Algo parecido a una pequeña historia del feminismo a través de su ideología podríamos decir que esconde Ideas que cambian el mundo,
que firman Sara Berbel, Maribel Cárdenas y Natalia Paleo, y acaba de
publicar Cátedra en la ya mítica colección “Feminismos”, fruto de la
colaboración con la Universidad de Valencia y dirigida por la
historiadora Isabel Morant.
Una historia de las ideas que contiene un gran acervo de datos no articulados cronológicamente, sino en función de algunos de los principales grandes valores éticos modernos recogidos en la Declaración Universal de Derechos Humanos de 1948; valores que, en la correspondencia filosófica entre Victoria Camps y Amelia Valcárcel que es Hablemos de Dios (Taurus, 2007), Camps consideraba las bases para un acuerdo ético de mínimos en lo que a la construcción de una sociedad digna se refiere.
De ahí que la igualdad, la libertad, la fraternidad, la justicia social, y también el internacionalismo, se conviertan en este volumen en los raíles por los que discurren las muchas mujeres que, herederas de algunas de las premisas de la Revolución francesa (las que llevaron a reconocer la existencia de los derechos de los ciudadanos, ya sean hombres y mujeres), han impulsado reivindicaciones de cuyos frutos hoy gozamos todos y todas, y de los que por desgracia muchos ciudadanos y ciudadanas no son nada conscientes, cosa que desemboca en el desprestigio de la palabra “feminismo” (acaso, junto a comunismo, el ismo más injustamente denostado), que en este volumen se reivindica desde la solvencia de los datos y sin afán panfletario.
Una historia de las ideas que contiene un gran acervo de datos no articulados cronológicamente, sino en función de algunos de los principales grandes valores éticos modernos recogidos en la Declaración Universal de Derechos Humanos de 1948; valores que, en la correspondencia filosófica entre Victoria Camps y Amelia Valcárcel que es Hablemos de Dios (Taurus, 2007), Camps consideraba las bases para un acuerdo ético de mínimos en lo que a la construcción de una sociedad digna se refiere.
De ahí que la igualdad, la libertad, la fraternidad, la justicia social, y también el internacionalismo, se conviertan en este volumen en los raíles por los que discurren las muchas mujeres que, herederas de algunas de las premisas de la Revolución francesa (las que llevaron a reconocer la existencia de los derechos de los ciudadanos, ya sean hombres y mujeres), han impulsado reivindicaciones de cuyos frutos hoy gozamos todos y todas, y de los que por desgracia muchos ciudadanos y ciudadanas no son nada conscientes, cosa que desemboca en el desprestigio de la palabra “feminismo” (acaso, junto a comunismo, el ismo más injustamente denostado), que en este volumen se reivindica desde la solvencia de los datos y sin afán panfletario.
Como “ablación de la memoria” bautizó precisamente Valcárcel ese
voluntario olvido de quiénes somos y de dónde venimos que es hoy
práctica usual, especialmente entre las mujeres jóvenes, quienes en un
juego de prestidigitación que sólo podemos achacar a su supina
ignorancia, atribuyen los muchos derechos y avances de que disfrutan a
algún alma generosa de nombre ignoto, como si el voto femenino o el
divorcio hubieran nacido con la primera Eva, al estilo de los
complementos de la muñeca Barbie, cuando en realidad los frutos
legislativos de tantos esfuerzos colectivos no se han dado hasta bien
entrado el siglo XX y responden a muchos sudores y a muchas lágrimas.
A decir verdad, ese alma generosa lleva tantos nombres como mujeres y hombres (sobre todo mujeres) lucharon por la consecución del ideario feminista en sus muchas variantes y modalidades, de las ilustradas a la Declaración de Seneca Falls, del feminismo socialista a nuestras republicanas y un largo etcétera: Flora Tristán (autora de la frase “Proletarios de mundo, uníos”, atribuida a Marx), Madame de Staël, Simone de Beauvoir [en la foto], Alejandra Kollontai, Emilia Pardo Bazán, Emma Goldman (“La mujer más peligrosa del mundo”, como se la llamó), Lucía Sánchez Saornil, Clara Campoamor, Mary Wollstonecraft, Josefa Amar, George Sand, Rosa Luxemburgo (“La rosa roja”), Concepción Arenal…
Hay otras muchas, menos recordadas por la Historia, como Inés Joyes, autora a finales del siglo XVIII de Apología de las mujeres, donde denunció la tiranía sobre nuestro sexo e invitó a las mujeres a unirse y luchar juntas; o la obrera textil Teresa Claramunt, líder del movimiento anarquista y creadora de un sindicato femenino en Sabadell a finales del siglo XIX. O bien María Cambrils, quien se encaró con Marañón y sus insultantes ideas sobre la condición de la mujer (nos enviaba a parir y a los hombres a trabajar) llamándolo “pigmeo”.
Sin olvidar a otras de gran compromiso político como aquella otra María, en este caso Espinosa, quien en 1918 impulsó la creación de la primera asociación feminista de España, la Asociación Nacional de Mujeres Españolas (ANME), entre cuyas integrantes se contaban María de Maeztu y Victoria Kent. O Carmen de Burgos, escritora y impulsora a comienzo de los años 20 de la Cruzada de Mujeres Españolas, artífice del primer manifiesto patrio a favor del sufragio femenino. O la germana Clara Zetkin, amiga de Rosa Luxemburgo y creadora de la primera Oficina de la Mujer dentro de un gran partido europeo, en su caso el Partido Socialdemócrata Alemán (SPD); y de quien dijo nuestro Andreu Nin que era “un magnífico ejemplar de caudillo revolucionario”.
Un acervo de nombres de mujer, que nos llevan desde las pioneras como Olympe de Gouges hasta el ciberfeminismo de hoy, pues la Red se nos antoja el espacio ideal para el empoderamiento femenino e invita, como dicen las autoras, a compararlo con el internacionalismo que soñaron las socialistas de principios del XX. Y es que desde Olympe de Gouges, esa francesa que nació en la misma localidad donde murió Azaña, luchó por la abolición de la esclavitud, exigió reformas sociales y fue la artífice de la célebre Declaración de los derechos de la mujer y de la ciudadana (versión “libre” de la que en 1798 aprobó la Asamblea Nacional Constituyente), el feminismo ha tenido muchas voces y muchas caras.
Este ensayo hace también hincapié en el consabido retraso hispano, que llevó a que las aspiraciones feministas no se articularan aquí con cierto orden hasta comienzos del siglo pasado, un desarrollo tardío directamente vinculado con el actual déficit democrático, en que el feminismo aún tiene que actuar desde las barricadas reivindicando derechos que debieran estar ya plenamente asentados y que, o bien jamás se ostentaron (como la igualdad de género en la cultura) o bien peligran (como el aborto).
Porque ahora más que nunca, cuando tantos logros cuelgan de un hilo, es válida la aseveración que Fourier formuló hace ya dos siglos:
“Los progresos sociales y los cambios de período se operan en razón del progreso de las mujeres hacia la libertad, y las decadencias del orden social se operan en razón del decrecimiento de la libertad de las mujeres”. El ejercicio de memoria que es este libro sale al paso para conjurar esta segunda opción, y viene que ni al pelo en la actual coyuntura histórico-económico-social.
Pues como afirma Nancy Fraser:
“El género tiene dimensiones político-económicas porque es un principio básico de la estructuración de la economía política”. ¡Estemos vigilantes! Y sobre todo, no olvidemos los logros en este caso de nuestras antepasadas.
Mª Ángeles Cabré, escritora y crítica literaria, acaba de publicar Leer y escribir en femenino (Barcelona, Editorial Aresta, 2013). Dirige el Observatorio Cultural de Género (OCG).
A decir verdad, ese alma generosa lleva tantos nombres como mujeres y hombres (sobre todo mujeres) lucharon por la consecución del ideario feminista en sus muchas variantes y modalidades, de las ilustradas a la Declaración de Seneca Falls, del feminismo socialista a nuestras republicanas y un largo etcétera: Flora Tristán (autora de la frase “Proletarios de mundo, uníos”, atribuida a Marx), Madame de Staël, Simone de Beauvoir [en la foto], Alejandra Kollontai, Emilia Pardo Bazán, Emma Goldman (“La mujer más peligrosa del mundo”, como se la llamó), Lucía Sánchez Saornil, Clara Campoamor, Mary Wollstonecraft, Josefa Amar, George Sand, Rosa Luxemburgo (“La rosa roja”), Concepción Arenal…
Hay otras muchas, menos recordadas por la Historia, como Inés Joyes, autora a finales del siglo XVIII de Apología de las mujeres, donde denunció la tiranía sobre nuestro sexo e invitó a las mujeres a unirse y luchar juntas; o la obrera textil Teresa Claramunt, líder del movimiento anarquista y creadora de un sindicato femenino en Sabadell a finales del siglo XIX. O bien María Cambrils, quien se encaró con Marañón y sus insultantes ideas sobre la condición de la mujer (nos enviaba a parir y a los hombres a trabajar) llamándolo “pigmeo”.
Sin olvidar a otras de gran compromiso político como aquella otra María, en este caso Espinosa, quien en 1918 impulsó la creación de la primera asociación feminista de España, la Asociación Nacional de Mujeres Españolas (ANME), entre cuyas integrantes se contaban María de Maeztu y Victoria Kent. O Carmen de Burgos, escritora y impulsora a comienzo de los años 20 de la Cruzada de Mujeres Españolas, artífice del primer manifiesto patrio a favor del sufragio femenino. O la germana Clara Zetkin, amiga de Rosa Luxemburgo y creadora de la primera Oficina de la Mujer dentro de un gran partido europeo, en su caso el Partido Socialdemócrata Alemán (SPD); y de quien dijo nuestro Andreu Nin que era “un magnífico ejemplar de caudillo revolucionario”.
Un acervo de nombres de mujer, que nos llevan desde las pioneras como Olympe de Gouges hasta el ciberfeminismo de hoy, pues la Red se nos antoja el espacio ideal para el empoderamiento femenino e invita, como dicen las autoras, a compararlo con el internacionalismo que soñaron las socialistas de principios del XX. Y es que desde Olympe de Gouges, esa francesa que nació en la misma localidad donde murió Azaña, luchó por la abolición de la esclavitud, exigió reformas sociales y fue la artífice de la célebre Declaración de los derechos de la mujer y de la ciudadana (versión “libre” de la que en 1798 aprobó la Asamblea Nacional Constituyente), el feminismo ha tenido muchas voces y muchas caras.
Este ensayo hace también hincapié en el consabido retraso hispano, que llevó a que las aspiraciones feministas no se articularan aquí con cierto orden hasta comienzos del siglo pasado, un desarrollo tardío directamente vinculado con el actual déficit democrático, en que el feminismo aún tiene que actuar desde las barricadas reivindicando derechos que debieran estar ya plenamente asentados y que, o bien jamás se ostentaron (como la igualdad de género en la cultura) o bien peligran (como el aborto).
Porque ahora más que nunca, cuando tantos logros cuelgan de un hilo, es válida la aseveración que Fourier formuló hace ya dos siglos:
“Los progresos sociales y los cambios de período se operan en razón del progreso de las mujeres hacia la libertad, y las decadencias del orden social se operan en razón del decrecimiento de la libertad de las mujeres”. El ejercicio de memoria que es este libro sale al paso para conjurar esta segunda opción, y viene que ni al pelo en la actual coyuntura histórico-económico-social.
Pues como afirma Nancy Fraser:
“El género tiene dimensiones político-económicas porque es un principio básico de la estructuración de la economía política”. ¡Estemos vigilantes! Y sobre todo, no olvidemos los logros en este caso de nuestras antepasadas.
Mª Ángeles Cabré, escritora y crítica literaria, acaba de publicar Leer y escribir en femenino (Barcelona, Editorial Aresta, 2013). Dirige el Observatorio Cultural de Género (OCG).
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