Un Blues

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Del material conque están hechos los sueños

22 abr 2014

Colombia despide a García Márque entre música clásica y vallenatos

La emblemática Plaza de Bolívar, en el centro de Bogotá, es el escenario donde los colombianos han empezado los actos de despdida de su premio Nobel de Literatura.

 

El Nobel colombiano Gabriel García Márquez.

Como ocurrió en México, el último adiós en Bogotá al más universal de los colombianos tenía que ocurrir donde se han despedido a los más grandes de este país, en la primera catedral que se construyó en la capital colombiana hace ya dos siglos y en el epicentro de los hechos más trascendentales para Colombia.
Pero el protocolo volvió a romperse como el día en que Gabo recibió el Nobel vestido con un liquiliqui. El homenaje solemne que Bogotá le dedicó rápidamente para “el más colombiano de los colombianos”, empezaron en una catedral, pero sin misa alguna, una ceremonia laica en esa ciudad que él describió como “de lloviznas heladas donde vivían los poetas”
. Luego, los actos se trasladaron a la emblemática Plaza de Bolívar, donde sus devotos lo despidieron en su viaje a la eternidad. Los actos de homenajes se realizaron acompasados con los deseos también de Mercedes Barcha, la viuda de Gabo.
Tal vez si García Márquez estuviera vivo, le hubieran asombrado los sones vallenatos que en la mañana del martes se escuchan a retazos en la fría capital colombiana.
 Afuera de la catedral están los legendarios hermanos López, Navín, que fue rey vallenato en 2002 y Pablo, quien acompañó a Gabo a recibir el Nobel de literatura en 1982, y que hoy con más de 80 años honra su amistad tocando la caja. “Cuando escuchaba un vallenato se volvía loco”, recuerda Navín que conoció al escritor en una feria del libro en La Habana.
Bogotá ha cambiado mucho desde cuando Gabo vivió en ella. Él solía recorrer la Plaza de Bolívar cuando apenas había terminado su bachillerato
. Lo hacía una y otra vez metido en unos tranvías de vidrios azules que por cinco centavos lo llevaban hasta la Avenida de Chile. Era su manera de pasar las tardes desoladas de los domingos.
Hoy, no hay filas de gente, como ayer a la entrada del Palacio de Bellas Artes en México, porque no hay una urna a la cual montar guardia de honor.
 Fabio Mosquera, un estudiante de derecho barranquillero, fue uno de los primeros en llegar enfundado en una chaqueta de paño para aguantar el frío de los cerros.
 Tiene 28 años y ha esperado con paciencia la hora del hastaluego.
 “Bien lo vale despedir al genio de Aracataca”.
Desde anoche, las flores amarillas empezaron a llegar a la Catedral Primada de Colombia. Allí arribó el presidente Juan Manuel Santos a las 12 del día y con su entrada, la Orquesta Sinfónica de Colombia interpretó la Marcha Fúnebre de Mozart.
 El Arzobispo de Bogotá, monseñor Rubén Salazar, dio un pequeño discurso; “una ceremonia litúrgica”. Luego vino el Réquiem, también de Mozart, una de las obras más conmovedoras del repertorio litúrgico universal y las palabras del mandatario colombiano, acompañado de su gabinete y su esposa María Clemencia Rodríguez y sus hijos.
El homenaje bogotano se cerró con música vallenata, en especial la que compuso su fallecido amigo Rafael Escalona a quien mencionó en Cien años de Soledad como el heredero de los secretos de Francisco el hombre, que venció al diablo en un duelo de acordeón
. Hace años, el poeta Juan Gustavo Cobo Borda, escribió que si se quería hacer una suerte de catálogo de las preferencias musicales del Nobel, lo encabezaría el vallenato, pasaría por boleros y llegaría a Bach, las Suite para chelo solo en la versión de Maurice Gendron. Pero por sobre todo, los músicos de la Sinfónica interpretaron aquello que más tuvo que ver con la vida de Gabo y sus libros, los cantos vallenatos de la costa del Caribe de Colombia
. Y el elegido es el memorable paseo La casa en el aire de su amigo Escalona.
Y así aunque Bogotá haya amanecido fría estos sones son un bálsamo para la tristeza que hoy embarga a Colombia.
 Los hermanos López, en la calle, le dieron el último adiós
. Siguieron entonces la Diosa Coronada, La Patillalera, La creciente del río Cesar y Jaime Molina. Tal vez, con está música los cachacos se contagien de eso que sentía Gabo cuando escuchaba los acordes: de la música de Francisco el hombre.
 “No sé qué tiene el acordeón de comunicativo que cuando lo oímos se nos arruga el sentimiento”.

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