Si todo ha sido puesto en cuestión ya en territorios de amor,
orientación sexual, paternidad y poliamor, ¿por qué es tan difícil poner en duda la monogamia?, se pregunta la experta Esther Perel en uno de sus interesantes artículos, que se puede consultar, completo, aquí.
Días atrás, Venus sugería, en este mismo espacio, que "los únicos infieles que realmente se sienten culpables son los que ven sus aventuras como algo malo, pero a la vez sienten una atracción intensa hacia otra persona".
Getty Images.
Y en eso llegó la última de Woody Allen, Blue Jasmine, que se anuncia como el drama de la denuncia de los desfalcos de los chicos de la bolsa neoyorkina, pero que se alza, ante todo, sobre la piedra de la necedad y la locura de celos de una esposa engañada (entre comillas), interpretada por Cate Blanchett.
La traición tiene la cara de Alec Baldwin y el cuerpo de un dandy con casa en Los Hamptons, que además de los líos de Manhattan, se permite enamorarse en París.
Días atrás, Venus sugería, en este mismo espacio, que "los únicos infieles que realmente se sienten culpables son los que ven sus aventuras como algo malo, pero a la vez sienten una atracción intensa hacia otra persona".
Getty Images.
Y en eso llegó la última de Woody Allen, Blue Jasmine, que se anuncia como el drama de la denuncia de los desfalcos de los chicos de la bolsa neoyorkina, pero que se alza, ante todo, sobre la piedra de la necedad y la locura de celos de una esposa engañada (entre comillas), interpretada por Cate Blanchett.
La traición tiene la cara de Alec Baldwin y el cuerpo de un dandy con casa en Los Hamptons, que además de los líos de Manhattan, se permite enamorarse en París.
Es cierto que esta vez Woody Allen cose con puntada gruesa este guión
dramático sobre cómo cambian las relaciones, los umbrales de tolerancia
y las ganas de mirar hacia otro lado cuando la cuenta bancaria se queda
en rojo y los ricos se ponen el uniforme de presidiarios.
Sin embargo, la película vale por el retrato de esa mujer (magnífica Blanchett) que creyó haber nacido con '
buenos genes' y merecerse una vida de placeres mundanos y displicencia, hasta que un paso en falso, quizá el suyo propio, tiñe esa existencia con la luz cálida de un vestidito pastel y de un mantel color nácar de 'azul oscuro casi negro' (en este caso, el del Pacífico en la Bahía de San Francisco).
Jasmine/Blanchett y Hal/Baldwin, un matrimonio como los que 'dibuja' Woody Allen
"Hacía el amor como nadie", evoca Jasmine cuando todo se ha derrumbado, frente a una indiferente pasajera del vuelo que la lleva de Park Avenue al sofá de su hermana, en San Francisco
. Nadie sabrá nunca si es verdad que esos recuerdos del hombre que la complacía como nadie tienen algo que ver con la realidad o son fruto de su memoria creadora (todas hemos probado con fantasías un poco edulcoradas, alguna vez).
Como sea, la mujer del corrupto habla sola o tiene que entablar diálogos prosaicos con los amigos mecánicos de su hermana (por cierto, una gran disfrutadora de las relaciones eróticas)
. Apenas le queda a Jasmine la idealización infinita de aquellas sábanas caras pagadas con dinero ajeno... o buscarse un nuevo marido.
Este es Woody Allen, a vueltas con la monogamia.
¿Por qué es intocable la monogamia?, se pregunta Esther Perel, la terapeuta norteamericana que suele dar con la cuestión indicada.
¿Hay respuesta? En su sitio web, Perel plantea cuestiones realmente peliagudas, de esas que nos hacen discutir acaloradamente en una sobremesa con amigos o en la barra del bar.
Y todo porque hay temas que nos duelen, que nos sacan la cascarita de alguna herida sentimental y queremos taparla rápido, de nuevo, con argumentos.
Insiste Perel en que hoy todo está puesto en cuestión y todo es aceptado o aceptable: parejas del mismo sexo, transgénero, padres solteros, etcétera, etcétera, pero la monogamia no se toca
. Y propone un ejercicio: imaginarnos a una mujer que se ha casado seis veces en su vida, o sea que está divorciada cinco veces.
E imaginarnos, a continuación, a otra mujer que ha estado casada durante cincuenta años y tiene un amante cada diez años. ¿Quién será la que se lleve un juicio más severo?
La experta cuestiona la idea de que tener un affaire sea señal de que algo va mal en la pareja.
Y sostiene que una aventura no es consecuencia directa de nada, simplemente sucede y no le ofrecemos resistencia.
Hay veces en que esas aventurillas dan en el blanco. En ocasiones, nos propulsan "más allá de nuestras fronteras".
Es natural, la sed de vida provoca encuentros.
El disparador son nuestras ganas de vivir, respirar, tener esperanzas.
El empujón que da el deseo erótico, afirma Perel, nos lleva más allá de lo ordinario.
Así, nosotros nos preguntamos, con ella: ¿quién no quiere echar un vistazo un poco más allá alguna vez?
La intensidad de los debates que el tema provoca en EE.UU. y en otros países occidentales ilustra "la paradójica tensión entre dos estimables ideales americanos: la libertad y la responsabilidad individual", en palabras de Perel. Tensión que se expresa en una travesía sin salida entre el derecho a la felicidad y el sentido de la obligación y el compromiso.
La terapeuta recuerda las discusiones en torno al affaire Clinton y los escritos del sociólogo Robert Bellah, que le permitieron ver claro que, en el marco de nuestra ideología moderna sobre el amor y el matrimonio, un principio fundamental es que se trata de una empresa de libre elección
. Aunque las bodas y las ceremonias de compromiso sean eventos públicos, la pareja es un asunto privado y (en la actualidad y en Occidente) una expresión espontánea de libertad interior, profundamente personal y voluntaria.
Esta idea de la responsabilidad individual va unida a la noción de que, entonces, lo que nos toca es ejercer el control sobre nosotros mismos y sobre todo lo que suceda en nuestra vida.
Ciertamente, Perel está poniendo en cuestión la gran noción de la responsabilidad, para concluir en que un lío es una señal de debilidad, una muestra de un carácter "con imperfecciones".
Dicho esto, claro está, con todas las reservas y la ironía del caso, porque ¿quién tiene o quién quiere una vida sin 'imperfecciones'?.
Sin embargo, la película vale por el retrato de esa mujer (magnífica Blanchett) que creyó haber nacido con '
buenos genes' y merecerse una vida de placeres mundanos y displicencia, hasta que un paso en falso, quizá el suyo propio, tiñe esa existencia con la luz cálida de un vestidito pastel y de un mantel color nácar de 'azul oscuro casi negro' (en este caso, el del Pacífico en la Bahía de San Francisco).
Jasmine/Blanchett y Hal/Baldwin, un matrimonio como los que 'dibuja' Woody Allen
"Hacía el amor como nadie", evoca Jasmine cuando todo se ha derrumbado, frente a una indiferente pasajera del vuelo que la lleva de Park Avenue al sofá de su hermana, en San Francisco
. Nadie sabrá nunca si es verdad que esos recuerdos del hombre que la complacía como nadie tienen algo que ver con la realidad o son fruto de su memoria creadora (todas hemos probado con fantasías un poco edulcoradas, alguna vez).
Como sea, la mujer del corrupto habla sola o tiene que entablar diálogos prosaicos con los amigos mecánicos de su hermana (por cierto, una gran disfrutadora de las relaciones eróticas)
. Apenas le queda a Jasmine la idealización infinita de aquellas sábanas caras pagadas con dinero ajeno... o buscarse un nuevo marido.
Este es Woody Allen, a vueltas con la monogamia.
¿Por qué es intocable la monogamia?, se pregunta Esther Perel, la terapeuta norteamericana que suele dar con la cuestión indicada.
¿Hay respuesta? En su sitio web, Perel plantea cuestiones realmente peliagudas, de esas que nos hacen discutir acaloradamente en una sobremesa con amigos o en la barra del bar.
Y todo porque hay temas que nos duelen, que nos sacan la cascarita de alguna herida sentimental y queremos taparla rápido, de nuevo, con argumentos.
Insiste Perel en que hoy todo está puesto en cuestión y todo es aceptado o aceptable: parejas del mismo sexo, transgénero, padres solteros, etcétera, etcétera, pero la monogamia no se toca
. Y propone un ejercicio: imaginarnos a una mujer que se ha casado seis veces en su vida, o sea que está divorciada cinco veces.
E imaginarnos, a continuación, a otra mujer que ha estado casada durante cincuenta años y tiene un amante cada diez años. ¿Quién será la que se lleve un juicio más severo?
La experta cuestiona la idea de que tener un affaire sea señal de que algo va mal en la pareja.
Y sostiene que una aventura no es consecuencia directa de nada, simplemente sucede y no le ofrecemos resistencia.
Hay veces en que esas aventurillas dan en el blanco. En ocasiones, nos propulsan "más allá de nuestras fronteras".
Es natural, la sed de vida provoca encuentros.
El disparador son nuestras ganas de vivir, respirar, tener esperanzas.
El empujón que da el deseo erótico, afirma Perel, nos lleva más allá de lo ordinario.
Así, nosotros nos preguntamos, con ella: ¿quién no quiere echar un vistazo un poco más allá alguna vez?
La intensidad de los debates que el tema provoca en EE.UU. y en otros países occidentales ilustra "la paradójica tensión entre dos estimables ideales americanos: la libertad y la responsabilidad individual", en palabras de Perel. Tensión que se expresa en una travesía sin salida entre el derecho a la felicidad y el sentido de la obligación y el compromiso.
La terapeuta recuerda las discusiones en torno al affaire Clinton y los escritos del sociólogo Robert Bellah, que le permitieron ver claro que, en el marco de nuestra ideología moderna sobre el amor y el matrimonio, un principio fundamental es que se trata de una empresa de libre elección
. Aunque las bodas y las ceremonias de compromiso sean eventos públicos, la pareja es un asunto privado y (en la actualidad y en Occidente) una expresión espontánea de libertad interior, profundamente personal y voluntaria.
Esta idea de la responsabilidad individual va unida a la noción de que, entonces, lo que nos toca es ejercer el control sobre nosotros mismos y sobre todo lo que suceda en nuestra vida.
Ciertamente, Perel está poniendo en cuestión la gran noción de la responsabilidad, para concluir en que un lío es una señal de debilidad, una muestra de un carácter "con imperfecciones".
Dicho esto, claro está, con todas las reservas y la ironía del caso, porque ¿quién tiene o quién quiere una vida sin 'imperfecciones'?.
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