de salidas, grandes apellidos de la plutocracia madrileña.
Llegaron los primeros amores, todas sus novias de aquellos tiempos fueron distinguidas poseedoras de grandes apellidos del entorno de la Zarzuela, entre ellos, Carvajal y Sartorius.
Y el comienzo del acoso de la prensa rosa, siempre limitado por el sólido cordón de seguridad del heredero, formado desde entonces por miembros de la Guardia Civil, entre ellos, viejos conocidos de la Academia General Militar, y hoy en manos de tres coroneles de la Benemérita que cuidan por él y su familia: los coroneles Corona, Cabello y Herráiz.
Para completar sus estudios el dúo sabino-Juan Carlos y el equipo de tutores pensó en que realizará un máster en el extranjero.
Y ahí el Príncipe ya mostró su preferencia: Relaciones Internacionales en la Universidad de Georgetown, en Washington.
El centro universitario contaba con ciertas ventajas: era muy discreto; aunque era uno de los más prestigiosos en su sector (es una de las canteras de la diplomacia estadounidense), no tenía las ínfulas de la Ivy League, estaba dirigido por los jesuitas y, sobre todo, se había matriculado en él su primer hermano Pablo, hijo del ex Rey Constantino de Grecia
. Su mejor amigo en aquellos tiempos. En Washington Felipe viviría los años más libres y felices de su vida, con un pisito de estudiantes en pleno Georgetown, rodeado de estudiantes de todo el mundo, y con tres prácticas que le darían un nombre entre sus compañeros: su habilidad con la tortilla de patata, su magisterio bailando salsa y su carrera diaria por el Canal
. A su lado, un mínimo servicio de seguridad y apenas un diplomático como enlace con la Administración, Enrique Pastor.
La vuelta a Madrid dos años después fue un bombazo en el Palacio de la Zarzuela.
¿Y ahora qué? Seguía sin haber libro de instrucciones, experiencia y la espera podía ser muy larga. Solo había que echar un vistazo a Carlos de Inglaterra, que cada vez que escuchaba en un oficio religioso una referencia asl “padre Eterno” el pensaba en “su madre eterna”.
El Principe frisaba los 30. ¿Había que crear una Casa del Príncipe? ¿Tenía que tener un trabajo? ¿Debía dedicarse a la Fundación Príncipe de Asturias? ¿Tenía que marchar destinado a una unidad militar?
La decisión le tocó a una n7ueva generación de “hombres del Rey” los diplomáticos Almansa y Spottorno, que intentaban dar un nuevo aire a la Institución
. Bajo el control total del Rey se decidió que no tuviera Casa propia (aunque le habían comenzado a construir una residencia propia en un promontorio sobre la Zarzuela, un inmueble grande y ligeramente rancio, como correspondía a los arquitectos-cortesanos del Patrimonio Nacional); que no tuviera una maquinaria propia, ni que tuviera un trabajo fijo
. El Príncipe estaba para aprender la estructura del Estado; para conocer a los ciudadanos; para ayudar a su padre y representarlo cuando fuera conveniente; parea esperar silencioso y concienzudo, sin abrir demasiado la boca ni hacer sombra al Jefe del Estado
. Él lo sería algún día. Por el momento tenía que esperar. Con total lealtad.
En esos días tras su vuelta de Estados Unidos se le creó al heredero una mínima estructura propia.
Una Secretaría siempre por debajo jerárquicamente de la estructura del Rey
. Al frente de la misma, Jaime Alfonsín, un brillante abogado del Estado diez mayor que el Príncipe, con experiencia en la Administración y la empresa privada, que fue recomendado por el abogado Aurelio Menéndez al Rey. Alfonsín ha sido durante estas dos décadas un puntal ben el trabajo y la vida del Príncipe; un hombre de una discreción enfermiza, conservador en las formas y de una lealtad a toda prueba.
En la Secretaría estarían también su viejo ayudante, Emilio Tomé, cuatro ayudantes militares (los tres ejércitos y la Guardia Civil), un equipo de administrativos procedentes del Ejército y un equipo de seguridad a medida.
Al equipo se incorporaría más tarde el coronel de caballería José Manuel Zueleta, Duque de Abrantes, experto en protocolo y hoy mano derecha de la Princesa Letizia. Ese ha seguido siendo hasta hoy su equipo de apoyo inmediato.
El tándem Almansa/Spottorno tuvo dos grandes cometidos: el primero dar contenido al papel del Heredero durante la larga espera. Idearon un complejo plan de trabajo con varias líneas: uno era una dedicación moderada a la Fundación, que le permitía una gran visibilidad pública una vez al año y conocer a intelectuales universales; el segundo, viajar cada año a una o dos comunidades autónomas para chapuzarse en la caleidoscópica realidad del País; otro más, mantener reuniones privadas con personajes nacionales y extranjeros con especial atención a su generación; además, el Príncipe debía representar a su padre en cuantos actos fuera necesario; no perder el contacto con sus compañeros de las Fuerzas Armadas, recibir clases magistrales de constitucionalismo y de cuantos asuntos fuera necesario por los sabios de la nación y, sobre todo, aprender
. Una feliz idea en aquel momento fue la decisión del Rey de que Felipe le representara en todas las tomas de posesión de jefes de Estado Latinoamericano
. Desde entonces no ha faltado a ninguna. Siempre acompañado por un ministro o un secretario de Estado; y el consiguiente Decreto gubernamental en el que el Ejecutivo disponía que Don Felipe representara a su padre. Hoy, la agenda Latinoamericana del Príncipe es una de las más completas y poderosas del Mundo. Y su prestigio en América Latina en alza, como se pudo contemplar el pasado invierno cuando fue aclamado en Miami (la capital del poder latino) ante los más poderosos de la comunidad hispana de Estados Unidos.
Almansa y Spottorno además de dar sentido a su espera, tuvieron que bregar con otro gran problema, los noviazgos del Príncipe. En especial el segundo (Rafaerl Spottorno, entonces número dos de la Zarzuela y hoy jefe de la Casa de SM el Rey), que fue el encargado de decirle al Príncipe que no podía continuar su relación con Eva Sanum, una joven nórdica de la que el Príncipe estaba profundamente enamorado.
No podía ser Reina de España. El Príncipe rompió con ella. Su carácter se hizo más hermético. Y Almansa y Spottorno abandonaron la Zarzuela. Felipe había cumplido.
El Príncipe se iba haciendo mayor.
Quizá más mayor de lo que por edad le correspondía. Profundas arrugas en torno a sus ojos y en la frente.
La mirada de un azul helado; los puños contraídos. Impecable en sus trajes a medida cortados por Jaime Gallo.
El pelo en retirada (“mientras sean solo entradas y no sean salidas”, bromeaba con este periodista hace unos pocos años, “vamos aguantando”); al siguiente equipo de la Zarzuela, el de Alberto Aza, diplomático y ex jefe de Gabinete de Adolfo Suárez, le tocó las bodas de las Infantas; sus queridas hermanas, sobre todo Cristina, la más libre y cómplice.
Algunos en la Casa sugirieron que ambas renunciaran a sus derechos sucesorios para pelar las ramas laterales de la Corona, al parecer la Reina se negó.
Una vez que las dos pasaron por la vicaría y tuvieron descendencia, todos los ojos, los de los ciudadanos, los medios de comunicación, el Gobierno y su Familia se volvieron hacia él. Tenía que buscar esposa.
Letizia Ortiz alguna vez ha comentado que ella no salió aquella noche a cazar un Príncipe; se lo cruzó y se enamoró de el.
Era una estrella de la televisión, de clase media, brillante universitaria, con los 30 recién cumplidos y divorciada
. El Príncipe esta vez tomó su decisión. Nadie interfirió. Ella era la elegida. Y exclusivamente por amor. Había entre ellos una fuerte atracción mutua. Para ella, el Príncipe era, sobre todo, una gran persona y alguien que valía la pena; aunque le suponía renunciar a su vida, su carrera, su intimidad. Para él, Letizia era oxígeno, la calle, los colegios públicos, los trayectos en metro, la frescura y, también, un gran respeto intelectual.
Ella reconoce que esa ambivalencia de caracteres, su dinamismo, curiosidad, desparpajo, y la serenidad y búsqueda siempre del equilibrio del Príncipe, consiguen que el equipo funcione
. A las siete de la mañana suena el despertador en la residencia de los príncipes; después despiertan a las niñas, Leonor y Sofía, y comienza las escenas matutinas de cualquier hogar con niños. Después uno de los dos coge el Lexus respetuoso con el medio ambiente y recorre esos diez minutos tan conocidos para el Príncipe que separan la Zarzuela de su viejo colegio Los Rosales.
Después, ambos se dirigen a sus despachos en el edificio principal de Zarzuela; justo bajo el del Rey. El de la Princesa un día fue una sala de espera.
Un día Graciano García, ideador de La Fundación Príncipe de Asturias me definió a Don Felipe como un socialdemócrata bien informado
. Con una sola obsesión, ser útil a su país.
Y ser intachable. Otra fuente directa describe al Príncipe como un hombre de principios
. Por eso, nunca perdonará a Iñaki Urdangarin aunque le haya costado el amor de su querida hermana Cristina. Es difícil decir ahora como será la monarquía de Felipe VI
. Lo que el tiene claro es que sea útil e íntegra; más moderna y transparente; más reducida en aparato policial y de protocolo; más ágil en la toma de decisiones; con profesionales más jóvenes y llegados de otras áreas y con más mujeres (ahora no hay ninguna entre los 11 primeros puestos de dirección de la Zarzuela).
Más cercana a los ciudadanos en la calle y en los gestos. Felipe no tiene el gancho de Don Juan Carlos; carece de su carisma directo; posiblemente de su olfato y de su condición de superviente. Pero es un demócrata convencido, un adicto a la Constitución (“cuando tengo una duda me agarro a ella y no me suelto” y un hombre su tiempo amante del consenso y los perfectos equilibrios de poder. Sus gestos serán distintos
. Será un Rey intachable para el siglo XXI.¿Pero se han preguntado si el Pueblo español quiere tener una Monarquia?¿No cuentan que igual no querrán ni a Felipe ni a Letizia?
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