¿Glorificación o denuncia?
Entre esas aguas se mueve Martin Scorsese con su nuevo estreno, El lobo de Wall Street, película criticada por sus excesos mientras otros ven un cuento moral cargado de humor negro sobre los abusos de Wall Street y, en especial, de Jordan Belfort en el mercado bursátil de los 90 en el que se movió esta especie de Gordon Gekko.
Para el realizador neoyorquino de 71 años El lobo de Wall Steetno es más que cine y del bueno, espera. “Que sean los demás quienes hablen del estado de nuestro sistema jurídico a la vista de lo que muestro.
De nuestros valores como sociedad.
Yo no soy juez, solo hago cine. De hecho apenas traté con Jordan Belfort durante el rodaje”.
Así se distanció el cineasta de las acciones de sus protagonistas de una historia basada en hechos reales.
Lo suyo nunca fue el cine denuncia, anteponiendo siempre su amor por el medio a cualquier ideología, incluso cuando apoyó a leyendas cinematográficas como Elia Kazan a pesar de su participación en la caza de brujas
. Y de excesos, Scorsese sabe lo suyo tras filmes como Casino, Uno de los nuestros, Taxi Driver o Toro Salvaje.
El propio Scorsese ve claros paralelismos entre El lobo de Wall Street y las dos primeras.
Pero si en ellas corrían ríos de sangre aquí la avaricia rompe el saco, las langostas y los enanos saltan por los aires y el sexo y las drogas son tan abundantes como poco atrayentes. “
Es la historia de una locura, de la obscena mentalidad de un negocio podrido, y así lo quise mostrar. Sin prebendas, con toda la libertad que necesitaba para dejar clara la impunidad con se movían mis sujetos”, explica de un filme que además de defender dos candidaturas a los Globos de Oro que se entregan el domingo ha ganado el dudoso honor de ser la película estadounidense que suelta más palabrotas, incluidos los 506 “joder” contados en sus 180 minutos de metraje.
Mafiosos y ladrones de guante blanco trabajando desde la impunidad de la Bolsa, el tratamiento es el mismo en las manos de Scorsese. Figuras que pese a sus fechorías gozan de un cierto poder hipnótico. “Sigue siendo un crimen, pero en este caso más peligroso porque parece que cuenta con la aprobación de nuestra cultura”, añade el director.
De eso es precisamente de lo que le acusan en esta ocasión, de glorificar a una figura como la de Belfort, interpretada por un Leonardo DiCaprio que el maestro acerca una vez más a la perfección.
Se trata de alguien que tan sólo cumplió 22 meses de cárcel y fue uno de los agentes de las desigualdades actuales. En una carta abierta a los medios la hija de uno de los cómplices de Belfort, Christina McDowell, así lo recuerda asegurando que su padre también ha timado a Scorsese.
El realizador prefiere no responder a estas acusaciones pero a la hora de explicar su fascinación por el tema lo hace en el lenguaje que conoce, el cinematográfico.
“Si hubo siempre una película que me cautivó fue Avaricia —asegura en referencia al clásico de 1925 de Eric von Stroheim—.
Un filme que sigue siendo relevante, una de las mejores”.
Esa es la única motivación detrás de su cine, aspirar a la perfección
. Y confiar, como dice, no sólo en la recreación de los estilos que ya ha utilizado y le han ganado su estatus de leyenda viva, sino en la esperanza de “hacer algo nuevo”, de seguir avanzando.
A su paso por el festival de cine de Marraquesh, del que fue jurado, Scorsese dio a entender que su carrera estaba a punto de concluir.
No es la primera vez que habla de ello.
De hecho su amor por DiCaprio va más allá de su calidad como actor que dice apreciar desde ¿A quién ama Gilbert Grape?, “una película que muchos parecen haber olvidado”.
En Leo también encuentra a alguien que renovó su “energía” tras media vida dedicada al cine
. Que le dio nuevas historias que contar en un momento en el que dudaba de poder hacer algo nuevo.
Como El lobo de Wall Street, autobiografía que DiCaprio y su productora, Appian Way, llevaban persiguiendo desde 2007 y que Scorsese, un lego en temas bursátiles, se tomó como una provocación. Porque, como afirma nostálgico, en los 60 y 70, décadas a las que su nombre pertenece, se hablaba de otro cambio. “O eso nos hacían pensar”, apostilla con sarcasmo.
El cine denuncia lo ve ahora como una quimera, algo que vimos por última vez en las películas del neorrealismo italiano que tanto le gustan.
Pero no así el buen cine, donde Scorsese elogia a directores como Wong Kar-wai o Nicholas Winding Refn, una nueva generación en la que siente que ha dejado huella.
“No hablo de copia sino de interpretación, hablo de la capacidad de inspirar a otros a la hora de interpretar visualmente el mundo que les rodea”, agrega.
Y no todo está perdido porque como recuerda hablando de su hija Francesca, de 15 y que todavía no ha visto la cinta, lo que también quiere que se quede con ella es “la conversación” que la cinta genere.
Entre esas aguas se mueve Martin Scorsese con su nuevo estreno, El lobo de Wall Street, película criticada por sus excesos mientras otros ven un cuento moral cargado de humor negro sobre los abusos de Wall Street y, en especial, de Jordan Belfort en el mercado bursátil de los 90 en el que se movió esta especie de Gordon Gekko.
Para el realizador neoyorquino de 71 años El lobo de Wall Steetno es más que cine y del bueno, espera. “Que sean los demás quienes hablen del estado de nuestro sistema jurídico a la vista de lo que muestro.
De nuestros valores como sociedad.
Yo no soy juez, solo hago cine. De hecho apenas traté con Jordan Belfort durante el rodaje”.
Así se distanció el cineasta de las acciones de sus protagonistas de una historia basada en hechos reales.
Lo suyo nunca fue el cine denuncia, anteponiendo siempre su amor por el medio a cualquier ideología, incluso cuando apoyó a leyendas cinematográficas como Elia Kazan a pesar de su participación en la caza de brujas
. Y de excesos, Scorsese sabe lo suyo tras filmes como Casino, Uno de los nuestros, Taxi Driver o Toro Salvaje.
El propio Scorsese ve claros paralelismos entre El lobo de Wall Street y las dos primeras.
Pero si en ellas corrían ríos de sangre aquí la avaricia rompe el saco, las langostas y los enanos saltan por los aires y el sexo y las drogas son tan abundantes como poco atrayentes. “
Es la historia de una locura, de la obscena mentalidad de un negocio podrido, y así lo quise mostrar. Sin prebendas, con toda la libertad que necesitaba para dejar clara la impunidad con se movían mis sujetos”, explica de un filme que además de defender dos candidaturas a los Globos de Oro que se entregan el domingo ha ganado el dudoso honor de ser la película estadounidense que suelta más palabrotas, incluidos los 506 “joder” contados en sus 180 minutos de metraje.
Mafiosos y ladrones de guante blanco trabajando desde la impunidad de la Bolsa, el tratamiento es el mismo en las manos de Scorsese. Figuras que pese a sus fechorías gozan de un cierto poder hipnótico. “Sigue siendo un crimen, pero en este caso más peligroso porque parece que cuenta con la aprobación de nuestra cultura”, añade el director.
De eso es precisamente de lo que le acusan en esta ocasión, de glorificar a una figura como la de Belfort, interpretada por un Leonardo DiCaprio que el maestro acerca una vez más a la perfección.
Se trata de alguien que tan sólo cumplió 22 meses de cárcel y fue uno de los agentes de las desigualdades actuales. En una carta abierta a los medios la hija de uno de los cómplices de Belfort, Christina McDowell, así lo recuerda asegurando que su padre también ha timado a Scorsese.
El realizador prefiere no responder a estas acusaciones pero a la hora de explicar su fascinación por el tema lo hace en el lenguaje que conoce, el cinematográfico.
“Si hubo siempre una película que me cautivó fue Avaricia —asegura en referencia al clásico de 1925 de Eric von Stroheim—.
Un filme que sigue siendo relevante, una de las mejores”.
Esa es la única motivación detrás de su cine, aspirar a la perfección
. Y confiar, como dice, no sólo en la recreación de los estilos que ya ha utilizado y le han ganado su estatus de leyenda viva, sino en la esperanza de “hacer algo nuevo”, de seguir avanzando.
A su paso por el festival de cine de Marraquesh, del que fue jurado, Scorsese dio a entender que su carrera estaba a punto de concluir.
No es la primera vez que habla de ello.
De hecho su amor por DiCaprio va más allá de su calidad como actor que dice apreciar desde ¿A quién ama Gilbert Grape?, “una película que muchos parecen haber olvidado”.
En Leo también encuentra a alguien que renovó su “energía” tras media vida dedicada al cine
. Que le dio nuevas historias que contar en un momento en el que dudaba de poder hacer algo nuevo.
Como El lobo de Wall Street, autobiografía que DiCaprio y su productora, Appian Way, llevaban persiguiendo desde 2007 y que Scorsese, un lego en temas bursátiles, se tomó como una provocación. Porque, como afirma nostálgico, en los 60 y 70, décadas a las que su nombre pertenece, se hablaba de otro cambio. “O eso nos hacían pensar”, apostilla con sarcasmo.
El cine denuncia lo ve ahora como una quimera, algo que vimos por última vez en las películas del neorrealismo italiano que tanto le gustan.
Pero no así el buen cine, donde Scorsese elogia a directores como Wong Kar-wai o Nicholas Winding Refn, una nueva generación en la que siente que ha dejado huella.
“No hablo de copia sino de interpretación, hablo de la capacidad de inspirar a otros a la hora de interpretar visualmente el mundo que les rodea”, agrega.
Y no todo está perdido porque como recuerda hablando de su hija Francesca, de 15 y que todavía no ha visto la cinta, lo que también quiere que se quede con ella es “la conversación” que la cinta genere.
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