Se puede ser muy campeón, pero sin derrotar a Brasil siempre parecerá
que faltó algo.
Por lo que Brasil ha supuesto para el fútbol, superar su reto es casi una obligación de todo entronizado que se precie.
Y si el destino te cita en Maracaná, aún más.
Los jugadores españoles lo tienen metabolizado hasta el hueso y ese objetivo ha sido su hilo conductor permanente en una Copa Confederaciones sin otro atractivo.
Un torneo calzado por la FIFA tras una temporada agotadora y una larga concentración sin grandes pasatiempos.
En caso de victoria, la causa habrá merecido la pena para España.
No es la final mundialista o de la Eurocopa, pero el cartel es tan imponente que lo parece, y tiene en vilo a los futbolistas españoles, que, pese a su mochila de éxitos, siempre soñaron con este día.
Para la Roja sería una victoria legendaria, de las que perdurarán en la retina y se novelarán de generación en generación.
Ambos bandos se han tomado el pulso como una cuestión tan personal como primordial. Brasil, con las calles en sangre viva, teme que una decepción complique todavía más el tránsito hacia su Mundial de 2014. En lo deportivo, la Canarinha no tendría redención en todo un año, puesto que nada tiene en juego hasta entonces, y el derroche por el fútbol está en el disparadero de las revueltas sociales. Para los brasileños todavía hay algo más en juego.
Desde los años noventa, Brasil ha perdido aroma, ya no representa la esencia del jogo bonito, “ese fútbol que prefiere el placer al resultado, ese fútbol que no tiene ángulos rectos, como tampoco los tienen las montañas de Río ni los edificios de Niemeyer”, como en su día lo definió de forma magistral el escritor Eduardo Galeano.
Ese papel bonito le corresponde ahora a su adversario de esta noche y, tras los fracasos en Alemania 2006 y Sudáfrica 2010, la selección amarilla tampoco puede reivindicar títulos a cambio de estilo.
España, por su parte, tiene de todo: gana y fascina.
Un éxito en Río sería toda una guinda para el grupo de Vicente del Bosque; una derrota no empañaría su andadura desde 2008.
Sin embargo, otro llanto de Maracaná como el provocado por Schiaffino y Ghiggia, aunque ya nunca será tan multitudinario, abriría preocupantes interrogaciones en el fútbol brasileño y en todo el país.
Por algo en las horas previas, Luiz Felipe Scolari se ha hartado de otorgar el favoritismo a España, una forma subliminal de querer sacudirse la presión.
En principio, todo apunta a que Brasil mantendrá su alineación de
todo el torneo, con Neymar como icono y principal amenaza, dos laterales
de largo recorrido —Alves y Marcelo—, dos centrales y un portero
matriculados en Europa —Julio César y los zagueros David Luiz y Thiago
Silva—, dos medios centros como Luiz Gustavo —más defensivo— y Paulinho
—más llegador—, un volante indefinido —Óscar— y dos atacantes potentes y
con oficio —Fred y Hulk—.
Por parte española es probable que Del Bosque ordene alguna variante respecto al partido con Italia. La decepcionante actuación de Silva puede abrir la puerta a Mata o a Navas, aunque el técnico tiene preferencia por el sevillano como agitador durante el transcurso del encuentro.
Con Cesc ya en plenitud, puede ser él quien resuelva el enigma del nueve en cada partido. Reventados físicamente tras el exigente duelo con los italianos, en Río los españoles encontrarán alivio en el clima, con temperaturas hasta 10 grados por debajo de las de Fortaleza.
Al abrigo de Maracaná, el holandés Björn Kuipers, de 40 años, hijo de árbitro y dueño de un supermercado, ha sido designado como juez. Esta temporada ya arbitró el Barcelona-PSG de los cuartos de la Liga de Campeones, y el Borussia Dortmund-Real Madrid en semifinales.
Kuipers tendrá tajo
. Las estadísticas alertan de que Brasil es el equipo que más faltas ha cometido del torneo, 81, más de 20 por partido, por tan solo 42 en total de los españoles. La Roja, cuestión ideológica, ha dado 794 pases más que su rival de hoy. Otro Brasil, la nueva España.
Dos vías diferentes para dirimir mucho más que un mero partido.
Y con Maracaná de testigo, donde la Canarinha ha disputado 104 encuentros, con 74 victorias, 23 empates y solo siete derrotas. Señal inequívoca del fortín que espera a los españoles y la magnitud de la gesta. Los futbolistas de hoy no tendrán en contra una marabunta de 152.772 hinchas, como tuvieron que soportar Ramallets, Zarra y compañía hace 63 años.
En el remodelado estadio el aforo es de 73.531 espectadores. A diferencia de lo ocurrido en el Mundial de 1950, donde la selección de Guillermo Eizaguirre no desvelaba a Brasil (6-1, en su duelo), la de ahora ha sido abucheada sin parar en cada partido. Es el ayer contra el hoy, Brasil ante su hijo más reconocido: la España más brasileña.
Por lo que Brasil ha supuesto para el fútbol, superar su reto es casi una obligación de todo entronizado que se precie.
Y si el destino te cita en Maracaná, aún más.
Los jugadores españoles lo tienen metabolizado hasta el hueso y ese objetivo ha sido su hilo conductor permanente en una Copa Confederaciones sin otro atractivo.
Un torneo calzado por la FIFA tras una temporada agotadora y una larga concentración sin grandes pasatiempos.
En caso de victoria, la causa habrá merecido la pena para España.
No es la final mundialista o de la Eurocopa, pero el cartel es tan imponente que lo parece, y tiene en vilo a los futbolistas españoles, que, pese a su mochila de éxitos, siempre soñaron con este día.
Para la Roja sería una victoria legendaria, de las que perdurarán en la retina y se novelarán de generación en generación.
Ambos bandos se han tomado el pulso como una cuestión tan personal como primordial. Brasil, con las calles en sangre viva, teme que una decepción complique todavía más el tránsito hacia su Mundial de 2014. En lo deportivo, la Canarinha no tendría redención en todo un año, puesto que nada tiene en juego hasta entonces, y el derroche por el fútbol está en el disparadero de las revueltas sociales. Para los brasileños todavía hay algo más en juego.
Desde los años noventa, Brasil ha perdido aroma, ya no representa la esencia del jogo bonito, “ese fútbol que prefiere el placer al resultado, ese fútbol que no tiene ángulos rectos, como tampoco los tienen las montañas de Río ni los edificios de Niemeyer”, como en su día lo definió de forma magistral el escritor Eduardo Galeano.
Ese papel bonito le corresponde ahora a su adversario de esta noche y, tras los fracasos en Alemania 2006 y Sudáfrica 2010, la selección amarilla tampoco puede reivindicar títulos a cambio de estilo.
España, por su parte, tiene de todo: gana y fascina.
Un éxito en Río sería toda una guinda para el grupo de Vicente del Bosque; una derrota no empañaría su andadura desde 2008.
Sin embargo, otro llanto de Maracaná como el provocado por Schiaffino y Ghiggia, aunque ya nunca será tan multitudinario, abriría preocupantes interrogaciones en el fútbol brasileño y en todo el país.
Por algo en las horas previas, Luiz Felipe Scolari se ha hartado de otorgar el favoritismo a España, una forma subliminal de querer sacudirse la presión.
Un éxito en Río sería toda una guinda para el grupo de Vicente del Bosque; una derrota no empañaría su andadura desde 2008
Por parte española es probable que Del Bosque ordene alguna variante respecto al partido con Italia. La decepcionante actuación de Silva puede abrir la puerta a Mata o a Navas, aunque el técnico tiene preferencia por el sevillano como agitador durante el transcurso del encuentro.
Con Cesc ya en plenitud, puede ser él quien resuelva el enigma del nueve en cada partido. Reventados físicamente tras el exigente duelo con los italianos, en Río los españoles encontrarán alivio en el clima, con temperaturas hasta 10 grados por debajo de las de Fortaleza.
Al abrigo de Maracaná, el holandés Björn Kuipers, de 40 años, hijo de árbitro y dueño de un supermercado, ha sido designado como juez. Esta temporada ya arbitró el Barcelona-PSG de los cuartos de la Liga de Campeones, y el Borussia Dortmund-Real Madrid en semifinales.
Kuipers tendrá tajo
. Las estadísticas alertan de que Brasil es el equipo que más faltas ha cometido del torneo, 81, más de 20 por partido, por tan solo 42 en total de los españoles. La Roja, cuestión ideológica, ha dado 794 pases más que su rival de hoy. Otro Brasil, la nueva España.
Dos vías diferentes para dirimir mucho más que un mero partido.
Y con Maracaná de testigo, donde la Canarinha ha disputado 104 encuentros, con 74 victorias, 23 empates y solo siete derrotas. Señal inequívoca del fortín que espera a los españoles y la magnitud de la gesta. Los futbolistas de hoy no tendrán en contra una marabunta de 152.772 hinchas, como tuvieron que soportar Ramallets, Zarra y compañía hace 63 años.
En el remodelado estadio el aforo es de 73.531 espectadores. A diferencia de lo ocurrido en el Mundial de 1950, donde la selección de Guillermo Eizaguirre no desvelaba a Brasil (6-1, en su duelo), la de ahora ha sido abucheada sin parar en cada partido. Es el ayer contra el hoy, Brasil ante su hijo más reconocido: la España más brasileña.
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