En un artículo llamado Mi nombre es Camba, publicado en el diario ABC en 1913 (e incluído en el libro Maneras de ser periodista,2013,
Libros del K.O.), el columnista español Julio Camba decía: “(...)
quiero que sepan mi nombre y que se familiaricen pronto conmigo.
Entrar en un periódico es para uno como entrar en el seno de una familia desconocida”. Es un asunto de educación básica: cuando uno llega a un sitio nuevo —la mesa de un bar, la contratapa de un diario— lo primero es presentarse, saludar.
De modo que aquí voy: mi nombre es Leila Guerriero, soy argentina, soy periodista, vivo en Buenos Aires. Estaré aquí un tiempo, hablando, hablándoles. ¿De qué?
Del tamaño de la aridez de nuestros corazones.
De repollos y reyes y de por qué el mar hierve y de si los cerdos tienen alas. Del horror del amor cuando termina.
De todas las cosas que estaban hechas para olvidar que no hemos olvidado nunca; de las que estaban hechas para no olvidar jamás (el dolor, los muertos queridos, aquella tarde en la arena) y que, sin embargo, hemos olvidado para siempre.
De los fantasmas de Navidades pasadas. De un hombre japonés que conocí en las Filipinas. Del Papa. De la Patagonia y de los mercados de Latinoamérica y del terror gélido de los cuartos de hotel en todas partes. De la chica que ayer, en el metro, se mordía los labios como si fuera a comérselos y que parecía —toda ella— una planta carnívora.
De esta línea de Marosa di Giorgio, uruguaya, rara: “Los jazmines eran grandes y brillantes como hechos con huevos y con lágrimas”.
De esas cosas, o de otras y, a veces, inevitablemente, de cosas que no le importarán a nadie. Pero aquí estaré, no sé durante cuanto tiempo.
Y cuando digo “aquí”, y cuando digo “no sé durante cuánto tiempo”, quiero decir aquí: en esta página, pero, también, en esta tierra.
Nos pasa a todos.
Entrar en un periódico es para uno como entrar en el seno de una familia desconocida”. Es un asunto de educación básica: cuando uno llega a un sitio nuevo —la mesa de un bar, la contratapa de un diario— lo primero es presentarse, saludar.
De modo que aquí voy: mi nombre es Leila Guerriero, soy argentina, soy periodista, vivo en Buenos Aires. Estaré aquí un tiempo, hablando, hablándoles. ¿De qué?
Del tamaño de la aridez de nuestros corazones.
De repollos y reyes y de por qué el mar hierve y de si los cerdos tienen alas. Del horror del amor cuando termina.
De todas las cosas que estaban hechas para olvidar que no hemos olvidado nunca; de las que estaban hechas para no olvidar jamás (el dolor, los muertos queridos, aquella tarde en la arena) y que, sin embargo, hemos olvidado para siempre.
De los fantasmas de Navidades pasadas. De un hombre japonés que conocí en las Filipinas. Del Papa. De la Patagonia y de los mercados de Latinoamérica y del terror gélido de los cuartos de hotel en todas partes. De la chica que ayer, en el metro, se mordía los labios como si fuera a comérselos y que parecía —toda ella— una planta carnívora.
De esta línea de Marosa di Giorgio, uruguaya, rara: “Los jazmines eran grandes y brillantes como hechos con huevos y con lágrimas”.
De esas cosas, o de otras y, a veces, inevitablemente, de cosas que no le importarán a nadie. Pero aquí estaré, no sé durante cuanto tiempo.
Y cuando digo “aquí”, y cuando digo “no sé durante cuánto tiempo”, quiero decir aquí: en esta página, pero, también, en esta tierra.
Nos pasa a todos.
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