Asunta era una niña que no pasaba inadvertida
. Entre otras cosas, porque fue la primera china adoptada que se vio en Santiago.
La pequeña, cuyo nombre original era Yong Fang, llegó a Galicia con un año.
Entonces, los padres incluso protagonizaron un reportaje en una televisión local en el que explicaban la felicidad que sentían por la llegada de Asunta y el empeño que habían puesto para poder lograr la adopción. Desde pequeña, los conocidos de sus padres la recuerdan brincando por las calles del Ensanche compostelano
. Quienes la trataron de cerca la describen como una cría muy responsable y madura, muy apegada a sus abuelos maternos y a sus padres.
Tanto que ella se inquietaba si, de forma excepcional, estos últimos se ausentaban y la dejaban con algún amigo de la familia, por muy íntimo que fuera.
Cuando terminaba sus clases en el prestigioso IES Rosalía de Castro, el instituto público del que era alumna, estudiaba inglés, piano, violín y danza con profesores particulares.
Era una escolar de altas capacidades y sus docentes habían decidido incluso adelantarla un curso por encima del que le correspondía a su edad.
Asunta era inseparable de sus padres, Rosario Porto y Alfonso Basterra, un periodista hijo de industrial bilbaíno que recaló en la capital gallega
. Y tenía una apretada vida social.
A sus padres les acompañaba incluso a los conciertos de música clásica en el Auditorio de Galicia.
La élite de Santiago ha sido testigo durante 11 años de la adoración que le profesaban sus padres a esta niña, una imagen de felicidad que las investigaciones policiales han volado por los aires.
Los allegados a la familia admiten que a finales de 2011 la armonía en el hogar se truncó.
En diciembre de ese año falleció la madre de Rosario y solo siete meses después la abogada perdió también a su padre.
La madre de Asunta se quedó no solo sin sus progenitores sino también sin la ayuda que estos le prestaban a ella y a su marido para criar a la niña.
Sus allegados relatan que el bajón físico y de ánimo que sufrió la ahora imputada por matar a su hija fue muy fuerte.
Poco después, los padres se separaron de una forma que a todos sus conocidos les pareció repentina. Asunta se fue a vivir con su madre, pero continuaba viendo a diario al padre, que se mudó a apenas 20 metros de distancia. Y, de hecho, seguía pasando más tiempo con él.
La muerte de los abuelos también marcó a la niña. Y meses después, escribió una extraña historia en un blog personal, al que fuentes de la investigación restan importancia ya que señalan que es el producto de un trabajo escolar
. Pero, a la luz de lo sucedido después, el relato, escrito en castellano e inglés, resulta llamativo ya que versa sobre misterios y crímenes en tres parques de Santiago (los de Belvís, Bonaval y la Alameda). En este último, la pequeña sitúa la historia de “una familia feliz, un hombre, una mujer y un hijo” que se ve truncada cuando “un hombre malo” mata al marido y a la mujer.
“Su cuerpo está en el parque de la Alameda y su espíritu también”, escribió Asunta.
. Entre otras cosas, porque fue la primera china adoptada que se vio en Santiago.
La pequeña, cuyo nombre original era Yong Fang, llegó a Galicia con un año.
Entonces, los padres incluso protagonizaron un reportaje en una televisión local en el que explicaban la felicidad que sentían por la llegada de Asunta y el empeño que habían puesto para poder lograr la adopción. Desde pequeña, los conocidos de sus padres la recuerdan brincando por las calles del Ensanche compostelano
. Quienes la trataron de cerca la describen como una cría muy responsable y madura, muy apegada a sus abuelos maternos y a sus padres.
Tanto que ella se inquietaba si, de forma excepcional, estos últimos se ausentaban y la dejaban con algún amigo de la familia, por muy íntimo que fuera.
Cuando terminaba sus clases en el prestigioso IES Rosalía de Castro, el instituto público del que era alumna, estudiaba inglés, piano, violín y danza con profesores particulares.
Era una escolar de altas capacidades y sus docentes habían decidido incluso adelantarla un curso por encima del que le correspondía a su edad.
Asunta era inseparable de sus padres, Rosario Porto y Alfonso Basterra, un periodista hijo de industrial bilbaíno que recaló en la capital gallega
. Y tenía una apretada vida social.
A sus padres les acompañaba incluso a los conciertos de música clásica en el Auditorio de Galicia.
La élite de Santiago ha sido testigo durante 11 años de la adoración que le profesaban sus padres a esta niña, una imagen de felicidad que las investigaciones policiales han volado por los aires.
Los allegados a la familia admiten que a finales de 2011 la armonía en el hogar se truncó.
En diciembre de ese año falleció la madre de Rosario y solo siete meses después la abogada perdió también a su padre.
La madre de Asunta se quedó no solo sin sus progenitores sino también sin la ayuda que estos le prestaban a ella y a su marido para criar a la niña.
Sus allegados relatan que el bajón físico y de ánimo que sufrió la ahora imputada por matar a su hija fue muy fuerte.
Poco después, los padres se separaron de una forma que a todos sus conocidos les pareció repentina. Asunta se fue a vivir con su madre, pero continuaba viendo a diario al padre, que se mudó a apenas 20 metros de distancia. Y, de hecho, seguía pasando más tiempo con él.
La muerte de los abuelos también marcó a la niña. Y meses después, escribió una extraña historia en un blog personal, al que fuentes de la investigación restan importancia ya que señalan que es el producto de un trabajo escolar
. Pero, a la luz de lo sucedido después, el relato, escrito en castellano e inglés, resulta llamativo ya que versa sobre misterios y crímenes en tres parques de Santiago (los de Belvís, Bonaval y la Alameda). En este último, la pequeña sitúa la historia de “una familia feliz, un hombre, una mujer y un hijo” que se ve truncada cuando “un hombre malo” mata al marido y a la mujer.
“Su cuerpo está en el parque de la Alameda y su espíritu también”, escribió Asunta.
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