Fue en un receso de los ensayos en el Teatro de Epidauro donde Carla
Fracci (Milán, 1936) me habló por primera vez del concepto de compañía
nacional, de esa idea que la rondaba ya entonces. Era la noche previa a
la función donde debía bailar las danzas de Isadora Duncan y ¡era el
sitio ideal para esa evocación! Estábamos sentados sobre aquellos
milenarios asientos de piedra, tan llenos de historia
. El teatro estaba
vacío. La acústica, inmejorable, había sido ideada en el siglo IV a. C.
“¿Ves? Las fórmulas del teatro siguen siendo las mismas y son sagradas.
Por eso permanecen”, me dijo. Tiene razón la diva italiana. “Carla
Fracci es la más grande ballerina italiana de los tiempos modernos, y
verdadera superviviente en activo de una tradición que hoy es ya
historia”, escribí una vez, argumentándolo así: “La leyenda de las
bailarinas italianas se remonta al romanticismo cuando París, Londres y
San Petersburgo se las adjudicaban como propias
. María Taglioni,
Carlotta Grisi, Fanny Cerrito, Sofia Fuoco, Carolina Rosati, Caterina
Beretta, Amalia Ferraris, Carlotta Zambelli, Pierina Legnani, Virginia
Zucchi, se convirtieron en el emblema mundial del ballet
. La tradición
de las italianas era un signo de bravura, de elegancia y de una escuela
con tradición.
La única italiana del siglo XX que se une a ese collar de
gemas artesanas es Fracci, cuya carrera es ejemplar por amplitud y
rigor
. A su sublime encarnación de las heroínas del ballet, ya sean
trágicas o espectrales, inocentes o traviesas, o simplemente, mujeres
enamoradas que desafían a Eolo de la mano de Terpsícore, hay que
distinguirlas. Su Giselle implorante, su Sílfide irreflexiva, su
Swanilda coqueta, su Cerrito que es la animación de un grabado de
Alophe, su Julieta aferrada a un amor trágico, su Gelsomina ingenua y
creyente en una vida que niega los más justos placeres”.
He visto
trabajar afanosamente a Fracci en la barra aún hoy como si de una
debutante se tratara; su puntualidad y su sentido ritual de la estancia
en los teatros como si fueran verdaderos templos, su manera de atender a
los jóvenes bailarines.
La preocupación por el estilo la hace un
ejemplo admirable.
Y hay algo tan verdadero como heroico en estas
grandes mujeres, artistas de generaciones pasadas que no solo no creen
en el retiro, sino que siguen haciendo planes. Fracci está empeñada hace
tiempo en esa idea: la de una compañía nacional en Italia. Suena raro,
pero allí no existe. Esa es la verdad. Sería una manera de sanear el
ambiente y partir de cero en cuanto estructura.
Su proyecto, esa idea
que me ha contado muchas veces (y de la que han corrido ríos de tinta)
plantea traer a los bailarines italianos que hacen carrera en el
extranjero, establecer un calendario orgánico con los grandes teatros,
gestionar una sede óptima en la capital (Roma) y recuperar el repertorio
propio y universal, incluyendo en la oferta el de los Ballet Russes de
Diaghilev, mantenerlo siempre activo, entendiendo que allí está el
meollo del ballet moderno y contemporáneo por el que aún navegamos.
Ya
en su etapa en la Ópera de Roma Carla Fracci puso en práctica estas
tesis, y tengo que decir que con éxito de público y crítica; por una
vez, concilió a pareceres diversos y hasta divergentes.
La imagen es una cortesía del fotógrafo italiano Alessio Buccafusca.
No hay comentarios:
Publicar un comentario