El ejemplo de Elena Anaya expone la tendencia solidaria de las estrellas.
Los micrófonos están cerrados. Kebene, etíope de 28 años refugiada en
España, acaba de leer una carta en la que cuenta su historia, un relato
de los que hacen difícil entender cómo puede conservar esa sonrisa.
Elena Anaya, a su vera durante la lectura, se retira de escena detrás de ella, le toca el brazo y, entusiasta pero despacio, para que no se le escape una palabra, le dice: “Aquí tienes a una hermana”.
Es en privado, sin intención de que se entere el auditorio.
Ha finalizado el primer acto de la presentación del documental Welcome to my country (Bienvenido a mi país), dirigido por Fernando León de Aranoa y conducido por Elena Anaya para la agencia de refugiados de la ONU (ACNUR)
. La actriz se acuerda de las palabras durante una charla posterior. No tanto de las suyas, sino de las que le soltó Kebene y que la dejaron algo tocada:
“Después de cinco años huyendo”, cuenta Anaya, “se ha acercado a mí para decirme: ‘Que sepas que estoy aquí para ayudarte en lo que quieras”.
Hasta hace bien poco, Kebene no tenía ni idea de quién era esa mujer de 37 años que hoy se desvive por ayudarla a leer en público.
La etíope llegó a España en julio de 2012.
Por entonces, Elena Anaya ya tenía en mente que quería hacer algo para contar lo que había aprendido hacía muy poquito, en el puente de mayo, en las oficinas de ACNUR en Madrid
. Y acabó en Etiopía, en los campos de Dollo Ado y Assosa, donde tampoco la conoce nadie, donde nadie vio Lucía y el sexo o La piel que habito
. Eso da igual. La fórmula pasa por lo siguiente: Anaya viaja, ve, se informa, trabaja y comunica
. Alguien, de este lado, reconoce a la actriz en la campaña, se acerca un poco más, conecta, entiende y, quizá, solo quizá, aporta.
Eso, en bruto. El backstage deja otras cosas. “Es una realidad”, relata la actriz, “que supera a cualquiera de las ficciones más surrealistas que haya podido imaginar”.
Una realidad, dura, que necesita también un rincón para digerir.
“A mí me tocó una noche en la tienda”, tira de memoria la actriz. “Entró Fernando y me vio agachada, casi a oscuras, solo con una luz azul, y me preguntó que me pasaba. Le dije que necesitaba estar sola un rato”.
El rato duró poco porque a ella se le había ido la mano con el matarratas y, según le sugirió el director, o salía o quizá se quedaba para siempre.
Elena Anaya colabora con ACNUR desde aquel día en el que un pinchazo le hizo toparse con Maricela Daniel, representante de la agencia en España.
Pero los hay, famosos —en el lenguaje que utiliza la propia organización— que llevan más tiempo
. El presentador de televisión Jesús Vázquez es embajador de buena voluntad de ACNUR desde 2007. Hace un mes estuvo de visita en los campos de Zaatari (Jordania), junto a la frontera de Siria, para alertar de la falta de recursos en la asistencia de los más de 1,5 millones de refugiados de la guerra siria.
Esta semana fue la actriz Angelina Jolie —que si en esto de colaborar con la ONU hubiera rangos ocuparía el mayor, como enviada especial de ACNUR— la que viajó a Jordania.
La emergencia siria, inmanejable a estas horas, necesita de su tirón y ella, casi como paracaidista, lo presta. Primero de acción, junto a algunas de las familias que un día cruzaron la frontera sur de Siria, y luego de oración: “No podemos imaginar por lo que estáis pasando”, dijo Jolie, junto al alto comisionado de ACNUR, el portugués Antonio Guterres.
“El conflicto tiene que acabar”, pidió la actriz
. Seguro que sus imágenes, para la audiencia, tienen más vuelo que sus palabras, irrelevantes para la diplomacia.
Y antes, también mucho antes, fueron otros lo que hicieron uso de su popularidad, de ser una cara conocida, para que los que no pasan del anonimato arrimaran el hombro a su causa.
Lo fueron, para diferentes agencias, Peter Ustinov, Sofía Loren, Richard Burton, Audrey Hepburn, Mia Farrow, Susan Sarandon, pero también Riccardo Muti, Giorgio Armani, Nana Mouskouri, Pierre Cardin o incluso Laura W. Bush.
¿Por qué meterse en un proyecto así?
“Llevaba mucho tiempo intentando buscar la parte útil de ser un personaje conocido”, responde Elena Anaya. “Hay algo con la popularidad que intento evitar y con lo que me peleo porque no lo asumo de forma muy directa”
. Lo que sí aceptó ya es que tiene un privilegio: por ser quién es conoce mejor el trabajo con los refugiados; por ser quién es viajó a Etiopía, y por ser quién es tuvo la oportunidad de conocer y dar a conocer una crisis con más de 45 millones de protagonistas.
Y, además, la fórmula a veces funciona.
“Me llamaron también para la campaña del Sahel”, recuerda la actriz. “Vi una foto de un niño bebiendo de un charco y dije de inmediato: ‘¿Adónde hay que ir?”.
La iniciativa de ACNUR tuvo éxito. Es decir, que si Elena Anaya sale, la gente colabora y si no… “La vida me ha colocado en un sitio y a ti en otro”, reflexiona la actriz.
“Espero poder ayudar, ser útil, ser un reclamo si es necesario y utilizar mi popularidad para este tipo de cosas, que creo —dice con sorna— que es para lo único bueno que sirve”.
Elena Anaya, a su vera durante la lectura, se retira de escena detrás de ella, le toca el brazo y, entusiasta pero despacio, para que no se le escape una palabra, le dice: “Aquí tienes a una hermana”.
Es en privado, sin intención de que se entere el auditorio.
Ha finalizado el primer acto de la presentación del documental Welcome to my country (Bienvenido a mi país), dirigido por Fernando León de Aranoa y conducido por Elena Anaya para la agencia de refugiados de la ONU (ACNUR)
. La actriz se acuerda de las palabras durante una charla posterior. No tanto de las suyas, sino de las que le soltó Kebene y que la dejaron algo tocada:
“Después de cinco años huyendo”, cuenta Anaya, “se ha acercado a mí para decirme: ‘Que sepas que estoy aquí para ayudarte en lo que quieras”.
Hasta hace bien poco, Kebene no tenía ni idea de quién era esa mujer de 37 años que hoy se desvive por ayudarla a leer en público.
La etíope llegó a España en julio de 2012.
Por entonces, Elena Anaya ya tenía en mente que quería hacer algo para contar lo que había aprendido hacía muy poquito, en el puente de mayo, en las oficinas de ACNUR en Madrid
. Y acabó en Etiopía, en los campos de Dollo Ado y Assosa, donde tampoco la conoce nadie, donde nadie vio Lucía y el sexo o La piel que habito
. Eso da igual. La fórmula pasa por lo siguiente: Anaya viaja, ve, se informa, trabaja y comunica
. Alguien, de este lado, reconoce a la actriz en la campaña, se acerca un poco más, conecta, entiende y, quizá, solo quizá, aporta.
Eso, en bruto. El backstage deja otras cosas. “Es una realidad”, relata la actriz, “que supera a cualquiera de las ficciones más surrealistas que haya podido imaginar”.
Una realidad, dura, que necesita también un rincón para digerir.
“A mí me tocó una noche en la tienda”, tira de memoria la actriz. “Entró Fernando y me vio agachada, casi a oscuras, solo con una luz azul, y me preguntó que me pasaba. Le dije que necesitaba estar sola un rato”.
El rato duró poco porque a ella se le había ido la mano con el matarratas y, según le sugirió el director, o salía o quizá se quedaba para siempre.
Elena Anaya colabora con ACNUR desde aquel día en el que un pinchazo le hizo toparse con Maricela Daniel, representante de la agencia en España.
Pero los hay, famosos —en el lenguaje que utiliza la propia organización— que llevan más tiempo
. El presentador de televisión Jesús Vázquez es embajador de buena voluntad de ACNUR desde 2007. Hace un mes estuvo de visita en los campos de Zaatari (Jordania), junto a la frontera de Siria, para alertar de la falta de recursos en la asistencia de los más de 1,5 millones de refugiados de la guerra siria.
Esta semana fue la actriz Angelina Jolie —que si en esto de colaborar con la ONU hubiera rangos ocuparía el mayor, como enviada especial de ACNUR— la que viajó a Jordania.
La emergencia siria, inmanejable a estas horas, necesita de su tirón y ella, casi como paracaidista, lo presta. Primero de acción, junto a algunas de las familias que un día cruzaron la frontera sur de Siria, y luego de oración: “No podemos imaginar por lo que estáis pasando”, dijo Jolie, junto al alto comisionado de ACNUR, el portugués Antonio Guterres.
“El conflicto tiene que acabar”, pidió la actriz
. Seguro que sus imágenes, para la audiencia, tienen más vuelo que sus palabras, irrelevantes para la diplomacia.
Y antes, también mucho antes, fueron otros lo que hicieron uso de su popularidad, de ser una cara conocida, para que los que no pasan del anonimato arrimaran el hombro a su causa.
Lo fueron, para diferentes agencias, Peter Ustinov, Sofía Loren, Richard Burton, Audrey Hepburn, Mia Farrow, Susan Sarandon, pero también Riccardo Muti, Giorgio Armani, Nana Mouskouri, Pierre Cardin o incluso Laura W. Bush.
¿Por qué meterse en un proyecto así?
“Llevaba mucho tiempo intentando buscar la parte útil de ser un personaje conocido”, responde Elena Anaya. “Hay algo con la popularidad que intento evitar y con lo que me peleo porque no lo asumo de forma muy directa”
. Lo que sí aceptó ya es que tiene un privilegio: por ser quién es conoce mejor el trabajo con los refugiados; por ser quién es viajó a Etiopía, y por ser quién es tuvo la oportunidad de conocer y dar a conocer una crisis con más de 45 millones de protagonistas.
Y, además, la fórmula a veces funciona.
“Me llamaron también para la campaña del Sahel”, recuerda la actriz. “Vi una foto de un niño bebiendo de un charco y dije de inmediato: ‘¿Adónde hay que ir?”.
La iniciativa de ACNUR tuvo éxito. Es decir, que si Elena Anaya sale, la gente colabora y si no… “La vida me ha colocado en un sitio y a ti en otro”, reflexiona la actriz.
“Espero poder ayudar, ser útil, ser un reclamo si es necesario y utilizar mi popularidad para este tipo de cosas, que creo —dice con sorna— que es para lo único bueno que sirve”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario