Un Blues

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Del material conque están hechos los sueños

24 jul 2013

Carla Fracci (Mis retratos del verano: 3) Por: Roger Salas


Carla.Fracci (1)Buccafusca Fue en un receso de los ensayos en el Teatro de Epidauro donde Carla Fracci (Milán, 1936) me habló por primera vez del concepto de compañía nacional, de esa idea que la rondaba ya entonces. Era la noche previa a la función donde debía bailar las danzas de Isadora Duncan y ¡era el sitio ideal para esa evocación! Estábamos sentados sobre aquellos milenarios asientos de piedra, tan llenos de historia
. El teatro estaba vacío. La acústica, inmejorable, había sido ideada en el siglo IV a. C. “¿Ves? Las fórmulas del teatro siguen siendo las mismas y son sagradas. Por eso permanecen”, me dijo. Tiene razón la diva italiana. “Carla Fracci es la más grande ballerina italiana de los tiempos modernos, y verdadera superviviente en activo de una tradición que hoy es ya historia”, escribí una vez, argumentándolo así: “La leyenda de las bailarinas italianas se remonta al romanticismo cuando París, Londres y San Petersburgo se las adjudicaban como propias
. María Taglioni, Carlotta Grisi, Fanny Cerrito, Sofia Fuoco, Carolina Rosati, Caterina Beretta, Amalia Ferraris, Carlotta Zambelli, Pierina Legnani, Virginia Zucchi, se convirtieron en el emblema mundial del ballet
. La tradición de las italianas era un signo de bravura, de elegancia y de una escuela con tradición.
 La única italiana del siglo XX que se une a ese collar de gemas artesanas es Fracci, cuya carrera es ejemplar por amplitud y rigor
. A su sublime encarnación de las heroínas del ballet, ya sean trágicas o espectrales, inocentes o traviesas, o simplemente, mujeres enamoradas que desafían a Eolo de la mano de Terpsícore, hay que distinguirlas. Su Giselle implorante, su Sílfide irreflexiva, su Swanilda coqueta, su Cerrito que es la animación de un grabado de Alophe, su Julieta aferrada a un amor trágico, su Gelsomina ingenua y creyente en una vida que niega los más justos placeres”.
 He visto trabajar afanosamente a Fracci en la barra aún hoy como si de una debutante se tratara; su puntualidad y su sentido ritual de la estancia en los teatros como si fueran verdaderos templos, su manera de atender a los jóvenes bailarines.
 La preocupación por el estilo la hace un ejemplo admirable.
 Y hay algo tan verdadero como heroico en estas grandes mujeres, artistas de generaciones pasadas que no solo no creen en el retiro, sino que siguen haciendo planes. Fracci está empeñada hace tiempo en esa idea: la de una compañía nacional en Italia. Suena raro, pero allí no existe. Esa es la verdad. Sería una manera de sanear el ambiente y partir de cero en cuanto estructura.
 Su proyecto, esa idea que me ha contado muchas veces (y de la que han corrido ríos de tinta) plantea traer a los bailarines italianos que hacen carrera en el extranjero, establecer un calendario orgánico con los grandes teatros, gestionar una sede óptima en la capital (Roma) y recuperar el repertorio propio y universal, incluyendo en la oferta el de los Ballet Russes de Diaghilev, mantenerlo siempre activo, entendiendo que allí está el meollo del ballet moderno y contemporáneo por el que aún navegamos.
 Ya en su etapa en la Ópera de Roma Carla Fracci puso en práctica estas tesis, y tengo que decir que con éxito de público y crítica; por una vez, concilió a pareceres diversos y hasta divergentes.
 La imagen es una cortesía del fotógrafo italiano Alessio Buccafusca.

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