El juego de los olvidados
. Es verdad que buena parte de su obra es póstuma, y que no entra en las reglas de juego del Nobel otorgar el galardón al que ya no está entre los vivos
. También es cierto que la mayor fama de Kafka le viene de sus obras que aparecieron cuando ya había muerto: El castillo o El proceso. Pero si esto es un juego, no está de más recordarles a sus señorías que Contemplación apareció en 1913, que La condena podía leerse ese mismo año, que La metamorfosis es de 1915 y que en 1919 estaba disponible En la colonia penitenciaria, entre otros escritos que vieron la luz, casi siempre breves
. ¿Que no son las mejores obras de Kafka? De eso se puede discutir, pero lo que es indiscutible es que basta un fragmento de alguna de esas narraciones para poner en entredicho el valor de la obra entera de muchos autores que se llevaron el premio a casa.
Con un escueto momento, tomado de cualquier sitio, es suficiente para rendirse a la literatura de Kafka
. Por elegir alguno, ahí tienen la escena de Un médico rural en que los caballos que han conducido a éste a la casa del enfermo emergen en su habitación: “Esos caballos, que no sé cómo se han desatado de las riendas; tampoco sé cómo desde afuera han empujado la ventana; asoman la cabeza, cada uno por su ventana, y sin preocuparse por las exclamaciones de la familia contemplan al enfermo”. ¿La pesadilla del mundo? ¿Un mundo de pesadilla? ¿O solo una broma cruel donde gobierna el azar y se obedece a una lógica disparatada?
Que cada cual haga su lista
. Donde pone Kafka (en la imagen), hay quien preferirá escribir Anton Chéjov, Marcel Proust, Joseph Conrad, Henry James, Rainer Maria Rilke, Fernando Pessoa, Robert Musil, Virginia Woolf o James Joyce, por soltar una ristra de imprescindibles cuya ausencia entre los galardonados hace dudar seriamente del rigor y la puntería de los académicos suecos.
¿Cómo se puede tomar en serio a los sucesivos jurados si no se rindieron abiertamente a Cesare Pavese, Vladimir Nabokov, Malcom Lowry, Louis Ferdinand Céline o Robert Walser y, sin embargo, premiaron a José Echegaray, Rudolf Christoph Eucken o Wladyslaw Reymont, por acordarse de algunos de los que ya no se acuerda nadie?
Una de las razones que suele aducirse para tanto despropósito es que los Nobel no premian exclusivamente a la literatura sino que se inclinan, más bien, por la literatura con floripondio
. O lo que es lo mismo, que a los académicos suecos les suelen gustar esos escritores que llevan prendidas de sus obras esas causas que provocan el aplauso de los mortales: vocación de cambiar el mundo, interés por las minorías marginadas, recuperación de territorios exóticos, consejos morales de relumbrón. Pero ni siquiera eso es siempre cierto si se repara en tipos que dudosamente harían concesión alguna a cualquier tipo de adorno, por cargado que estuviera de valores humanistas, como Knut Hamsum, que lo recibió en 1920, o V. S. Naipaul, al que se lo otorgaron en 2001.
Al que suele nombrarse siempre es a Jorge Luis Borges. ¿Cómo no le dieron el Nobel a Borges? Es verdad, ¿cómo metieron la pata de manera tan rotunda, cómo dejaron que se les fuera muriendo sin reaccionar a tiempo?
Su obra no solo es una síntesis de las tradiciones literarias más diversas sino que inaugura nuevos caminos para la escritura, combina la referencia más directa al ruido del mundo con un gusto recurrente por cuestiones abstractas, tiene algo de artefacto intelectual y está tocada también por las penas y los trabajos que a todos corresponden.
Y tiene la osadía de contar historias de este calibre:
“El propósito que lo guiaba no era imposible, aunque sí sobrenatural.
Quería soñar un hombre: quería soñarlo con integridad minuciosa e imponerlo a la realidad”. No se lo dieron a Borges, ¡pero es que tampoco se acordaron de Juan Rulfo! ¿Cómo? ¿Fueron capaces de ignorar también a aquel coloso que en una novela y una colección de cuentos atrapó las palpitaciones de la muerte en su trato cotidiano con la vida?
Ese escritor de oído tan fino, el que puso en pie Comala para que un hijo buscara a su padre, “un tal Pedro Páramo”. Rulfo, que en una frase definía un mundo: “Odilón y yo éramos sinvergüenzas y lo que tú quieras; y no digo que no llegamos a matar a nadie; pero nunca lo hicimos por tan poco”.
Sí parece cierto que a la Academia sueca le podría aterrorizar dar semejante premio a un autor de obra tan breve, pero es que tampoco repararon en poetas como César Vallejo o José Ángel Valente (ni tampoco en Paul Celan, W. H. Auden o Zbigniew Herbert).
Y pueden ser capaces de no dárselo a Rafael Sánchez Ferlosio. Señores académicos, todavía tienen tiempo de reparar tamaño olvido.
En este juego de los olvidados, se podría también incluir a Ernst Jünger.
La Academia entonces podría haber bordado la justificación del fallo: por recoger en tantos de sus escritos el rostro impenetrable de la guerra. A Clarice Lispector tenían que habérselo dado por su coraje a la hora de romper moldes y a Junichiro Tanizaki por su finura cuando trató de las sombras.
Si los académicos hubieran tenido alguna vez un poco de ganas de provocar hubieran acertado de lleno con E. M. Cioran, Antonin Artaud o Thomas Bernhard.
No supieron apreciar a tiempo la envergadura del desafío literario de W. G. Sebald y, como se descuiden, se les van a escapar algunos de los mejores que siguen ahí: Philip Roth, Lobo Antunes, Jean Echenoz
. Pero, en fin, lo que jamás se les podrá perdonar a los jurados del Premio Nobel de Literatura es que no se lo dieran a Witold Gombrowicz.
El polaco que desembarcó en Argentina y que se aplicó a dar una buena cantidad de bofetadas a las formas establecidas. “En todo lo que escribo, mi objetivo --uno de mis objetivos-- consiste en estropear el juego”, confesó en sus diarios
. No está mal para entretenerse. De estar todavía aquí, seguro que ya se habría cargado este mismo pasatiempo.
Por darle tanta importancia a unos premios que han tenido olvidos de una envergadura verdaderamente bochornosa.
Dar un Premio debe ser dificil ponerse de acuerdo no se lo daría a Kafka no, pero tampoco aSánchez Ferlosio, ni a Artaod aunque para provocar y recordar el contraculturismo no estaría mal. Solo se nombra a una mujer que si triunfó en una literatura machista fue realmente por su marido que estaba en su grupo. No creo que a esos les importara una literatura de compromio femenino, si se lo daría a Nabokov por supuesto, a Rilke . Me hace gracia eso de Borges, creo que e ha hablado má de él que si se lo hubieran dado.....más mujeres...no? Rosa Luxemburgo pero será tan radical esa distinción que ni ella misma lo hubiera aceptado...Muchos son muchos los nombres que aleatoriamente barajamos. Está bien el Nobel de este año. Dejemos a Kafka en su casita dim5n4uta que te hace entender por qué escribió La Metamorfosis o El Proceso....
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