Escuchamos decir: los empleados con incentivos trabajan más; no
pueden cobrar igual los que trabajan y los que no trabajan; los
funcionarios se vuelven vagos al tener seguridad absoluta en su
empleo...
Algunos dirían: ideología liberal; yo añadiría: falacia fabricada para maquillar y manipular.
Estos argumentos desembocan en una receta general: el combinado palo-zanahoria (ración doble de lo primero que de lo segundo) para aumentar la productividad del trabajador.
Lo importante no sería el talento sino la capacidad de sacar y cumplir con los objetivos marcados; el problema no sería de “inspiration” (inspiración para dirigir el barco) sino de “perspiration” (sudoración de los galeotes remando vigorosamente).
Y la amenaza de despido actuando como castigo supremo que garantiza la supremacía de la jerarquía en la organización.
Pero la realidad afortunadamente da cabida a muchas y mejores versiones de nosotros mismos.
La mayoría lo que quiere es una seguridad económica razonable, y… muchos otras cosas en la vida, incluida la reputación profesional, la relación cordial con los compañeros, la sensación de hacer las cosas bien, o la de servir a los demás.
La nueva economía del comportamiento (desde el Nobel Kahneman al divulgador Ariely) está desvelando precisamente esta complejidad y riqueza de la naturaleza humana.
Se sabe que los cuerpos y escalas funcionariales son una creación histórica que busca maximizar la continuidad administrativa y la independencia del nivel político, aun cuando sea a costa de cierta erosión de la productividad.
El acceso de los funcionarios por oposiciones garantiza una base de competencia, aunque también obra como ritual de iniciación.
Los cuerpos tienen la virtud de atraer especialmente a individuos que quieren maximizar la seguridad y satisfacer la necesidad de pertenencia a un grupo; por eso serían malos emprendedores, pero también por lo mismo están mejor pertrechados contra las tentaciones de corrupción (que pone en riesgo su carrera y les expulsa del clan).
Como todo instrumento, la vinculación funcionarial encuentra su virtud en el uso pertinente y apropiado.
Se debe reservar para funciones importantes que no deban estar bajo interferencia política-partidaria, y se debe combinar con estímulos que eviten mermas de la productividad y sesgos en la apropiación burocrática de las instituciones.
De esto va buena parte del debate de “nuevo servicio público”.
La mejor terapia contra las élites extractivas políticas es una función pública profesionalizada y con razonable autonomía.
Sin cuerpos funcionariales lo que habría sería contratos laborales que decidiría el poder político de turno. Imagínense una gestión cortesana de los puestos de administrativo, maestro, enfermera, juez, catedrático, médico, policía… y cesantías decimonónicas generalizadas tras los cambios electorales.
La calidad en el empleo conviene a todo tipo de trabajo, porque promueve la calidad de desempeño y la excelencia.
La estabilidad reforzada de los funcionarios a quien de verdad interesa es a los ciudadanos, para que las decisiones colectivas sirvan al interés general.
Y la extensión de la estabilidad laboral reforzada para profesionales de la sanidad, enseñanza, servicios sociales, etc. sin tener la misma significación, sirve para que los que nos atienden en los servicios públicos personales, se alejen del ánimo de lucro y su motivación se cimente en la satisfacción por el trabajo bien hecho y por ayudar a los demás
. No nos dejemos engañar por el pensamiento trivial.
Algunos dirían: ideología liberal; yo añadiría: falacia fabricada para maquillar y manipular.
Estos argumentos desembocan en una receta general: el combinado palo-zanahoria (ración doble de lo primero que de lo segundo) para aumentar la productividad del trabajador.
Lo importante no sería el talento sino la capacidad de sacar y cumplir con los objetivos marcados; el problema no sería de “inspiration” (inspiración para dirigir el barco) sino de “perspiration” (sudoración de los galeotes remando vigorosamente).
Y la amenaza de despido actuando como castigo supremo que garantiza la supremacía de la jerarquía en la organización.
Pero la realidad afortunadamente da cabida a muchas y mejores versiones de nosotros mismos.
La mayoría lo que quiere es una seguridad económica razonable, y… muchos otras cosas en la vida, incluida la reputación profesional, la relación cordial con los compañeros, la sensación de hacer las cosas bien, o la de servir a los demás.
La nueva economía del comportamiento (desde el Nobel Kahneman al divulgador Ariely) está desvelando precisamente esta complejidad y riqueza de la naturaleza humana.
Se sabe que los cuerpos y escalas funcionariales son una creación histórica que busca maximizar la continuidad administrativa y la independencia del nivel político, aun cuando sea a costa de cierta erosión de la productividad.
El acceso de los funcionarios por oposiciones garantiza una base de competencia, aunque también obra como ritual de iniciación.
Los cuerpos tienen la virtud de atraer especialmente a individuos que quieren maximizar la seguridad y satisfacer la necesidad de pertenencia a un grupo; por eso serían malos emprendedores, pero también por lo mismo están mejor pertrechados contra las tentaciones de corrupción (que pone en riesgo su carrera y les expulsa del clan).
Como todo instrumento, la vinculación funcionarial encuentra su virtud en el uso pertinente y apropiado.
Se debe reservar para funciones importantes que no deban estar bajo interferencia política-partidaria, y se debe combinar con estímulos que eviten mermas de la productividad y sesgos en la apropiación burocrática de las instituciones.
De esto va buena parte del debate de “nuevo servicio público”.
La mejor terapia contra las élites extractivas políticas es una función pública profesionalizada y con razonable autonomía.
Sin cuerpos funcionariales lo que habría sería contratos laborales que decidiría el poder político de turno. Imagínense una gestión cortesana de los puestos de administrativo, maestro, enfermera, juez, catedrático, médico, policía… y cesantías decimonónicas generalizadas tras los cambios electorales.
La calidad en el empleo conviene a todo tipo de trabajo, porque promueve la calidad de desempeño y la excelencia.
La estabilidad reforzada de los funcionarios a quien de verdad interesa es a los ciudadanos, para que las decisiones colectivas sirvan al interés general.
Y la extensión de la estabilidad laboral reforzada para profesionales de la sanidad, enseñanza, servicios sociales, etc. sin tener la misma significación, sirve para que los que nos atienden en los servicios públicos personales, se alejen del ánimo de lucro y su motivación se cimente en la satisfacción por el trabajo bien hecho y por ayudar a los demás
. No nos dejemos engañar por el pensamiento trivial.
José Ramón Repullo es profesor de Planificación y Economía de la Salud en la Escuela Nacional de Sanidad
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