Todos los que ya tenemos cierta edad sabemos que en una vida siempre
hay varias vidas.
Yo voy como por mi tercera existencia importante, sin
contar las ramas colaterales de pequeñas vidillas
. La certidumbre de esa
pluralidad es al mismo tiempo consoladora e inquietante, porque nada
dura para siempre.
Como decía la frase grabada en aquel anillo mágico de
Las mil y una noches, “también esto pasará”. Porque todo pasa,
lo bueno y lo malo, el dolor pero también la dicha.
Aun así, alivia
pensar que siempre hay otra oportunidad.
Lo importante es saber qué
hacer con esas otras vidas.
Cómo construirlas mejor, cómo aprender.
Todo esto viene a cuento de la increíble gesta de Juan Pedro Gómez, el millonario ganador de Pasapalabra.
Para cuando salga este artículo, dos semanas después de haber sido
escrito, puede que la gente esté aburrida de oír hablar de Juan Pedro:
la actualidad devora rápidamente a sus hijos.
Pero a mí este antiguo
conductor de grúas en paro me parece un héroe inmortal, una
reencarnación contemporánea de Ulises, el prototipo del superviviente
por excelencia, ingenioso, incombustible y tenaz.
Hay tres cosas que me emocionan especialmente del caso de Juan Pedro.
La primera, la amplitud de su imaginación y de su ambición: que, tras
quedarse en paro en el sector de la construcción, buscara salida como
participante de concursos culturales, demuestra una audacia, una
originalidad de pensamiento y una confianza en sí mismo prodigiosas
. La
segunda, que esa confianza en sí mismo no era la del papanatas
megalómano, sino la del currante responsable y acostumbrado a ganarse la
vida con esfuerzo: o sea, tenía fe en su capacidad de aprendizaje y
sacrificio, en su disciplina para empapuzarse, seis horas al día durante
cuatro años, varios diccionarios y enciclopedias, que no son
precisamente una lectura desternillante y amena.
Sobre todo si uno
piensa que todo ese esfuerzo tediosísimo lo afrontaba en pos de una
quimera, de un castillo en el aire, de un ensueño del que quizá algunos
de sus conocidos se rieran.
No desfallecer en esas circunstancias es
admirable.
Y el tercer detalle conmovedor es el sufrimiento que se adivina al
fondo.
Conozco de cerca otras familias que, como la de Juan Pedro,
llevan cuatro años en paro y dos ya sin subsidio.
Es una realidad
demoledora. Digno y contenido, nuestro protagonista sólo dijo que
querría hacer un viaje con su mujer y sus niños y disfrutar todos
juntos, porque “habían sido unos años muy duros”.
Por detrás de sus
palabras se vislumbra el pequeño infierno de la exclusión social, ese
trituradero en el que habitan cientos de miles de familias en España.
Será la primera vez que Juan Pedro se suba a un avión, y ha cumplido ya
42 años: la vida anterior de nuestro héroe fue muy sobria.
Su historia es una parábola ejemplar para esta España en crisis:
trabajador en paro que, con imaginación y esfuerzo, consigue hacerse
millonario.
El toque cultural es delicioso: me encanta que sus amigos
declaren, admirados, que “¡siempre se le veía con un libro debajo del
brazo!”, como si eso fuera lo más heroico, lo más difícil de todo
. O sea
que, además de dar esperanza a los parados, Juan Pedro fomenta la
lectura. Es un modelo tan perfecto que parece diseñado por un buen
publicista.
Claro que no todo el mundo se sentirá capaz de subir a su
altura: lo que siempre sucede con héroes tan redondos es que nos
resultan inalcanzables.
Pero estábamos hablando de las muchas vidas que
hay en toda vida, y lo que demuestra Juan Pedro es que es posible
reinventarse y cambiar de existencia, y eso en realidad está al alcance
de todos.
Hay muchos otros tipos de heroicidad, menos espectaculares
pero igual de alentadores.
Por ejemplo, y por no salir del desesperante
tema del desempleo, contaré una historia que me toca muy de cerca
. Una
de mis más íntimas amigas perdió el trabajo en 2001; era administrativa
en una multinacional tecnológica y la despidieron malamente, en realidad
como represalia a su pasado sindicalista.
Tenía cincuenta años y los
amigos estábamos consternados, convencidos de que no volvería a
encontrar trabajo fijo.
Contra nuestra opinión, aceptó meses después un
empleo en condiciones económicas bajísimas, totalmente inadecuadas a su
currículo, en una pequeña y nueva firma de tecnología.
Hoy esa empresa
es quince veces más grande y mi amiga es la directora financiera.
Es
otro buen ejemplo de valor, de esfuerzo, de apuesta y de esperanza.
No
es necesario salir en televisión para crearse otra vida.
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