Patrizia Reggiani fue a la cárcel por instigar el asesinato de Maurizio Gucci en 1995
Su crimen es digno de una novela negra: un magnate de la moda asesinado a tiros, una eexesposa despechada y un misterioso matón
Tras rechazar un régimen abierto hace dos años, ahora sale dispuesta a trabajar por primera vez en su vida
Una mujer despechada con una pasión desmesurada para las orquídeas.
Un latin lover, su marido, millonario y soberbio asesinado a tiros.
Un chófer vestido de uniforme, un sicario misterioso y hasta una vidente napolitana
. No falta ninguno de los personajes necesarios para montar un argumento digno de un gran clásico del género negro. Incluso podría aparecer, al final, el triste y solitario Philipe Marlowe para buscar el culpable, entre ríos de alcohol, mujeres en vestidos elegantes y salones bien amueblados.
El homicidio de Maurizio Gucci, en la Milán centelleante de 1995, enganchó a los italianos más que una novela de Raymond Chandler o, para quedarse en la capital italiana de las pasarelas, de Giorgio Scerbanenco.
Tras dos años de investigaciones, se descubrió que el nieto del fundador de la prestigiosa casa de moda fue asesinado por un matón pagado por su exesposa, Patricia Reggiani. La viuda negra fue condenada a 26 años de cárcel por haber encargado el asesinato.
Esta semana, se ha escrito el epílogo del suceso: Reggiani salió de la cárcel de San Vittore en Milán, después de haber pasado 16 años entre rejas
. La mujer está ahora libre, a la espera de que el juez supervisor conceda su tutela a los servicios sociales. La intención de la mujer, tal y como ha anunciado su abogado, Danilo Buongiorno, es descontar los tres años que le quedan de pena trabajando en Bozart, una empresa que produce joyas.
Patrizia Reggiani es hija de un empresario del transporte y siempre disfrutó de una vida muy acomodada. Mamó lujo y glamour desde su infancia
. A ella se atribuye una frase que suena como el equivalente italiano y contemporáneo del más famoso “si no tienen pan que coman cruasanes” que Maria Antonieta espetó al pueblo francés a un paso de Revolución: “Prefiero llorar en un Rolls a ser feliz en una bicicleta”, se dice que dijo Reggiani una vez.
En 1973 su trayectoria de mujer rica llegó a su cénit: la boda con Maurizio Gucci, delfín de una de las dinastías italianas más poderosas, acaudaladas y famosas.
Un joven guapo y un galán empedernido. De su relación nacieron dos hijas, Allegra y Alessandra. Reggiani era una gran dama de aquel mundo brillante y despreocupado que crecía y se desenvolvía en los márgenes de las pasarelas, las compras, las cenas benéficas y las inauguraciones de exposiciones artísticas.
Lamentablemente, la trama de este guion ambientado en la alta burguesía, productiva, rica y desenfrenada, siguió por derroteros también clásicos: pronto él abandona el hogar conyugal hechizado por una mujer más joven. Finalmente, en 1991, Reggiani y el rey de la moda se divorcian. Pero la despechada mantuvo los nervios templados y supo servir fría su venganza.
Por dinero, Paolo Gucci hizo encarcelar a su padre, acusándole de fraude fiscal; y puso en fuga de Italia a su primo Maurizio, por supuesta manipulación de su herencia y evasión de impuestos
. Pero Maurizio pleiteó hasta ser el último representante familiar en Gucci. Dos años antes de que su exesposa encargase su asesinato, Maurizio Gucci vendió el 50% del imperio familiar por unos 100 millones de euros.
Gucci murió víctima de tres disparos el 27 de marzo de 1995. En aquel
momento acababa de vender su participación en la empresa a unos
inversores extranjeros
. Por esa razón los primeros indicios apuntaban a que el asesinato podría haber tenido un móvil financiero. Dos años después del asesinado, en cambio —y con gran impacto mediático— fue detenida aquella mujer pequeña, morena y siempre tan impecablemente engalanada que había sido su esposa durante 12 años.
En un principio, la condena fue a 29 años de reclusión.
Las hijas pidieron que fuera anulada alegando que un tumor cerebral había afectado a la personalidad de la madre
. En el año 2000, sin embargo, un tribunal de apelación de Milán confirmó el fallo de culpabilidad pero redujo la pena a 26 años
. Reggiani, en su celda, intentó quitarse la vida ahorcándose con un cordón.
Ahora está libre y con insólitas ganas de buscarse un empleo
. Con tal de salir de San Vittore decidió engullir esta amarga píldora, que rechazó hace dos años, cuando superó la mitad de la pena y se le ofreció la posibilidad de salir de la cárcel durante el día para trabajar. El juez le propuso un gimnasio o un bar
. Fuera, en el mundo libre. Pero ella lo rechazó: “Nunca en mi vida he trabajado y, sin duda, no voy a empezar ahora”, dijo para zanjar la cuestión.
Prefirió quedarse en la seguridad del sector sexto de la cárcel milanesa, en la estrecha celda que compartió con otras reclusas
. Allí pasaba las horas cuidando de dos macetas y de un hurón.
Al primero que tuvo, Bambi, lo colgaron de una litera sus compañeras. La convivencia con las reclusas, para ella, con sus modales finos y los ojos de un intrigante color violeta, sin embargo, no era fácil. Sin embargo, en 2011 le pareció preferible al mundo exterior
. Patrizia tuvo que rumiar y saborear la idea de volver a la libertad durante más de dos años, antes de mover el paso hacia el exterior. Antes de cambiar de idea y emprender el trámite para la libertad condicional.
A sus 64 años, envió una propuesta de colaboración a la Sociedad Argea, fundada en 1956, que bajo la firma Bozart produce bisutería y accesorios de alta gama para hombre y mujer.
Los dueños contestaron con su “plena disponibilidad” a contratarla en un showroom de Milán, según contó Ansa. “Creo que podría ayudarnos como asesora de estilo”, dijo a la agencia italiana Alessandra Brunero, que con su marido es propietaria de la empresa.
“Me quedé sorprendida al recibir la petición, pero estamos encantados de poderla ayudar”, añadió.
“Es justo que deje la cárcel, tras tantos años de comportamiento ejemplar, tal como lo prevé la ley”, alega su leal abogado Buongiorno.
Un latin lover, su marido, millonario y soberbio asesinado a tiros.
Un chófer vestido de uniforme, un sicario misterioso y hasta una vidente napolitana
. No falta ninguno de los personajes necesarios para montar un argumento digno de un gran clásico del género negro. Incluso podría aparecer, al final, el triste y solitario Philipe Marlowe para buscar el culpable, entre ríos de alcohol, mujeres en vestidos elegantes y salones bien amueblados.
El homicidio de Maurizio Gucci, en la Milán centelleante de 1995, enganchó a los italianos más que una novela de Raymond Chandler o, para quedarse en la capital italiana de las pasarelas, de Giorgio Scerbanenco.
Tras dos años de investigaciones, se descubrió que el nieto del fundador de la prestigiosa casa de moda fue asesinado por un matón pagado por su exesposa, Patricia Reggiani. La viuda negra fue condenada a 26 años de cárcel por haber encargado el asesinato.
Esta semana, se ha escrito el epílogo del suceso: Reggiani salió de la cárcel de San Vittore en Milán, después de haber pasado 16 años entre rejas
. La mujer está ahora libre, a la espera de que el juez supervisor conceda su tutela a los servicios sociales. La intención de la mujer, tal y como ha anunciado su abogado, Danilo Buongiorno, es descontar los tres años que le quedan de pena trabajando en Bozart, una empresa que produce joyas.
Patrizia Reggiani es hija de un empresario del transporte y siempre disfrutó de una vida muy acomodada. Mamó lujo y glamour desde su infancia
. A ella se atribuye una frase que suena como el equivalente italiano y contemporáneo del más famoso “si no tienen pan que coman cruasanes” que Maria Antonieta espetó al pueblo francés a un paso de Revolución: “Prefiero llorar en un Rolls a ser feliz en una bicicleta”, se dice que dijo Reggiani una vez.
En 1973 su trayectoria de mujer rica llegó a su cénit: la boda con Maurizio Gucci, delfín de una de las dinastías italianas más poderosas, acaudaladas y famosas.
Un joven guapo y un galán empedernido. De su relación nacieron dos hijas, Allegra y Alessandra. Reggiani era una gran dama de aquel mundo brillante y despreocupado que crecía y se desenvolvía en los márgenes de las pasarelas, las compras, las cenas benéficas y las inauguraciones de exposiciones artísticas.
Lamentablemente, la trama de este guion ambientado en la alta burguesía, productiva, rica y desenfrenada, siguió por derroteros también clásicos: pronto él abandona el hogar conyugal hechizado por una mujer más joven. Finalmente, en 1991, Reggiani y el rey de la moda se divorcian. Pero la despechada mantuvo los nervios templados y supo servir fría su venganza.
La traición familiar
Movida por el dinero, esta familia florentina que empezó vendiendo maletas y terminó inmersa en el mundo de la moda y los artículos de lujo, ha vivido sacudida por traiciones y asesinatos.Por dinero, Paolo Gucci hizo encarcelar a su padre, acusándole de fraude fiscal; y puso en fuga de Italia a su primo Maurizio, por supuesta manipulación de su herencia y evasión de impuestos
. Pero Maurizio pleiteó hasta ser el último representante familiar en Gucci. Dos años antes de que su exesposa encargase su asesinato, Maurizio Gucci vendió el 50% del imperio familiar por unos 100 millones de euros.
. Por esa razón los primeros indicios apuntaban a que el asesinato podría haber tenido un móvil financiero. Dos años después del asesinado, en cambio —y con gran impacto mediático— fue detenida aquella mujer pequeña, morena y siempre tan impecablemente engalanada que había sido su esposa durante 12 años.
En un principio, la condena fue a 29 años de reclusión.
Las hijas pidieron que fuera anulada alegando que un tumor cerebral había afectado a la personalidad de la madre
. En el año 2000, sin embargo, un tribunal de apelación de Milán confirmó el fallo de culpabilidad pero redujo la pena a 26 años
. Reggiani, en su celda, intentó quitarse la vida ahorcándose con un cordón.
Ahora está libre y con insólitas ganas de buscarse un empleo
. Con tal de salir de San Vittore decidió engullir esta amarga píldora, que rechazó hace dos años, cuando superó la mitad de la pena y se le ofreció la posibilidad de salir de la cárcel durante el día para trabajar. El juez le propuso un gimnasio o un bar
. Fuera, en el mundo libre. Pero ella lo rechazó: “Nunca en mi vida he trabajado y, sin duda, no voy a empezar ahora”, dijo para zanjar la cuestión.
Prefirió quedarse en la seguridad del sector sexto de la cárcel milanesa, en la estrecha celda que compartió con otras reclusas
. Allí pasaba las horas cuidando de dos macetas y de un hurón.
Al primero que tuvo, Bambi, lo colgaron de una litera sus compañeras. La convivencia con las reclusas, para ella, con sus modales finos y los ojos de un intrigante color violeta, sin embargo, no era fácil. Sin embargo, en 2011 le pareció preferible al mundo exterior
. Patrizia tuvo que rumiar y saborear la idea de volver a la libertad durante más de dos años, antes de mover el paso hacia el exterior. Antes de cambiar de idea y emprender el trámite para la libertad condicional.
A sus 64 años, envió una propuesta de colaboración a la Sociedad Argea, fundada en 1956, que bajo la firma Bozart produce bisutería y accesorios de alta gama para hombre y mujer.
Los dueños contestaron con su “plena disponibilidad” a contratarla en un showroom de Milán, según contó Ansa. “Creo que podría ayudarnos como asesora de estilo”, dijo a la agencia italiana Alessandra Brunero, que con su marido es propietaria de la empresa.
“Me quedé sorprendida al recibir la petición, pero estamos encantados de poderla ayudar”, añadió.
“Es justo que deje la cárcel, tras tantos años de comportamiento ejemplar, tal como lo prevé la ley”, alega su leal abogado Buongiorno.
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