Mi jefe sale en la tele, yo no tengo la culpa. Al principio, te hace
gracia ver a tu señorito ahí, en primerísimo plano, tan sencillo, tan
humano: él, que no se besa porque no se llega a los carrillos. Con ese
terno y esa corbatamanta de subsecretario: él, que no lo sacas de los
chinos y la rebeca de borreguillo.
Con ese tono templado, que no tibio: él, que no necesitaría megáfono para disolver a voces una mani de mineros de El Bierzo
. Con esa cabeza privilegiada, en fin —eso no se lo discute nadie—, en la que caben holgadamente la crisis económica, la política y la del Estado de las autonomías, desafío soberanista incluido. Pero, luego, todo cansa. Lo de mi telejerarca, digo.
Escaparte a un bar de polígono a evadirte del curro y darte de morros con tu caporal controlándote desde un plasma de 60 pulgadas no es plato de gusto. Además, cuando viene del plató, trae un pavo que ni Mario Vaquerizo en los Grammy Latinos.
El último día vino subidito porque traía la exclusiva del siglo. Que la de maquillaje le había aplicado el último grito en belleza masculina, una especie de garrote vil (sic) que le abriría el ojo hasta al líder norcoreano, nos reveló a sus esbirras, como si nos descubriera los polvos del Nilo
. O sea: un rizapestañas de los que hay noticias desde Cleopatra y Marco Antonio, que mucho dárselas de estar en la pomada, pero en lo tocante a afeites se quedó en lo del hombre y el oso, el analista. Para mí, no obstante, que se ha mercado el artilugio, porque está arrebatador, el tío. Menudos ojazos tenía el ladrón debajo de esas dos cejas. Y cambio de tercio, que las atracciones fatales son muy malas y luego pasa lo de Paco González con su fan secreta.
Que se lo digan a la inocentona de Cristina, condenada a bajar al averno del juez Castro por el amor debido a su legítimo esposo.
Ella, una tierna infanta, como su propio nombre indica, que tendría que estar bajo el ala de la Fiscalía de Menores, y no pendiente de lo que entraba o dejaba de entrar en la choza de Pedralbes
. Menos mal que Horrach ha cogido el testigo y la tiene entre algodones egipcios de 1.800 hilos, porque vale que lo de Nóos tiene delito, pero lo que ha padecido esa chica por ese hombre es de juzgado de guardia. Carros, carretas y varios pares bien puestos de las que tiran más que las susodichas, ha tenido que tragar Cristina Federica por conservar a ese Adonis, perdón Iñaki —siempre me confundo con los nombres vascos— que, pudiendo librarla de ese cáliz apoquinando los seis kilos que esquilmó presuntamente al erario público, la ha dejado sola con las fuerzas y cuerpos de Seguridad del Estado ante el peligro.
Y mira, chica, yo en la dinámica de pareja ni entro ni salgo. No es la primera ni la última que sufre en silencio ciertas protuberancias.
Mira Rupert Murdoch y Cherie Blair, tanto poder y tanta gloria para enterarse por la prensa de que Wendy y Tony se los ponían como estacas. Pero aquí la que no corre, vuela.
Y, porque creo que los títulos ya están pillados por el Canal Historia, que si no registraba la marca Cristina la Loca e Iñaki el Hermoso, la teleserie, y me forraba. Vasile, Carlotti: soy toda vuestra. Y te dejo, que empieza el programa de mi jefe y me pone como una moto.
Con ese tono templado, que no tibio: él, que no necesitaría megáfono para disolver a voces una mani de mineros de El Bierzo
. Con esa cabeza privilegiada, en fin —eso no se lo discute nadie—, en la que caben holgadamente la crisis económica, la política y la del Estado de las autonomías, desafío soberanista incluido. Pero, luego, todo cansa. Lo de mi telejerarca, digo.
Escaparte a un bar de polígono a evadirte del curro y darte de morros con tu caporal controlándote desde un plasma de 60 pulgadas no es plato de gusto. Además, cuando viene del plató, trae un pavo que ni Mario Vaquerizo en los Grammy Latinos.
El último día vino subidito porque traía la exclusiva del siglo. Que la de maquillaje le había aplicado el último grito en belleza masculina, una especie de garrote vil (sic) que le abriría el ojo hasta al líder norcoreano, nos reveló a sus esbirras, como si nos descubriera los polvos del Nilo
. O sea: un rizapestañas de los que hay noticias desde Cleopatra y Marco Antonio, que mucho dárselas de estar en la pomada, pero en lo tocante a afeites se quedó en lo del hombre y el oso, el analista. Para mí, no obstante, que se ha mercado el artilugio, porque está arrebatador, el tío. Menudos ojazos tenía el ladrón debajo de esas dos cejas. Y cambio de tercio, que las atracciones fatales son muy malas y luego pasa lo de Paco González con su fan secreta.
Que se lo digan a la inocentona de Cristina, condenada a bajar al averno del juez Castro por el amor debido a su legítimo esposo.
Ella, una tierna infanta, como su propio nombre indica, que tendría que estar bajo el ala de la Fiscalía de Menores, y no pendiente de lo que entraba o dejaba de entrar en la choza de Pedralbes
. Menos mal que Horrach ha cogido el testigo y la tiene entre algodones egipcios de 1.800 hilos, porque vale que lo de Nóos tiene delito, pero lo que ha padecido esa chica por ese hombre es de juzgado de guardia. Carros, carretas y varios pares bien puestos de las que tiran más que las susodichas, ha tenido que tragar Cristina Federica por conservar a ese Adonis, perdón Iñaki —siempre me confundo con los nombres vascos— que, pudiendo librarla de ese cáliz apoquinando los seis kilos que esquilmó presuntamente al erario público, la ha dejado sola con las fuerzas y cuerpos de Seguridad del Estado ante el peligro.
Y mira, chica, yo en la dinámica de pareja ni entro ni salgo. No es la primera ni la última que sufre en silencio ciertas protuberancias.
Mira Rupert Murdoch y Cherie Blair, tanto poder y tanta gloria para enterarse por la prensa de que Wendy y Tony se los ponían como estacas. Pero aquí la que no corre, vuela.
Y, porque creo que los títulos ya están pillados por el Canal Historia, que si no registraba la marca Cristina la Loca e Iñaki el Hermoso, la teleserie, y me forraba. Vasile, Carlotti: soy toda vuestra. Y te dejo, que empieza el programa de mi jefe y me pone como una moto.
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