Decía Wilhelm Dilthey que la comprensión del sujeto histórico concreto exige captar
su pensamiento, voluntad y sentimiento. El esfuerzo de salir de uno
mismo para comprender lo que el otro nos da con pocos datos, lo que el
otro se resiste a darnos, en definitiva.
La tarea propuesta es revelar el espíritu, aclararlo. Sin embargo, la aspiración de Dilthey es hoy una meta excesivamente optimista y de dudosa realización: aprehender nada menos que la vida interna del personaje que nos rodea o del que estamos distanciados.
No somos transparentes y a los contemporáneos los vemos o los comprendemos haciendo uso de esquemas que hemos aprendido, por ejemplo, de las películas, de la literatura, del arte.
Por eso, comprender el pensamiento, la voluntad y el sentimiento del otro es tarea poco menos que imposible y a la que sólo nos aproximamos con esos recursos ya empleados.
Para conocer hay que conocerse en primer lugar y la averiguación del contemporáneo depende de unos materiales que vemos en los otros según diferente composición.
Cuando Antonio Muñoz Molina publicó Escrito en un instante (1997), sus impresiones breves, brevísimas --reunidas en un libro bello y único que publicara Calima Ediciones-- nos enseñaban lo que es captar, atrapar la singularidad, hacer economía verbal.
Hay personajes de los que no conseguimos averiguar mucho, circunstancias sobre las que hay que conjeturar, lugares tópicos que nos sorprenden, voces reconocibles y a la vez extrañas.
El flujo de conciencia, la voz interna, la irrupción de los sentimientos más escondidos e ingobernables, el monólogo interior, en definitiva, han sido los modos expresivos adoptados para rebasar el artificioso relato naturalista
. Al mostrarnos el pensamiento recóndito del personaje o del narrador, con frecuencia lo vemos como un discurrir que carece de coherencia: son cachos de un mundo fracturado, hecho pedazos.
Yo leí aquel libro así. Buscando y captando lo mínimo, como esas observaciones escasas e iluminadoras.
Ahora, desde hace un tiempo, Antonio Muñoz Molina tiene un diario, un blog, que lo llama justamente así: Escrito en un instante. Mientras releo toda su obra para un libro que escribo sobre su obra (y que en unos meses aparecerá en Fórcola), mientras leo sus reflexiones periodísticas que a tantos gustan y a tantos irritan, les remito a una reflexión sobre aquel libro, Escrito en un instante, que tanto placer me procuró. Y aún produce.
En Anatomía de la Historia así lo han entendido: espero que les guste esta evocación de aquel librito denso y sorprendente
. Lo he titulado: Antonio Muñoz Molina. Las microhistorias.
La tarea propuesta es revelar el espíritu, aclararlo. Sin embargo, la aspiración de Dilthey es hoy una meta excesivamente optimista y de dudosa realización: aprehender nada menos que la vida interna del personaje que nos rodea o del que estamos distanciados.
No somos transparentes y a los contemporáneos los vemos o los comprendemos haciendo uso de esquemas que hemos aprendido, por ejemplo, de las películas, de la literatura, del arte.
Por eso, comprender el pensamiento, la voluntad y el sentimiento del otro es tarea poco menos que imposible y a la que sólo nos aproximamos con esos recursos ya empleados.
Para conocer hay que conocerse en primer lugar y la averiguación del contemporáneo depende de unos materiales que vemos en los otros según diferente composición.
Cuando Antonio Muñoz Molina publicó Escrito en un instante (1997), sus impresiones breves, brevísimas --reunidas en un libro bello y único que publicara Calima Ediciones-- nos enseñaban lo que es captar, atrapar la singularidad, hacer economía verbal.
Hay personajes de los que no conseguimos averiguar mucho, circunstancias sobre las que hay que conjeturar, lugares tópicos que nos sorprenden, voces reconocibles y a la vez extrañas.
El flujo de conciencia, la voz interna, la irrupción de los sentimientos más escondidos e ingobernables, el monólogo interior, en definitiva, han sido los modos expresivos adoptados para rebasar el artificioso relato naturalista
. Al mostrarnos el pensamiento recóndito del personaje o del narrador, con frecuencia lo vemos como un discurrir que carece de coherencia: son cachos de un mundo fracturado, hecho pedazos.
Yo leí aquel libro así. Buscando y captando lo mínimo, como esas observaciones escasas e iluminadoras.
Ahora, desde hace un tiempo, Antonio Muñoz Molina tiene un diario, un blog, que lo llama justamente así: Escrito en un instante. Mientras releo toda su obra para un libro que escribo sobre su obra (y que en unos meses aparecerá en Fórcola), mientras leo sus reflexiones periodísticas que a tantos gustan y a tantos irritan, les remito a una reflexión sobre aquel libro, Escrito en un instante, que tanto placer me procuró. Y aún produce.
En Anatomía de la Historia así lo han entendido: espero que les guste esta evocación de aquel librito denso y sorprendente
. Lo he titulado: Antonio Muñoz Molina. Las microhistorias.
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