Fue la semana en la que Alice Munro volvió a ponernos a leer cuentos;
la vida es como sus historias, delicada y brutal, cruzada por el
espanto que reside bajo el aparente sosiego.
De esas cuestiones trató,
entre otras, mi semana en la radio. Estos son los comentarios de estos
días en Hora 14. El de Alice Munro está ampliado para este blog.
ELEGANCIA EN LA TRAGEDIA
Escribe como si la soledad de los hombres (y de las mujeres
“descontentas de su destino”, dice Elvira Lindo) pudiera reflejarse más en el
silencio que en las palabras, como si la tragedia se pudiera adivinar mejor por
los susurros que la alimentan.
Los sucesos parecen cotidianos, minúsculos, y de
pronto se sabe que ella está alumbrando el asombro. Como en los cuentos de
algunos que podrían ser sus discípulos, Raymond Carver o Jumpa Lahiri, lo que
pasa no está ocurriendo en realidad, hasta que surge la catástrofe, que es un
latigazo verbal, una insinuación que rasga como los cuchillos de Borges, que es
también, por así decirlo, parte de su escuela, donde ayer la situó Javier Marías
.
Esa escritura se parece a la propia mirada de Alice Munro: suave e implacable a
la vez, lejana pero también delicadamente cercana.
Sus historias son simples e
inquietantes, como los cuentos que no se atrevían a contarnos cuando éramos niños.
En el mundo que creó Chejov ha habido cuentistas como ella, pero hasta ahora el
Nobel miró para otro lado. Onetti, por ejemplo, estaría feliz de saber que
alguien que también usa sus materiales de inteligente intriga atraviesa las
paredes académicas de Estocolmo. “La dureza brutal” (es lo que dice Muñoz
Molina sobre la esencia de sus historias, la infancia) de esta escritura
limpia, breve, clara como “un vaso de agua”, es un escalofrío y una metáfora de
un mundo en el que la tragedia es lo que se susurra.
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