Su propósito de partida parece ser la autoficción, pero el elemento que condiciona —para mal— la fortuna de la propuesta es la decisión de haber buscado a una actriz profesional.
Cada vez resulta más frecuente para el crítico toparse con películas
que le obligan a hablar de eso que, según la terminología empleada por
algunos círculos del gremio, se denomina el dispositivo. ¿Cómo definir
al dispositivo?
Con cierto margen de error, podría decirse que es el corsé conceptual que determina, condiciona y restringe la manera de servir el relato
. Un pequeño pulso de la sofisticación contra las leyes del relato clásico, pero, también, la posibilidad de nuevas formas de dogmatismo o la oportunidad de vender gato por liebre.
El dispositivo puede condicionar la dramaturgia, estructura o mirada de una película, cuando no todos los elementos al mismo tiempo.
Sirva como ejemplo una paradigmática película de dispositivo: Tiro en la cabeza (2008), en la que Jaime Rosales tomó la controvertida decisión de registrar la normalidad social de un terrorista en teleobjetivo, sin diálogos, hasta llegar a la gélida y desdramatizada representación de un acto violento.
Family Tour, primer largometraje de Liliana Torres, es, también, una película de dispositivo
. Su propósito de partida parece ser el de la auto-ficción, pero el elemento que condiciona —para mal— la fortuna de la propuesta es la decisión, por parte de Torres, de haber buscado a una actriz profesional (Nuria Gago) como figura mediadora.
La película narra el regreso de la protagonista a su entorno familiar durante un mes de vacaciones, después de lo que se supone una larga temporada instalada en México, territorio de adopción con nuevos asideros tanto profesionales como sentimentales
. Salvo Nuria Gago —que “hace de” Liliana Torres—, el resto del elenco está encarnado por la propia familia de la directora, actores no profesionales entre quienes la fortuna ha repartido con disparidad la capacidad de comunicar, con verdad y verosimilitud, que son “ellos mismos” en la pantalla.
El dispositivo genera, así, una distancia insalvable entre la protagonista y el resto del reparto que, en cierta medida, sirve al propósito de la historia: lo que se supone que Torres quiere contar es su propia experiencia de extrañamiento frente a lo que fue su universo íntimo de afectos.
Los problemas no acaban ahí: lo que finalmente transmite Nuria Gago es una altiva arrogancia que, en ocasiones, emparenta Family Tour a un hipotético capítulo de The Twilight Zone donde una niña bien se despierta en el seno de una pesadilla de clase media… y arruga la nariz
. Cuando, en el transcurso de la conversación con el padre, la protagonista verbaliza de qué va supuestamente todo esto —la pérdida de la inocencia y el desamparo íntmo— queda suficientemente claro que los dispositivos suelen ser mala estrategia para enmascarar la ingenuidad.
Con cierto margen de error, podría decirse que es el corsé conceptual que determina, condiciona y restringe la manera de servir el relato
. Un pequeño pulso de la sofisticación contra las leyes del relato clásico, pero, también, la posibilidad de nuevas formas de dogmatismo o la oportunidad de vender gato por liebre.
El dispositivo puede condicionar la dramaturgia, estructura o mirada de una película, cuando no todos los elementos al mismo tiempo.
Sirva como ejemplo una paradigmática película de dispositivo: Tiro en la cabeza (2008), en la que Jaime Rosales tomó la controvertida decisión de registrar la normalidad social de un terrorista en teleobjetivo, sin diálogos, hasta llegar a la gélida y desdramatizada representación de un acto violento.
Family Tour, primer largometraje de Liliana Torres, es, también, una película de dispositivo
. Su propósito de partida parece ser el de la auto-ficción, pero el elemento que condiciona —para mal— la fortuna de la propuesta es la decisión, por parte de Torres, de haber buscado a una actriz profesional (Nuria Gago) como figura mediadora.
La película narra el regreso de la protagonista a su entorno familiar durante un mes de vacaciones, después de lo que se supone una larga temporada instalada en México, territorio de adopción con nuevos asideros tanto profesionales como sentimentales
. Salvo Nuria Gago —que “hace de” Liliana Torres—, el resto del elenco está encarnado por la propia familia de la directora, actores no profesionales entre quienes la fortuna ha repartido con disparidad la capacidad de comunicar, con verdad y verosimilitud, que son “ellos mismos” en la pantalla.
El dispositivo genera, así, una distancia insalvable entre la protagonista y el resto del reparto que, en cierta medida, sirve al propósito de la historia: lo que se supone que Torres quiere contar es su propia experiencia de extrañamiento frente a lo que fue su universo íntimo de afectos.
Los problemas no acaban ahí: lo que finalmente transmite Nuria Gago es una altiva arrogancia que, en ocasiones, emparenta Family Tour a un hipotético capítulo de The Twilight Zone donde una niña bien se despierta en el seno de una pesadilla de clase media… y arruga la nariz
. Cuando, en el transcurso de la conversación con el padre, la protagonista verbaliza de qué va supuestamente todo esto —la pérdida de la inocencia y el desamparo íntmo— queda suficientemente claro que los dispositivos suelen ser mala estrategia para enmascarar la ingenuidad.
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