El silencio de la Semana Santa en México acompañó como un ritual extraño en esta ciudad la larga despedida de Gabriel García Márquez, su ciudadano más ilustre.
Al autor de El coronel no tiene quien le escriba los ruidos le cortaban la escritura, y aún así vivió medio siglo en una urbe que es quizá la más ruidosa del mundo, un hervidero tan lleno de rumores, de música y de gritos que parece un caldo propicio para que aquí también habite el olvido.
Ese sonido de México se calmó como un suspiro el Jueves Santo no sólo porque la gente abandonó las calles y se fue al mar sino porque dejó de respirar Gabriel García Márquez.
Como pasa con los artistas muertos que reciben tal cantidad de agasajos, en este momento en que él entra en otro silencio produce pavor imaginar que algún día ocurra con él lo que pasó a otros grandes: que acabe cayendo sobre su obra la indiferencia que manda al purgatorio a los que en vida recibieron tantas alabanzas como en las que los honraron en las despedidas.
Esto no parece posible, pues desde Cien años de soledad García Márquez es un clásico que se enseña en las escuelas, el lugar donde prosperan los autores muertos, y porque además, según todas las estimaciones pasadas y las que ahora han acompañado el multitudinario adiós, su obra sigue tan viva como cuando fue publicada. Alma Guillermoprieto explicaba el orgullo que tenía Gabo mostrando sus diccionarios; no mostraba igual devoción enseñando sus propios libros, pero más de una vez, hasta en los últimos tiempos, explicó que ninguno de ellos debía entrar al menos en su olvido; si tuviera que rescatar, decía, hubiera elegido El otoño del patriarca y El coronel no tiene quien le escriba.
La herencia literaria de Gabo será más nutrida que esos dos libros, y formará parte del fondo incluso de las librerías menos cuidadosas
. Su escritura es la señal de un asombro, y ese resplandor es muy difícil que acabe, pues es la definición misma de un territorio en el que se identifica un mundo, el de América, que es el de Macondo y por tanto el de García Márquez; y seguramente para su memoria escrita no habrá ni purgatorio ni olvido.
Pero donde quiso Gabriel García Márquez que tuviera su residencia el futuro de su legado es en su herencia como maestro de periodistas.
Con una perspicacia muy de Gabo, él puso en marcha hace veinte años una fructífera fundación para que periodistas enseñaran a periodistas, y esa fundación, llamada Fundación por el Nuevo Periodismo Iberoamericano, situada en Cartagena de Indias, está garantizada como institución, está avalada por el legado de Gabo y cuenta con la financiación y los apoyos suficientes como para que el compromiso de García Márquez con el periodismo se prolongue en el tiempo como tributo suyo “al mejor oficio del mundo”.
Los libros serán perdurables, seguro, pero él quería que fuera perdurable su propio concepto del periodismo, basado en la verificación, el estilo y la ética, y Jaime Abello, director de la fundación desde que se inició ésta, cree que él y su equipo, “y nuestros numerosos colaboradores”, están dispuestos a seguir ese ejemplo como si fuera “la prolongación de sus propias clases”.
Gabo le dedicó un día un libro, El general en su laberinto, con esta dedicatoria: “Para Jaime, de su jefe que no manda”. “Proponía, no imponía”, dice Abello, “y en la época en que empezaba a transformarse el periodismo como negocio concibió maneras de devolver a los periodistas la ambición necesaria para retener al lector, contando buenas historias”.
Esa calidad tenía que basarse “en la exactitud y en la ética”, y todo eso que quiso que se enseñara en los cursos y talleres de la FNPI “tiene hoy vigencia en un mundo digitalizado”
. Ha cambiado “el financiamiento del periodismo, pero Gabo estaba seguro de que el periodismo no acabará jamás si persiste la ambición creativa”.
Puso en marcha esa idea García Márquez en 1994, después de desechar otros proyectos de publicaciones
. “Era un hombre pragmático, sabía que en ese momento hacía falta buscar armas para que en la crisis que se adivinaba con Internet los periodistas fueran mejores…
Así se han ido haciendo dos generaciones de cronistas y reporteros que venían y vienen de todas partes de América y de España”.
Ahora ese periodismo que tiene el sello de Gabo tiene muchos nombres propios que forman parte de la mejor camada del periodismo intercontinental: Leila Guerriero, Julio Villanueva Chang, Alberto Salcedo Ramos, Martín Caparrós… ¿Por qué lo hizo? “Porque creía en el periodismo; y fue clarividente, no nos dijo que predicáramos su periodismo, sino que rescatáramos lo mejor del periodismo. Era realista y mágico
. Pero en él la magia es la puntica, el realismo es lo profundo”, dice Abello.
Esa escuela “ha dejado una marca profunda en miles de reporteros de América Latina”, dice Luis Miguel González, que pasó por ahí, estuvo también en la Escuela de Periodismo de EL PAÍS y ahora dirige el mexicano El Economista…
“Que lo haya hecho un tipo que podía haberse gastado el dinero en cualquier cosa habla de su disciplina a favor del oficio y de su generosidad: él no llegó diciendo 'hagan lo mío'”. “No”, tercia Abelló, “ahí no hubo nunca dogma alguno”. “Ni ego”, añade Luis Miguel. “Impresionaba verlo escuchar; dejó trabajar
. No creó la Fundación para que fuera un teatro en el que él hablara”. Guillermo Osorno, cronista y editor mexicano, cree que Gabo logró un milagro tan increíble como los que se leen en Cien años de soledad: “Creó en quince años una red de cronistas y editores que ahora constituyen lo más notable del periodo mundial en habla española…
Los lazos entre los alumnos siguen funcionando”.
En aquel entonces, México miraba a Estados Unidos y España, prosigue Luis Miguel, “se fijaba en Europa, y lo que la Fundación nos dio fue un referente hispanoamericano para ejercer el oficio. Y jóvenes y maduros, como Caparrós, Leila, Christian Alarcón, Julio Villanueva o Héctor Feliciano se convirtieron en puntos de referencia, de igual modo que lo fueron antes Gay Talese, Norman Mailer o Tom Wolfe”.
Prendió una obsesión del fundador: “En periodismo, ética y técnica con inseparables, como el zumbido del moscardón”.
Gabo deja esa herencia, pero el porvenir deja a sus discípulos un reto que simplifica Luis Miguel González:
“Para los medios se acabaron los privilegios; ahora tenemos que competir con los juegos electrónicos. Esto abre un periodo inmenso de lucha”.
Y en esa guerra se producirán bajas y sombras. García Márquez dejó dicho en Cien años de soledad que las especies en extinción no tendrán una segunda oportunidad sobre la tierra.
Ya se ve que ocurre con el oficio, obligado a competir con los juguetes o con la piratería. ¿Habrá para esta especie una segunda oportunidad sobre la tierra? Osorno: “La habrá. Las nuevas generaciones vendrán con historias nuevas”. Abello: “Las crisis siempre han generado tiempos mejores”.
Luis Miguel González: “Hay futuro, pero no para todos… Claramente, el futuro implica que el pastel será más chico. Habrá periodistas muy buenos que tendrán lo que quieran, y los que vienen detrás tendrán pocas oportunidades de prosperar.
Ese desequilibrio inmediato es preocupante”.
Abello trabajó 18 años con Gabo; “nunca tomé notas de lo que dijo, viví sin espiarlo; me queda su dulzura personal, una amistad; conocí sus vidas, la personal, la pública…
Me siento depositario de una confianza que me compromete para siempre y es un motivo de orgullo honrar en esta Fundación su deseo de contribuir a que el periodismo que quiso fuera mejor.
Era un gusto trabajar con él. Trabajábamos y luego nos íbamos a bailar.
Un día nos dijo, en Monterrey, después de una serie de actos de la Fundación: "'¡ Y pensar que todo esto estaba en nuestra imaginación!'” Tuvo dos hijos, un diseñador y un cineasta, e ideó esta Fundación para que la gente supiera por qué le tenía tanta gratitud a este oficio
. Él deja en herencia, también, su modo de hacerlo.
Al autor de El coronel no tiene quien le escriba los ruidos le cortaban la escritura, y aún así vivió medio siglo en una urbe que es quizá la más ruidosa del mundo, un hervidero tan lleno de rumores, de música y de gritos que parece un caldo propicio para que aquí también habite el olvido.
Ese sonido de México se calmó como un suspiro el Jueves Santo no sólo porque la gente abandonó las calles y se fue al mar sino porque dejó de respirar Gabriel García Márquez.
Como pasa con los artistas muertos que reciben tal cantidad de agasajos, en este momento en que él entra en otro silencio produce pavor imaginar que algún día ocurra con él lo que pasó a otros grandes: que acabe cayendo sobre su obra la indiferencia que manda al purgatorio a los que en vida recibieron tantas alabanzas como en las que los honraron en las despedidas.
Esto no parece posible, pues desde Cien años de soledad García Márquez es un clásico que se enseña en las escuelas, el lugar donde prosperan los autores muertos, y porque además, según todas las estimaciones pasadas y las que ahora han acompañado el multitudinario adiós, su obra sigue tan viva como cuando fue publicada. Alma Guillermoprieto explicaba el orgullo que tenía Gabo mostrando sus diccionarios; no mostraba igual devoción enseñando sus propios libros, pero más de una vez, hasta en los últimos tiempos, explicó que ninguno de ellos debía entrar al menos en su olvido; si tuviera que rescatar, decía, hubiera elegido El otoño del patriarca y El coronel no tiene quien le escriba.
La herencia literaria de Gabo será más nutrida que esos dos libros, y formará parte del fondo incluso de las librerías menos cuidadosas
. Su escritura es la señal de un asombro, y ese resplandor es muy difícil que acabe, pues es la definición misma de un territorio en el que se identifica un mundo, el de América, que es el de Macondo y por tanto el de García Márquez; y seguramente para su memoria escrita no habrá ni purgatorio ni olvido.
Pero donde quiso Gabriel García Márquez que tuviera su residencia el futuro de su legado es en su herencia como maestro de periodistas.
Con una perspicacia muy de Gabo, él puso en marcha hace veinte años una fructífera fundación para que periodistas enseñaran a periodistas, y esa fundación, llamada Fundación por el Nuevo Periodismo Iberoamericano, situada en Cartagena de Indias, está garantizada como institución, está avalada por el legado de Gabo y cuenta con la financiación y los apoyos suficientes como para que el compromiso de García Márquez con el periodismo se prolongue en el tiempo como tributo suyo “al mejor oficio del mundo”.
Los libros serán perdurables, seguro, pero él quería que fuera perdurable su propio concepto del periodismo, basado en la verificación, el estilo y la ética, y Jaime Abello, director de la fundación desde que se inició ésta, cree que él y su equipo, “y nuestros numerosos colaboradores”, están dispuestos a seguir ese ejemplo como si fuera “la prolongación de sus propias clases”.
Gabo le dedicó un día un libro, El general en su laberinto, con esta dedicatoria: “Para Jaime, de su jefe que no manda”. “Proponía, no imponía”, dice Abello, “y en la época en que empezaba a transformarse el periodismo como negocio concibió maneras de devolver a los periodistas la ambición necesaria para retener al lector, contando buenas historias”.
Esa calidad tenía que basarse “en la exactitud y en la ética”, y todo eso que quiso que se enseñara en los cursos y talleres de la FNPI “tiene hoy vigencia en un mundo digitalizado”
. Ha cambiado “el financiamiento del periodismo, pero Gabo estaba seguro de que el periodismo no acabará jamás si persiste la ambición creativa”.
Puso en marcha esa idea García Márquez en 1994, después de desechar otros proyectos de publicaciones
. “Era un hombre pragmático, sabía que en ese momento hacía falta buscar armas para que en la crisis que se adivinaba con Internet los periodistas fueran mejores…
Así se han ido haciendo dos generaciones de cronistas y reporteros que venían y vienen de todas partes de América y de España”.
Ahora ese periodismo que tiene el sello de Gabo tiene muchos nombres propios que forman parte de la mejor camada del periodismo intercontinental: Leila Guerriero, Julio Villanueva Chang, Alberto Salcedo Ramos, Martín Caparrós… ¿Por qué lo hizo? “Porque creía en el periodismo; y fue clarividente, no nos dijo que predicáramos su periodismo, sino que rescatáramos lo mejor del periodismo. Era realista y mágico
. Pero en él la magia es la puntica, el realismo es lo profundo”, dice Abello.
Esa escuela “ha dejado una marca profunda en miles de reporteros de América Latina”, dice Luis Miguel González, que pasó por ahí, estuvo también en la Escuela de Periodismo de EL PAÍS y ahora dirige el mexicano El Economista…
“Que lo haya hecho un tipo que podía haberse gastado el dinero en cualquier cosa habla de su disciplina a favor del oficio y de su generosidad: él no llegó diciendo 'hagan lo mío'”. “No”, tercia Abelló, “ahí no hubo nunca dogma alguno”. “Ni ego”, añade Luis Miguel. “Impresionaba verlo escuchar; dejó trabajar
. No creó la Fundación para que fuera un teatro en el que él hablara”. Guillermo Osorno, cronista y editor mexicano, cree que Gabo logró un milagro tan increíble como los que se leen en Cien años de soledad: “Creó en quince años una red de cronistas y editores que ahora constituyen lo más notable del periodo mundial en habla española…
Los lazos entre los alumnos siguen funcionando”.
En aquel entonces, México miraba a Estados Unidos y España, prosigue Luis Miguel, “se fijaba en Europa, y lo que la Fundación nos dio fue un referente hispanoamericano para ejercer el oficio. Y jóvenes y maduros, como Caparrós, Leila, Christian Alarcón, Julio Villanueva o Héctor Feliciano se convirtieron en puntos de referencia, de igual modo que lo fueron antes Gay Talese, Norman Mailer o Tom Wolfe”.
Prendió una obsesión del fundador: “En periodismo, ética y técnica con inseparables, como el zumbido del moscardón”.
Gabo deja esa herencia, pero el porvenir deja a sus discípulos un reto que simplifica Luis Miguel González:
“Para los medios se acabaron los privilegios; ahora tenemos que competir con los juegos electrónicos. Esto abre un periodo inmenso de lucha”.
Y en esa guerra se producirán bajas y sombras. García Márquez dejó dicho en Cien años de soledad que las especies en extinción no tendrán una segunda oportunidad sobre la tierra.
Ya se ve que ocurre con el oficio, obligado a competir con los juguetes o con la piratería. ¿Habrá para esta especie una segunda oportunidad sobre la tierra? Osorno: “La habrá. Las nuevas generaciones vendrán con historias nuevas”. Abello: “Las crisis siempre han generado tiempos mejores”.
Luis Miguel González: “Hay futuro, pero no para todos… Claramente, el futuro implica que el pastel será más chico. Habrá periodistas muy buenos que tendrán lo que quieran, y los que vienen detrás tendrán pocas oportunidades de prosperar.
Ese desequilibrio inmediato es preocupante”.
Abello trabajó 18 años con Gabo; “nunca tomé notas de lo que dijo, viví sin espiarlo; me queda su dulzura personal, una amistad; conocí sus vidas, la personal, la pública…
Me siento depositario de una confianza que me compromete para siempre y es un motivo de orgullo honrar en esta Fundación su deseo de contribuir a que el periodismo que quiso fuera mejor.
Era un gusto trabajar con él. Trabajábamos y luego nos íbamos a bailar.
Un día nos dijo, en Monterrey, después de una serie de actos de la Fundación: "'¡ Y pensar que todo esto estaba en nuestra imaginación!'” Tuvo dos hijos, un diseñador y un cineasta, e ideó esta Fundación para que la gente supiera por qué le tenía tanta gratitud a este oficio
. Él deja en herencia, también, su modo de hacerlo.
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