Un Blues

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Del material conque están hechos los sueños

11 ago 2013

El vecino del portal 55

Daniel Galván Viña cayó cuando pidió a un amigo que quemara un lápiz de memoria

En el dispositivo había imágenes de niños del barrio.

Daniel Galván tras ser detenido en España. / Marcial Guillén  (EFE)

En el Dior Chebbi, un barrio de pisos populares al norte de la ciudad de Kenitra (Marruecos), Daniel Galván Viña era un vecino apreciado.
 Alguien culto y con dinero a quien invitar a las celebraciones familiares. Una persona de fiar a cuyo cargo se podía dejar a los hijos para ir al centro a hacer algún recado.
 El respetable profesor retirado que se ofrecía para enseñar inglés a los chicos, que les daba caramelos y otros regalos, que les organizaba fiestas… Hasta que cometió un error que hundió su reputación y descubrió su verdadera cara.
 Durante un viaje llamó alarmado a uno de los vecinos de su portal. “Mohamed, entra en mi casa y coge de mi armario una bolsa de plástico con un lápiz de memoria USB y una cinta de vídeo y quémalos”. Mohamed no destruyó esos objetos, sino que los vendió.
 Fue el que se lo compró quien, al conectar el pendrive a su ordenador y ver su contenido, denunció el caso. Dentro había imágenes de Galván violando y abusando de 20 niños.
Al menos cinco de esos menores eran del barrio, de Chebbi. Chicos a los que Galván se había ofrecido a cuidar. Chavales que sus padres, sin saberlo, habían confiado a un pederasta.
Este es el delincuente que el rey de Marruecos, Mohamed VI, indultó el pasado 30 de julio junto con otros 47 presos españoles en cárceles de ese país con motivo de la Fiesta del Trono, que celebra su acceso a la Corona.
 La decisión real, que luego el monarca tuvo que revocar, ha generado una ola de protestas sin precedentes. Y no solo en Kenitra, el escenario de los delitos de este español de origen iraquí. También en Casablanca o en Rabat, donde la policía reprimió violentamente a los manifestantes.
“Por primera vez la opinión pública marroquí ha podido juzgar los motivos de un indulto real y se ha mostrado en desacuerdo”, explica en su despacho Hamid Krairi, abogado de varias víctimas del pedófilo, miembro de la Asociación Marroquí de Derechos Humanos (AMDH) y el descubridor del Galvangate, el nombre que la prensa marroquí y las redes sociales han dado al escándalo. “Ha sido una gran victoria del pueblo. Su majestad ha tenido que dar marcha atrás y el pedófilo ha vuelto a la cárcel”, prosigue Krairi, que se enteró por casualidad de su salida cuando, desde el Tribunal de Apelación de Kenitra, le avisaron de que Galván había pasado por allí para reclamar su documentación.

26 de noviembre de 2010

Portal de su casa en Kenitra. / Claudio Álvarez
Mustafá Rukzat se planta en ese mismo despacho, el de Krairi con un CD-ROM en la mano. Rukzat es el hombre al que Mohamed, el vecino de Galván, había vendido el lápiz de memoria que el pederasta le había pedido que destruyera, aunque no revela al letrado cómo ha tenido acceso a esas fotografías que solo un depravado ha podido tomar.
 Se trata de cinco menores en posturas impúdicas y practicando sexo adoptando varias posturas, según la investigación policial.
 También aparecen varias niñas en el baño y Galván entre dos de ellas “besándolas intensamente”. Tras verlas, Rukzat y Krairi inician una pequeña investigación
. Se trata de comprobar que el pederasta se encuentra de nuevo en Kenitra.
Tras verificarlo, ese mismo día, el abogado presenta un escrito de denuncia en la oficina del procurador real de la comarca, el equivalente a la fiscalía en España.
 El 28 de noviembre la policía se planta en el portal 55 del bloque M del barrio de Chebbi, detiene a Galván y registra su apartamento, donde encuentra una cámara digital, un ordenador portátil (con las mismas imágenes de niños del pendrive junto a otras del mismo estilo), dos móviles, un consolador de madera cubierto de cera roja, algunos DVD, botellas de vino...
Tras tomarle declaración —en la que confiesa haber realizado algunos tocamientos y actos de exhibicionismo con los niños, pero asegura que las fotos de su ordenador las hizo a título privado y sin intención de difundirlas— lo internan en la prisión central de Kenitra, cuyos muros se encuentran a escasos 200 metros de su vivienda. No abandonará ese lugar hasta tres años y medio después, cuando, por sorpresa, el director de la cárcel le comunica que ha sido agraciado desde palacio.
El abogado que consiguió meter en la cárcel a Galván. / Claudio Álvarez
En la documentación judicial marroquí sobre el pedófilo consta que Galván nació el 1 de julio de 1950 en Basora, Irak.
El detenido cuenta a los agentes que se instaló en Marruecos en 2004, aunque de forma discontinua. Que vivía dos meses ahí para después retornar a España y volver más tarde de nuevo a Kenitra. Pero en España no dejó mucho rastro.
Según el auto que lo devolvió de nuevo a la cárcel el pasado martes, obtuvo la nacionalidad al casarse con una española, aunque ninguno de los consultados, ni en Murcia ni en Kenitra, la conoce.
 Tras su detención en Marruecos en 2010, dijo a los magistrados marroquíes que estaba divorciado y que tenía dos hijos. Pese a haber pasado más de 25 años entre Murcia y Torrevieja (Alicante), cuando el juez de la Audiencia Nacional Fernando Andreu le preguntó por su arraigo —tras la rectificación de Rabat que propició su detención en España— solo pudo dar el nombre de un amigo: Ulpiano.
Ulpiano pide que no se publique su apellido para no verse involucrado.
 En una terraza de una pedanía de Murcia, bajo un sol abrasador, cuenta que se sorprendió al leer que le había citado en su declaración. “Claro que le conozco, desde hace muchos años, pero tampoco es que seamos íntimos”, señala. Ulpiano explica que en los ochenta, Daniel Galván Viña ya andaba por esa provincia.
 Solo que entonces aún era el iraquí Salah Gabhan Benia. Ulpiano lo conoció porque comenzó a estudiar árabe con Benia —así lo llama aún— como profesor. “Es un tipo culto con el que puedes hablar de muchos temas. Sabe inglés y francés, además de español y árabe”, dice.
La historia que Salah/Daniel cuenta a sus amigos españoles permite recomponer su vida, aunque deja importantes lagunas. El hispanoiraquí asegura que su familia tenía palmerales en la confluencia del Tigris y el Eúfrates. Que había estudiado Biología en Basora (entre 1970 y 1974), que fue teniente de artillería en el Ejército iraquí y que pasó una temporada en la Armada hasta que escapó.
“Nos decía que era kurdo, refugiado iraquí, que había escapado del Ejército, pero no hablaba mucho de política”, cuenta un profesor de la Universidad de Murcia al que le dio clases de inglés en los noventa y que también pide que se oculte su nombre. Antes de llegar a España, contaba que había pasado por Marruecos, Reino Unido y Canadá. “Su historia era inconexa
. Se oponía al régimen de su país y solía insultar a Sadam Husein. ‘¡Hijo puta, Sadam, hijo puta, Sadam!’, repetía con ese acento árabe”, recuerda su alumno de inglés.
 Lo recuerda más delgado que ahora, con pelo negro y con bigote.

En 1992 Galván ya tiene nacionalidad española —así aparece en un DNI— y, en noviembre de ese año, logra que el Ministerio de Educación le convalide su titulación iraquí.
Por entonces ya ha castellanizado su nombre. Elige Daniel porque le gusta, y los apellidos Gabhan Benia pasan a ser Galván Viña, lo más parecido fonéticamente que encontró.
Dicen que sobrevivió dando clases de inglés y árabe y, ocasionalmente, como jornalero.
 Su siguiente rastro oficial aparece en 1996, cuando consigue una beca en el departamento de Relaciones Internacionales de la Universidad de Murcia. Allí está hasta 2002.
 Tramita los Erasmus de los estudiantes. Uno de ellos escudriña en su memoria. “Era el tipo que nos hacía los exámenes a los alumnos que pedíamos la beca. Pensé que era libanés”.
 Su jefe entonces, Matías Balibrea, lo recuerda como un empleado normal. Bebía botellines de cerveza en la cafetería de la facultad o en los bares de alrededor.
No era especialmente religioso. En aquella época redondea su sueldo con clases particulares de idiomas, en la universidad o en los modestos pisos de Murcia que va alquilando por el centro.
 Llegó a dar tres domicilios distintos.
 La Universidad de Murcia convoca una oposición en 2002, pero Galván no se presenta. El hispanoiraquí cree que lo han despedido y reclama en los tribunales una indemnización que no logra.
 Un año antes compra una casita en Torrevieja. Barrio humilde a las afueras; 58 metros cuadrados; 70.000 euros de hipoteca. Es una casa blanca de planta baja y primero
. Es allí donde, poco a poco, su rastro se esfuma.

 

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