La pandilla del sushi
Lo han conseguido de nuevo, como era de esperar. El sushi de los
cojones.
Al atún rojo le echaron encima hace unas semanas, en la última
reunión internacional del organismo correspondiente, celebrada en Qatar,
otra sentencia de muerte. Como si no anduviera ya listo de papeles.
España, presidente temporal de la UE, tenía que haber defendido la
propuesta de restringir drásticamente el comercio de ese bicho. Lo hizo
porque no había más remedio; pero con la boca pequeña y con nuestros
representantes suspirando, aliviados, cuando la mafia pescatera,
encabezada por los japoneses, tumbó la propuesta de incluir el atún rojo
en el convenio internacional donde están leones, elefantes y otras
especies en extinción.
Era de esperar.
A los túnidos no los ven los niños en los delfinarios ni
en el zoo, a la gente le importan un carajo, y además España tiene la
mayor cuota de pesca de atunes existente en la comunidad europea. No la
engullimos nosotros ni hartos de sake, pero da igual.
El negocio lo
mueven cuatro listos, y la gente que trabaja en eso no llega a dos mil
quinientas personas, aunque eso sí: nueve de cada diez ejemplares
terminan en Japón, donde se pagan de seis a doce mil mortadelos por
ejemplar. Cómo no lo van a exterminar, mis primos. Y todo eso, después
de una matanza larga y sistemática realizada con absoluta impunidad y
con la complicidad activa o pasiva -por amor al arte, naturalmente- de
conspicuas autoridades hispanas:
Pesca, Medio Ambiente, Marina Mercante y
otros organismos oficiales, que llevan dos décadas mirando hacia otro
lado, dejando arrasar el mar sin mover un puto dedo. Por no hablar de
los ecologistas: ahora muy flamencos con el atún, pero todavía hace poco
tiempo, cuando algunos lo denunciábamos alto y claro, sólo tenían
ojitos para las ballenas, que son más fotogénicas. No es raro, por
tanto, que el director general de recursos pesqueros español dijese en
Qatar aquello de «la prohibición habría sido un duro golpe».
Supongo que por eso, para atenuar el duro golpe -sobre todo para algunos
bolsillos concretos-, en los meses previos a la votación todas las
embajadas japonesas del mundo, incluida la de Madrid, invitaron a comer
sushi a funcionarios del ministerio correspondiente. Gente amable, los
japos. ¿Verdad? Con sus kimonos y tal. Simpáticos muchachos.
Llevo casi quince años contando en esta página cómo se lo montan esos
tíos y sus compadres.
Cómo han tapado la boca a todo el mundo con
argumentos industriales, ocultando que el beneficio es para unos pocos y
el daño general, enorme. Irreparable. Nuestros fondeaderos
mediterráneos están llenos de jaulas para la concentración y exterminio
del atún, del que España es orgullosa, indiscutible, descarada líder
mundial. No todo va a ser fútbol. Nuestros artistas atuneros
-emprendedores, listos y con buena visión de futuro- empezaron, para
guardar las formas y ante la sospechosa pasividad de las autoridades de
pesca y marina, llamando al asunto criaderos y viveros.
Choteándose de
quienes sabían, y seguimos sabiendo, que el atún es un atleta del mar
que no se cría en cautividad. Lo que se hace con él es cercar los
grandes bancos migratorios que nadan próximos a la costa, sin importar
peso ni edad, meterlos en jaulas de engrase donde son imposibles la
reproducción y el desove, atiborrarlos de pienso y matarlos en masa
cuando están gordos.
Que en España sólo se concedieran, para mantener el paripé, cuatro
licencias para esta clase de pesca, nunca fue problema: durante años me
crucé en el mar -fondeaba junto a ellos en Formentera- con barcos
franceses o italianos traídos para la faena.
Y así, haciendo encaje de
bolillos con la legislación europea, localizando el atún con avionetas,
cercándolo con tecnología ultramoderna, buscando cada vez más lejos, en
Sicilia y las costas de Libia, y llevándolo en jaulas remolcadas a los
lugares de concentración y matanza, cuatro linces se han hecho de oro,
mientras el atún cimarrón que durante siglos estuvo cruzando el estrecho
de Gibraltar, riqueza plateada y roja que salpicó la jerga ancestral de
nuestras almadrabas con palabras griegas, latinas y árabes, se extingue
sin remedio.
Pesca de vivero, ha estado llamándolo la pandilla del
sushi, los golfos depredadores y sus compadres: esos funcionarios de
mariscada y cómo te lo agradezco, que ahora, ya con el asunto sin vuelta
atrás, admiten, cuando se les da con el paisaje en los morros, que
bueno, que tal vez. Que podría ser.
Que tal vez la aplicación de las
medidas de control en años anteriores fue poco estricta. Menuda tropa. A
seis mil y pico euros el atún, habrían sido capaces de exterminar a su
padre, si nadara.
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