Una historia de España (XXIV)
Y ya estamos aquí con Felipe II en persona, oigan, heredero del imperio
donde no se ponía el sol: monarca siniestro para unos y estupendo para
otros, según se mire la cosa; aunque, puestos a ser objetivos, o
intentarlo, hay que reconocer que la Leyenda Negra, alimentada por los
muchos a quienes la poderosa España daba por saco a diestro y siniestro,
se cebó en él como si el resto de gobernantes europeos, desde la zorra
pelirroja que gobernaba Inglaterra -Isabel I se llamaba, y nos tenía
unas ganas horrorosas- hasta los protestantes, el rey gabacho Enrique
II, el papa de Roma y demás elementos de cuidado, fuesen monjas de
clausura
. Aun así, con sus defectos, que fueron innumerables, y sus
virtudes, que no fueron pocas, el pobre Felipe, casero, prudente, más
bien tímido, marido y padre con poca suerte, heredero de medio mundo en
una época en que no había Internet, ni teléfono, ni siquiera un servicio
postal como Dios manda, hizo lo que pudo para gobernar aquel tinglado
internacional que, como a cualquiera en su caso, le venía grande.
Y la
verdad (dicha en descargo del fulano) es que lo de ganarse el jornal de
rey se le complicó de un modo horroroso durante sus largos cuarenta y
dos años de reinado.
Para ser pacífico, como era de natural, el tío
anduvo de bronca en bronca.
Guerras a lo bestia, para que se hagan
ustedes idea, las tuvo con Francia, con Su Santidad, con los Países
Bajos, con los moriscos de las Alpujarras, con los ingleses, con los
turcos y con la madre que lo parió.
Todo eso, sin contar disgustos
familiares, matrimonios pintorescos -se casó cuatro veces, incluida una
inglesa más rara que un perro verde-, un hijo, el infante don Carlos,
que le salió majareta y conspirador, y un secretario golfo llamado
Antonio Pérez que le jugó la del chino.
Y encima, para un golpe bueno de
verdad que tuvo, que fue heredar Portugal entero (su madre, la
guapísima Isabel, era princesa de allí) tras hacer picadillo a los
discrepantes en la batalla de Alcántara, Felipe II cometió, si me
permiten una opinión personal e intransferible, uno de los mayores
errores históricos de este putiferio secular donde malvivimos: en vez de
llevarse la capital a Lisboa (antigua y señorial) y cantar fados
mirando al Atlántico y a las posesiones de América, que eran el
espléndido futuro -calculen lo que sumaron el imperio español y el
portugués juntos en una misma monarquía-, nuestro timorato monarca se
enrocó en el centro de la Península, en su monasterio-residencia de El
Escorial, gastándose el dineral que venía de las posesiones ultramarinas
hispanolusas, además de los impuestos con los que sangraba a Castilla
en las contiendas antes citadas -Aragón, Cataluña y Valencia, enrocados
en sus fueros, no soltaban un duro para guerras ni para nada-, y en
pasear a sus embajadores vestidos de negro, arrogantes y soberbios, por
una Europa a la que con nuestros tercios, nuestros aliados, nuestras
estampitas de vírgenes y santos, nuestra chulería y tal, seguíamos
teniendo acojonada. Con lo que, para resumir el asunto, Felipe II nos
salió buen funcionario, diestro en papeleo, y en lo personal un pavo con
no pocas virtudes: meapilas pero culto, sobrio y poco amigo de lujos
personales: es instructivo visitar la modesta habitación de El Escorial
donde vivía y despachaba personalmente los asuntos de su inmenso
imperio. Pero el marrón que le cayó encima superaba sus fuerzas y
habilidad, así que demasiado hizo, el chaval, con ir tirando como pudo.
De las guerras, que como dije fueron muchas, inútiles, variadas y
emocionantes como finales de liga, hablaremos en el siguiente capítulo.
Supongo.
Del resto, lo más destacable es que si como funcionario Felipe
era pasable, como economista y administrador fue para correrlo a
gorrazos.
Aparte de fundirse la viruta colonial en pólvora y arcabuces,
nos endeudó hasta el prepucio con banqueros alemanes y genoveses.
Hubo
tres bancarrotas que dejaron España a punto de caramelo para el desastre
económico y social del siglo siguiente.
Y mientras la nobleza y el
clero, veteranos surfistas sobre cualquier ola, gozaban de exención
fiscal por la cara, la necesidad de dinero era tanta que se empezaron a
vender títulos nobiliarios, cargos y toda clase de beneficios a quien
podía pagarlos.
Con el detalle de que los compradores, a su vez, los
parcelaban y revendían para resarcirse.
De manera que, poco a poco,
entre el rey y la peña que de él medraba fueron montando un sistema
nacional de robo y papeleo, o de papeleo para justificar el robo, origen
de la infame burocracia que todavía hoy, casi cinco siglos después, nos
sigue apretando el cogote.
[Continuará].
Esta niña soy yo en el Escorial, ya se ve que mi miedo al frio viene de nacimiento, el coche es como los que usaba Bogart y viendo que llevo un bolsito, se explica mi predileción por ellos.
Esta niña soy yo en el Escorial, ya se ve que mi miedo al frio viene de nacimiento, el coche es como los que usaba Bogart y viendo que llevo un bolsito, se explica mi predileción por ellos.
Mi padre me llevaba a ver El Escorial, me contaba, entonces y lo siguió haciendo cada vez que íbamos toda la Historia de FelipeII , me explico la figura De su Secretario Antonio López, y siempre que estudiaba esa parte de la historia me lo incluía, como Las Reinas, el hijo más pallá que pacá, y la figura de La Princesa de ëboli, tb me contaba eso de que muy austero, no era, padecía gota por los excesos banquetes que se daba, y que no hacía mucho caso a sus consejeros, siempre con miedo a una traición, me contaba la Arquitectura del Monasterio del Escorial, por como murió San Lorenzo, una parrilla invertida y asado...
y como el Sol empezaba a ponerse en su imperio, puso ese ladrillo de oro en la fachada,,,,,,más mayor me contaba la Casita del Príncipe, llena de preciosos relojes, y que sería el "picadero" de Príncipes y Reyes".
Eso me debió marcar desde chiquitita, supe de Felipe II más que de Caperucita Roja.
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