También es casualidad que el único que no
mantiene la compostura sea el que lleva un traje más claro que los
otros, como si su vestimenta le confiriera unas libertades vetadas al
resto
. Las cosas, si ustedes se fijan, comienzan a deteriorarse a partir
del sexto individuo desde la derecha, que ya está claramente separado
de los anteriores.
Además de la brecha corporal, está el asunto de las
manos, que no las tiene colocadas como sus compañeros, sino cruzadas
sobre su regazo, como si perteneciera a otra orden religiosa, a otra
secta, quizá a otra categoría social.
No tenemos ni idea, vamos a
ciegas, como en casi todo. Observen que detrás de su pie izquierdo,
medio oculto por este y por la pata de la silla, se aprecia la
existencia de lo que podría ser un vaso de plástico en el que quizá se
acaba de tomar un café.
Pero ha ocultado el recipiente para no producir
mala impresión, cosa que al de su derecha le importa un pito.
Ahí está
su vaso, a la vista de todos, provocando en el universo un desorden al
que permanece ajeno, atento como vive a los mensajes de su móvi
l. Por si
fuera poco, tiene, al contrario del resto, las piernas cruzadas de un
modo que rompe también el equilibrio universal que intentan mantener los
cinco primeros individuos de la fila.
La entropía, en fin, avanza
imparable hacia la izquierda de la imagen, en cuyo extremo hallamos,
lógicamente, al sujeto despatarrado y roncando, sin consideración alguna
al esfuerzo que hacemos muchos cada día para que los planetas no se
vengan abajo.
Otra versión de la cigarra y la hormiga.
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