A
él le ofrecen un trabajo en otro país.
Ella debe poner en una balanza
acompañarle en la aventura o quedarse en su ciudad de siempre con su
empleo, si lo tiene
. Muchas, empujadas por la crisis que asola España y
por las ganas de vivir una experiencia en un país nuevo, optan por la
primera opción
. Si el hombre es el
que tiene mejor trabajo, la pareja decide continuar la carrera
profesional del marido porque económicamente es más beneficioso para la
familia.
En otros casos, aunque ella tenga trabajo estable, deciden
trasladarse a otro país porque el hombre ha encontrado allí empleo (bien
sea porque antes estuviera en paro o por una promoción o ascenso
profesional).
El idioma, el visado o las convalidaciones en determinadas profesiones suelen ser los impedimentos
principales entre la mujer y el mercado laboral del nuevo país.
Este
fenómeno de migración, que cada vez cobra más fuerza, le afectan
cuestiones como la identidad de género, las decisiones de pareja y el
momento del ciclo vital.
Así lo cree Estrella Montes, socióloga e investigadora de la Universidad de Salamanca
sobre las organizaciones, el mercado de trabajo y las relaciones de
género. Si el salario o las condiciones de vida son mejores en el país
de destino aparentemente es una decisión racional a favor de la familia,
pero en otros casos se tiñe de irracionalidad, según Montes.
“Da igual cómo lo enmascaremos en nuestra mente, siempre renunciamos
las mujeres
. Por supuesto, hay excepciones, pero son eso excepciones”,
añade.
María Gómez (nombre ficticio) se marchó hace seis meses a vivir a Miami
(Florida) por el trabajo de su marido. En Madrid dejó su propio
despacho de abogados y en su país de acogida no le convalidan el título
de abogacía, ya que el derecho anglosajón por el que se rigen es muy
diferente
. “Para poder ejercer tendría que ponerme a estudiar para pasar
un examen. Conlleva mucho tiempo y dinero”, explica
. Su sorpresa fue
mayor cuando descubrió que tampoco podría trabajar como abogada rotal
llevando procedimientos de nulidades canónicas, como hacía en España.
Antes de irse, pensaba que podría ser una opción
. Al llegar, su
esperanza se torció. “El arzobispado me comunicó que estos abogados no
cobran porque no es preceptiva su actuación en dichos procedimientos y
además tendría que estudiar más leyes”, dice recordando aquella
decepción.
La última alternativa para Gómez
sería ser asistente legal.
“Creo que hay una pequeña posibilidad pero
no podría pasar juicios que es lo que me gusta” comenta la letrada.
En
el país en el que vive, muchas son las mujeres que no tienen visado de
trabajo, ya que solo lo solicitaron para su marido, lo cual imposibilita
cualquier oportunidad de empleo.
Para Ana Torroba,
el primer obstáculo en la carrera de fondo que supuso su marcha al
extranjero por el traslado profesional de su novio fue el idioma.
Aunque
habla inglés y francés con fluidez, como periodista considera una
obligación vital manejar el alemán a la perfección.
“Si no dominas la
lengua, las posibilidades de progreso en la empresa son prácticamente
inexistentes”, opina.
Estos dos perfiles responden a la teoría en torno a la identidad de Estrella Montes,
convencida de que seguimos viviendo en una sociedad donde hombres y
mujeres no son educados igual, y como consecuencia, sus identidades no
se construyen de la misma manera. “Los hombres siguen pensado, aunque
sea inconscientemente, que deben ser el sustento económico de la familia
y aunque las mujeres se hayan incorporado al mercado de trabajo, no lo
ha hecho en igualdad de condiciones”, explica. Por ello, considera que
los aspectos que miden la decisión de emigrar son distintos según el
sexo.
“Si
la mujer trabaja, el hombre podría quedarse en España a la espera de un
trabajo pero las mujeres hemos aprendido a cuidar de los demás y a
renunciar. En nuestra identidad no es tan importante el trabajo como en
la de los hombres y especialmente si en la pareja hay hijos pequeños,
ninguna madre va a querer separarlos de su padre”, afirma la socióloga.
En
términos laborales, Montes opina que las madres son las más afectadas
en estos casos.
“Tienen menos tiempo de dedicarse a la búsqueda de
empleo, a la formación y tendrán más problemas para compatibilizar
trabajo y familia
. Teniendo en cuenta que seguramente no tenga ningún
tipo de apoyo familiar en el país de destino, se le complica el poder
asistir a entrevistas o entregar su currículum en persona”, dice la
socióloga.
Para
María Gómez, madre de tres niños, este aspecto es el más difícil de
superar.
“La peor parte de esta experiencia familiar siempre es para las
madres y más para las que dejan una profesión”, cuenta
. No obstante, su
despacho sigue en funcionamiento en Madrid a cargo de otra persona
mientras su impulsora hace un seguimiento diario del trabajo.
Para
Montes, este intervalo de tiempo entre dejar un empleo y tardar en
encontrar otro supone un parón profesional.
“El mercado es muy
competitivo y se penalizan estas situaciones.
Algunas empresas pueden
entenderlo como un bajo nivel de compromiso hacia la empresa”, asegura
la socióloga. Si durante su estancia la mujer encuentra trabajo, se
promociona o aprende idiomas, considera que puede suponerle mejoras
profesionales, añade.
Este
enriquecimiento es, precisamente, lo que persiguen Gómez y Torroba en
sus países de acogida.
A las dos les apasiona su profesión pero no dudan
en aprovechar su estancia y probar en otros sectores. Gómez se plantea
trabajar como agente inmobiliario o en una compañía de servicios de
relocalización de expatriados españoles en
Miami
. La periodista ha aprendido alemán en 10 meses, lo que le puede
ayudar a embarcarse en un proyecto nuevo que siempre tuvo en mente. “No
considero que esté perdiendo oportunidades porque se abren muchas más y
sigo ganando experiencia aunque ahora mismo no sea tangible”, dice
ilusionada.
A
pesar de las dificultades que le siguen planteando Estados Unidos y
Alemania a las expatriadas, ambas ven ventajas.
En el caso de la abogada
cree que es beneficioso para sus hijos, mientras Torroba valora la
transparencia política y social del país europeo.
Y es que la periodista
considera que la actitud es fundamental.
“Emigrar tiene que ser
sinónimo de abrir la mente, de ser capaz de percibir algunos matices de
la vida que para la mayoría, sumidos en la rutina y en las
circunstancias propias de la vida en el país natal, no son apreciables.
Irse fuera es muchas veces redescubrirse y reinventarse”.
¿Has emigrado con tu pareja? ¿Has pagado un alto precio? ¿Qué has aprendido? Deja tu comentario para contarnos tu experiencia.
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