Vivir es fácil con los ojos cerrados' de David Trueba triunfa con seis premios, entre ellos mejor película, dirección y actor
El presidente de la Academia del cine, Enrique González Macho, lamenta un año difícil para el cine y critica el IVA cultural.
El Goya fue para un hombre de 89 años que no se dedica al cine sino a
la educación. Juan Carrión, un viejo maestro de escuela sentado en
primera fila junto a David Trueba, director de Vivir es fácil con los ojos cerrados,
película inspirada en él y en su luminosa aventura detrás de un sueño:
conocer a John Lennon mientras rodaba en 1966 en Almería.
El viaje que conduce a este sueño es la película que ayer salió a hombros de los premios Goya, una comedia melancólica, alegre y triste, a bordo de un coche verde junto al maestro y dos jóvenes desesperados. Javier Cámara (al fin, Goya al mejor actor) da vida a ese profesor, a ese hombre obstinado que cree en el futuro de un país: sus jóvenes.
Trueba (mejor director, mejor guion) habló de las cosas que le importan, el cine, los actores, la familia, el periodismo y la política:
“Y es bueno recordar que en el cine español hay de todo, gente de izquierdas y de derechas”. Y habló, por supuesto, como en su película, de no perder nunca ni las ganas de vivir ni la esperanza. Un mensaje nada pueril en estos momentos.
Gracias a su ausencia, el ministro de Cultura, José Ignacio Wert, se convirtió en la presencia más importante de una noche incierta por la lluvia, por los duros gritos de los manifestantes a las puertas del Auditorio (trabajadores de Coca Cola, miembros de Stop Desahucios, figurantes de Madrid que denuncian la precariedad de su trabajo…) y por las declaraciones sobre el escenario de los miembros de una profesión ofendida y castigada
. El discurso del presidente de la Academia, Enrique González Macho, visiblemente nervioso y emocionado, supo a despedida.
Recordó que “hacer cine en España es un acto heroico”.
De esa heroicidad han nacido las películas que fueron premiadas: Las brujas de Zugarramurdi, de Álex de la Iglesia, que sumó ocho goyas de diez candidaturas y fue por número de estatuillas la virtual ganadora; Vivir es fácil con los ojos cerrados, de David Trueba, seis (mejor película, dirección, guion, actor, actriz revelación, banda sonora); La herida, dos (actriz y director revelación); La gran familia española, dos (canción original y actor de reparto) y Caníbal, uno (fotografía); .
Héroes que sacaron sus mejores galas y ánimos para ofrecer buena cara pese a las enormes dificultades económicas que atraviesan y el paro que registran muchos de sus trabajadores, especialmente los técnicos
. La espantada de Wert fue recibida como la gota que colma el vaso de un año aciago: la subida del IVA, la ausencia de un modelo de negocio consensuado entre Gobierno y sector, y la enorme inquietud desatada por el precio de las entradas ha dejado a la intemperie a un sector debilitado como nunca.
Se esperaba un gesto del Gobierno antes de esta noche (como ha ocurrido con sectores como el arte o el teatro) pero el único gesto fue una butaca vacía.
“No sé en cuántos países del mundo se aceptaría que un ministro haga tal acto de indiferencia hacia la industria que representa”, había señalado Javier Bardem.
“Es una chulería. Pero una chulería perfectamente consciente”.
En el escenario, el actor no dudó en tacharle de ministro de “anticultura”. Mariano Barroso (mejor guion adaptado por Todas las mujeres) se preguntó qué pasaría si el ministro de Defensa no fuese al desfile de las Fuerzas Armadas.
“Y esta noche están aquí las fuerzas armadas del cine. Usted debería dimitir”.
En esas fuerzas armadas del cine español hay todo tipo de rangos: generalas como Terele Pávez, de 74 años, elegida mejor actriz de reparto por Las brujas de Zugarramurdi, que subió llorando, tocándose la cara, casi sin palabras, y se lo dedicó a su único hijo, Carolo (“Todo esto es por una sonrisa tuya”) y a su oficio (“Os quiero tanto querida profesión
. Yo nunca he tenido otra meta en la vida que pertenecer a esto”). Capitanes como Marian Álvarez, mejor actriz por La herida, o Roberto Álamo, mejor actor de reparto por La gran familia española, que recordó la muerte de Philip Seymour Hoffman, “un referente para todos nosotros”. Y soldados rasos, como Natalia de Molina, de 21 años, mejor actriz revelación por Vivir es fácil con los ojos cerrados.
“David muchas gracias por creer en mí en un momento en el que es difícil creer en nada”, dijo la joven actriz que recordó una frase de su personaje, esa Belén errante y embarazada en una España gris e inmóvil, que en la España de la Ley del Aborto de Gallardón, tiene por desgracia resonancias en el presente: “No dejes que nadie elija nunca por ti”.
Manel Fuentes se estrenó como presentador de la gala con un guion en el que declaró su amor al cine español (“ya que no podemos sacar pecho de nuestra realidad saquémoslo con nuestra ficción”), tiró contra la ausencia de Wert (“Estamos en una gala histórica, la primera gala de los Goya sin un ministro de Cultura”) y contra otra de sus dianas favoritas (el ministro de Hacienda, Cristóbal Montoro).
Una gala que naufragó gracias a algunos inexplicables números musicales y un ritmo irregular pero que mereció la pena solo por el gran momento Femen de Joaquín Reyes, que provocó las carcajadas de las 2.000 personas que acudieron al Centro de Congresos Príncipe Felipe, en el hotel Auditorium de Madrid, una mole grandilocuente e impersonal capaz de mutar (como anoche) en cualquier cosa.
El viaje que conduce a este sueño es la película que ayer salió a hombros de los premios Goya, una comedia melancólica, alegre y triste, a bordo de un coche verde junto al maestro y dos jóvenes desesperados. Javier Cámara (al fin, Goya al mejor actor) da vida a ese profesor, a ese hombre obstinado que cree en el futuro de un país: sus jóvenes.
Trueba (mejor director, mejor guion) habló de las cosas que le importan, el cine, los actores, la familia, el periodismo y la política:
“Y es bueno recordar que en el cine español hay de todo, gente de izquierdas y de derechas”. Y habló, por supuesto, como en su película, de no perder nunca ni las ganas de vivir ni la esperanza. Un mensaje nada pueril en estos momentos.
Gracias a su ausencia, el ministro de Cultura, José Ignacio Wert, se convirtió en la presencia más importante de una noche incierta por la lluvia, por los duros gritos de los manifestantes a las puertas del Auditorio (trabajadores de Coca Cola, miembros de Stop Desahucios, figurantes de Madrid que denuncian la precariedad de su trabajo…) y por las declaraciones sobre el escenario de los miembros de una profesión ofendida y castigada
. El discurso del presidente de la Academia, Enrique González Macho, visiblemente nervioso y emocionado, supo a despedida.
Recordó que “hacer cine en España es un acto heroico”.
De esa heroicidad han nacido las películas que fueron premiadas: Las brujas de Zugarramurdi, de Álex de la Iglesia, que sumó ocho goyas de diez candidaturas y fue por número de estatuillas la virtual ganadora; Vivir es fácil con los ojos cerrados, de David Trueba, seis (mejor película, dirección, guion, actor, actriz revelación, banda sonora); La herida, dos (actriz y director revelación); La gran familia española, dos (canción original y actor de reparto) y Caníbal, uno (fotografía); .
Héroes que sacaron sus mejores galas y ánimos para ofrecer buena cara pese a las enormes dificultades económicas que atraviesan y el paro que registran muchos de sus trabajadores, especialmente los técnicos
. La espantada de Wert fue recibida como la gota que colma el vaso de un año aciago: la subida del IVA, la ausencia de un modelo de negocio consensuado entre Gobierno y sector, y la enorme inquietud desatada por el precio de las entradas ha dejado a la intemperie a un sector debilitado como nunca.
Se esperaba un gesto del Gobierno antes de esta noche (como ha ocurrido con sectores como el arte o el teatro) pero el único gesto fue una butaca vacía.
“No sé en cuántos países del mundo se aceptaría que un ministro haga tal acto de indiferencia hacia la industria que representa”, había señalado Javier Bardem.
“Es una chulería. Pero una chulería perfectamente consciente”.
En el escenario, el actor no dudó en tacharle de ministro de “anticultura”. Mariano Barroso (mejor guion adaptado por Todas las mujeres) se preguntó qué pasaría si el ministro de Defensa no fuese al desfile de las Fuerzas Armadas.
“Y esta noche están aquí las fuerzas armadas del cine. Usted debería dimitir”.
En esas fuerzas armadas del cine español hay todo tipo de rangos: generalas como Terele Pávez, de 74 años, elegida mejor actriz de reparto por Las brujas de Zugarramurdi, que subió llorando, tocándose la cara, casi sin palabras, y se lo dedicó a su único hijo, Carolo (“Todo esto es por una sonrisa tuya”) y a su oficio (“Os quiero tanto querida profesión
. Yo nunca he tenido otra meta en la vida que pertenecer a esto”). Capitanes como Marian Álvarez, mejor actriz por La herida, o Roberto Álamo, mejor actor de reparto por La gran familia española, que recordó la muerte de Philip Seymour Hoffman, “un referente para todos nosotros”. Y soldados rasos, como Natalia de Molina, de 21 años, mejor actriz revelación por Vivir es fácil con los ojos cerrados.
“David muchas gracias por creer en mí en un momento en el que es difícil creer en nada”, dijo la joven actriz que recordó una frase de su personaje, esa Belén errante y embarazada en una España gris e inmóvil, que en la España de la Ley del Aborto de Gallardón, tiene por desgracia resonancias en el presente: “No dejes que nadie elija nunca por ti”.
Manel Fuentes se estrenó como presentador de la gala con un guion en el que declaró su amor al cine español (“ya que no podemos sacar pecho de nuestra realidad saquémoslo con nuestra ficción”), tiró contra la ausencia de Wert (“Estamos en una gala histórica, la primera gala de los Goya sin un ministro de Cultura”) y contra otra de sus dianas favoritas (el ministro de Hacienda, Cristóbal Montoro).
Una gala que naufragó gracias a algunos inexplicables números musicales y un ritmo irregular pero que mereció la pena solo por el gran momento Femen de Joaquín Reyes, que provocó las carcajadas de las 2.000 personas que acudieron al Centro de Congresos Príncipe Felipe, en el hotel Auditorium de Madrid, una mole grandilocuente e impersonal capaz de mutar (como anoche) en cualquier cosa.
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