Del ultramarinos al ‘aula gourmet’.
Establecimientos que combinan la venta de productos de gran calidad con sesiones de degustación y clases magistrales.
Una selección de pequeños templos de la gastronomía.
En muchos mercados a la última, atípicos o de diseño, la gente no va a
comprar, sino a disfrutar comiendo
. Y mientras está allí se interesa por productos y acaba comprando.
Podrían considerarse food halls (galerías gastronómicas) al más puro estilo londinense.
Lugares para degustar y comprar, con lineales atiborrados, barras para picar, restaurantes informales y muchas mesitas, altas o bajas.
En toda Europa existen enclaves en esta línea: el famoso Ka De We en Berlín, la planta gourmet de las Galeries Lafayette en París y los food halls de Harrod’s, Selfridges y John Lewis en Londres.
Y en Turín y Nueva York y otras ciudades italianas, el renombrado Eataly.
En definitiva, lugares donde se come y se compra.
Lo mismo sucede en algunos de los mercados de moda en España
. Es el caso del de San Miguel, casi reservado a turistas, y el de San Antón, ambos en Madrid, o el de El Olivar en Palma de Mallorca
. En Barcelona no escapan a la tendencia la famosa Boquería, donde cada día se venden más cosas para degustar de pie, ni tampoco el mercado de Santa Caterina, donde triunfa el local de Rosa Esteva. La lista se haría infinita.
Una línea en la que se encuentran los Gourmet Experience de El Corte Inglés, que se suman a la tendencia.
Se reconozca o no, los conceptos que rodean a los comercios gourmet de última generación han cambiado por completo.
Los clientes que se acercan a estos lugares no solo buscan calidad, sino la posibilidad de vivir experiencias.
Comer y comprar, catar y probar, degustar y dialogar son los verbos que rodean las preferencias de las sociedades modernas, cada vez más participativas en todos los ámbitos.
El gastronómico no escapa a las corrientes en boga
. Es lógico que los reductos antaño reservados a gourmets procedan a abrir sus puertas.
Detrás de estos nuevos comercios siempre hay especialistas
. No son meros entendidos, sino apasionados de su trabajo que ofrecen a sus clientes aquello con lo que disfrutan
. En sus estanterías se pueden hacer grandes hallazgos: huevos de caserío, conservas afinadas durante años, pollos de corral con garantía de origen, carnes con trazabilidad asegurada y hasta panes especiales.
Estos lugares no se conforman con ofrecer exquisiteces únicas, sino que difunden su conocimiento, la cultura que los acompaña
. A su alrededor proliferan cursillos de cata, degustaciones programadas o clases presenciales con maestros donde los asistentes intervienen y se impregnan de conocimiento.
Son comercios que venden productos de calidad, pero también experiencias asociadas.
Muchos de ellos disponen de clubes a los que es fácil afiliarse.
Un sistema que da acceso a eventos periódicos, algunos de gran relevancia
. Entre ellos, el Club de Vila Viniteca, fundado en 1992, en el que expertos sumilleres y enólogos consiguen para sus asociados vinos de producciones limitadas.
Lo mismo que Lavinia, que permite reservar en primicia ciertas botellas antes de que lleguen al mercado
. Más aún: Quim Vila, propietario de Vila Viniteca, organiza premios, fiestas y un evento bienal –La Música del Vi– de cata por parejas.
Ningún comercio gourmet que se precie se concibe tampoco sin una venta digital de sus productos. Ni casi tampoco sin blogs o foros en Internet en los que los usuarios puedan verter sus opiniones. Algunas tiendas especializadas disponen también de restaurantes que, a modo de prolongación de sus espacios, permiten disfrutar de sus productos.
Es el caso de Poncelet, en Madrid, la mejor tienda de quesos de España, que ofrece magníficas tablas surtidas en su Cheese Bar. O Casa Pepe en Barcelona, donde los espacios de degustación y compra casi se confunden.
Comprar, comer y beber, vivir experiencias e impregnarse de cultura gastronómica
. Es el signo de los tiempos que corren
. Y mientras está allí se interesa por productos y acaba comprando.
Podrían considerarse food halls (galerías gastronómicas) al más puro estilo londinense.
Lugares para degustar y comprar, con lineales atiborrados, barras para picar, restaurantes informales y muchas mesitas, altas o bajas.
En toda Europa existen enclaves en esta línea: el famoso Ka De We en Berlín, la planta gourmet de las Galeries Lafayette en París y los food halls de Harrod’s, Selfridges y John Lewis en Londres.
Y en Turín y Nueva York y otras ciudades italianas, el renombrado Eataly.
En definitiva, lugares donde se come y se compra.
Lo mismo sucede en algunos de los mercados de moda en España
. Es el caso del de San Miguel, casi reservado a turistas, y el de San Antón, ambos en Madrid, o el de El Olivar en Palma de Mallorca
. En Barcelona no escapan a la tendencia la famosa Boquería, donde cada día se venden más cosas para degustar de pie, ni tampoco el mercado de Santa Caterina, donde triunfa el local de Rosa Esteva. La lista se haría infinita.
Una línea en la que se encuentran los Gourmet Experience de El Corte Inglés, que se suman a la tendencia.
Se reconozca o no, los conceptos que rodean a los comercios gourmet de última generación han cambiado por completo.
Los clientes que se acercan a estos lugares no solo buscan calidad, sino la posibilidad de vivir experiencias.
Comer y comprar, catar y probar, degustar y dialogar son los verbos que rodean las preferencias de las sociedades modernas, cada vez más participativas en todos los ámbitos.
El gastronómico no escapa a las corrientes en boga
. Es lógico que los reductos antaño reservados a gourmets procedan a abrir sus puertas.
Detrás de estos nuevos comercios siempre hay especialistas
. No son meros entendidos, sino apasionados de su trabajo que ofrecen a sus clientes aquello con lo que disfrutan
. En sus estanterías se pueden hacer grandes hallazgos: huevos de caserío, conservas afinadas durante años, pollos de corral con garantía de origen, carnes con trazabilidad asegurada y hasta panes especiales.
Estos lugares no se conforman con ofrecer exquisiteces únicas, sino que difunden su conocimiento, la cultura que los acompaña
. A su alrededor proliferan cursillos de cata, degustaciones programadas o clases presenciales con maestros donde los asistentes intervienen y se impregnan de conocimiento.
Son comercios que venden productos de calidad, pero también experiencias asociadas.
Muchos de ellos disponen de clubes a los que es fácil afiliarse.
Un sistema que da acceso a eventos periódicos, algunos de gran relevancia
. Entre ellos, el Club de Vila Viniteca, fundado en 1992, en el que expertos sumilleres y enólogos consiguen para sus asociados vinos de producciones limitadas.
Lo mismo que Lavinia, que permite reservar en primicia ciertas botellas antes de que lleguen al mercado
. Más aún: Quim Vila, propietario de Vila Viniteca, organiza premios, fiestas y un evento bienal –La Música del Vi– de cata por parejas.
Ningún comercio gourmet que se precie se concibe tampoco sin una venta digital de sus productos. Ni casi tampoco sin blogs o foros en Internet en los que los usuarios puedan verter sus opiniones. Algunas tiendas especializadas disponen también de restaurantes que, a modo de prolongación de sus espacios, permiten disfrutar de sus productos.
Es el caso de Poncelet, en Madrid, la mejor tienda de quesos de España, que ofrece magníficas tablas surtidas en su Cheese Bar. O Casa Pepe en Barcelona, donde los espacios de degustación y compra casi se confunden.
Comprar, comer y beber, vivir experiencias e impregnarse de cultura gastronómica
. Es el signo de los tiempos que corren
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