Viajamos al interior del 'atelier' donde Louis Vuitton confecciona sus deseados pares.
Aquí cada prototipo se lleva al límite hasta hacer de él una pieza sublime....
Un martillo
automático golpea 14.000 veces un tacón.
Una prensa atornilla un empeine
mientras un brazo mecánico tira del tacón hacia atrás hasta partir el
zapato en dos.
Un horno calienta cada par durante días a 50 grados y a
un 95% de humedad para bajar después hasta los 20 grados bajo cero
.
Bienvenidos a la cámara de torturas de Louis Vuitton.
Nada de este dolor
resulta gratuito. Lo descrito sirve para comprobar la resistencia de un
stiletto al caminar, hasta dónde puede estirarse si queda
preso en un agujero en el pavimento o lo que aguanta a temperaturas
extremas.
“Esto último resulta fundamental, porque vendemos los mismos
modelos en lugares muy diferentes, de Rusia a Dubái, donde las
condiciones climatológicas pueden ser duras”, nos explica la persona que
nos guía. Mucho de lo que aquí acontece es secreto.
Estamos en el laboratorio de donde salen los prototipos de Louis Vuitton.
Una sala de apenas 30 metros cuadrados que acoge decenas de
instrumentos muy poco atractivos que, sin embargo, certifican la calidad
de algunos de los zapatos más deseados del planeta.
Es, posiblemente,
el rincón menos glamuroso del taller de la firma en Fiesso D’Artico,
a 33 kilómetros de Venecia
. Hemos comenzado por aquí la visita porque
lo que no supera todas estas pruebas se desechará para siempre.
Antes tomamos un
desayuno de cortesía en la galería de arte dedicada al zapato, rodeados
de una biblioteca básica, reliquias del andar del siglo XVII al XIX y
una colección de arte donde destacan las ilustraciones originales
dedicadas al calzado de Andy Warhol y Ralph Pomeroy.
En un panel aún se yergue orgullosa la colección de inspiración
africana que presentó Marc Jacobs para la primavera-verano 2009, cuando
aún no había cedido el cetro de director creativo de la línea femenina a Nicolas Ghesquière.
“Tanto Marc como Nicolas tienen una pasión fuera de lo común por los
zapatos. Nicolas los trabaja como un elemento en sí mismo, que
posteriormente formarán parte de una silueta completa”, dice Serge
Alfandary, director de zapatería de Louis Vuitton desde hace 11 años y
su único portavoz autorizado.
Jacobs fue el responsable de inventarse el prêt-à-porter
y las líneas de complementos a partir del ADN de esta emblemática firma
de marroquinería en 1997.
LVMH invirtió entonces en la pequeña empresa
familiar italiana que haría su calzado.
Hoy muchas otras marcas de lujo
operan en la Riviera del Brenta, donde hay tradición desde el siglo
XIII, pero solo Louis Vuitton tiene factoría propia.
En 2009 renació
como este atelier (evitan llamarlo fábrica): una robusta mole de hormigón, acero y cristal concebida por el arquitecto Jean-Marc Sandrolini como una “caja de zapatos mágica” autosostenible de 14.000 metros cuadrados donde prima lo humano frente a lo tecnológico.
Trabajan unas 620
personas. Muchas han heredado la tradición de sus padres.
Y refuerzan
su formación en un taller. Cada par, explican, lleva entre 120 y 250
pasos.
“El reto es desarrollarlos como una categoría en sí misma, más
que como un mero accesorio. Nuestros clientes buscan cada temporada un
modelo de moda, pero también la seguridad de una calidad sin
concesiones
. Por eso todas nuestras suelas están pintadas a mano,
planchadas con calor, con el tintado de los detalles artesanal, las
plantillas de cuero, los refuerzos en piel encolados a mano…”, enumera
Alfandary.
La fórmula funciona. Aunque no den cifras concretas sobre
producción, los beneficios globales de LVMH, donde Louis Vuitton ejerce
de buque insignia, han ascendido en el primer cuarto de 2014 un 4%,
hasta 7.200 millones de euros.
En 2013 superó los 29.000 millones.
El ambiente en el
edificio es pulcro, ordenado, disciplinado.
En la sala de diseño hay
una puerta infranqueable: donde se diseña la próxima colección. Sí hay
acceso a los moldes.
El hormero los elabora a partir de madera de carpe
bajo una única premisa: la comodidad. Por eso cuentan permanentemente
con una modelo de pie. “Siempre se hacen en el 37, es la medida más
armónica”, detallan. Cuando se le da el OK, la horma se pasa a plástico.
A un paso, el
almacén de pieles funciona como una librería de materiales. En los
últimos años, uno se alza como signo definitivo de estatus: el
cocodrilo.
En 2011, LVMH adquirió el 51% de Heng Long, una compañía que
regenta granjas de este reptil en Singapur.
Se utilizan siempre dos
ejemplares de cocodrilo blanco de unos tres años, uno por zapato; y se
busca que ambas pieles, de las que solo se usa el vientre, tengan un
dibujo similar.
Una sola muesca las echa a perder, de ahí que en las
granjas se extreme el cuidado para evitar que unos se peleen con otros.
Según informa Bloomberg Businessweek,
de esta piel procede el 10% de los beneficios de las firmas de lujo en
la actualidad.
La otra estrella es la pitón, que mide unos tres metros
.
Unos mocasines de este material cuestan a partir de 835 euros.
Las botas
de cocodrilo más caras ascienden a 17.800.
Un largo pasillo comunica con los ateliers:
mocasines, zapatillas, hombre y mujer.
La secuencia de la cadena de
montaje quizá sea lo que más se asemeja a otras fábricas; solo que los
detalles manuales (diminutos clavos en lugares estratégicos, los
tornillos de refuerzo en el tacón, el cosido de la etiqueta interior a
mano) revelan un temperamento diferencial.
El último estadio es el made to order masculino.A partir de 2.000 euros se pueden encargar unos zapatos al gusto
. Hasta 3.500 variaciones en 64 pieles a elegir. Desde que se toman las medidas en tienda (solo hay nueve que lo ofertan) hasta que llegan al cliente transcurren dos semanas.
Un veterano afanado en un cosido noruego (doble costura en la suela) muestra un par en cocodrilo que acaba de teñir en verde.
Al día siguiente los meterá en un horno con la horma dentro para que se acabe de fijar el color. Después le añadirá el brillo y listo
. Sus compañeros rematan en la cadena una partida de un modelo más económico
. El Rockabilly Richelieu, reza la etiqueta. Las cajas, apiladas, con los pares primorosamente envueltos en papel reciclado, recalarán en París antes de viajar a tiendas de todo el mundo
. Nuestro artesano solo tiene otros cuatro pares, cuidadosamente guardados en diferentes bandejas, con su correspondiente hoja de pedido.
Uno irá a Shanghái; otro, a Sidney.
Porque todavía hay categorías y categorías dentro del lujo.
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