Malasaña es el barrio de la moda hecha en Madrid de los diseñadores emergentes. Prendas artesanales y de edición limitada la convierten en milla de la creatividad.
Uno, o más bien una, hace un hueco entre semana para comprarse unos trapitos con el objeto de estrenarlos en una fiesta el fin de semana.
Sale el sábado de casa, se cree que va muy especial y se siente como nunca con su vestido nuevo.
Pero al llegar al sarao, un escalofrío le recorre la espalda: allí, frente a ella, un clon,el mismo modelo, el mismo color.
“Es lo que tiene comprar en las grandes cadenas”, pensarán las dueñas del modelito repetido, que si hubieran pasado de Gran Vía y seguido andando hasta la trastienda, a calles del Espíritu Santo, Pez o Corredera Baja de San Pablo, se habría topado con un sinfín de escaparates de prendas casi únicas. Malasaña agrupa a la mayor parte de los negocios de pequeños empresarios madrileños de la moda y es el campo de acción de muchos diseñadores emergentes.
Los modelos son tan escasos que Silvia Calles, una de las propietarias de La Antigua, solo fabrica el número de vestidos que salen de la tela que puede transportar en su moto.
Calles abandonó Derecho a falta de cinco asignaturas y junto con otra diseñadora, Vanesa Borrell, o Lady Desidia, abrió hace tres años La Antigua, una tienda coqueta, en la que las dos están juntas pero no revueltas: los diseños de una están en una pared y los de la otra, en frente.
“Vendíamos nuestra ropa a otros negocios hasta que decidimos tener un espacio propio en el que compartimos tiempo, gastos y fuerzas”, explica Borrell.
No hace falta ser exótico para alejarse de lo que ofrecen las grandes marcas, por eso buscan la materia prima de sus productos en las tiendas de tela de la zona de Atocha.
“Aquí, las clientas buscan diferenciarse, no vestir igual que todas y poder ir a la oficina con algo nuevo sabiendo que tu compañera de al lado no llevará lo mismo”, apunta María Delgado, de La Intrusa.
La diseñadora y el creador Roberto Navazo se instalaron en Malasaña hace dos años y medio y aseguran que este tipo de tiendas “tienen carácter”.
Estos establecimientos venden un producto artesanal, huyen de la masificación y, a veces, el lugar de creación es el mismo que el de venta.
La ideas de Eva Arinero, alias Lady Cacahuete, surgen en la planta inferior de su tienda y suben hasta el primer piso convertidas en prendas estilo años cincuenta con mucho color, mucho vuelo y mucha osadía, la que impregna una chica con 26 años que abrió las puertas de este gran vestidor hace nueve meses.
“Tenía experiencia como vendedora, sabía gestionar y mis diseños ya se vendían bien en otras tiendas”, relata Arinero.
Estos tres negocios son casi vecinos, pero no por ello rivales, porque entre estas tiendas se establece una suerte de red, y algunos de los diseñadores y propietarios venden sus productos en los de sus compañeros de barrio.
“Somos tiendas amigas”, define Roberto Navazo.
Puede que ellos no tengan a Kate Moss para que luzca sus modelitos en el escaparate, pero se tienen los unos a los otros. Navazo por ejemplo no estaba familiarizado con los estampados digitales, por eso algunas de sus prendas llevan los de Lady Desidia.
¿Por qué eligen Malasaña?
“Porque es el ambiente en el que estamos cómodas y donde creemos que va a gustar más la tienda”, responde Silvia Calles
. “Yo no quería instalarme en una calle en la que los clientes entraran y se horrorizaran porque no están acostumbrados a este estilo”
. La Intrusa ha ido moviéndose durante dos años por el barrio porque asegura que ahí está su público
. Los modernos, los amantes del vintage, los turistas alternativos, las chicas que han superado una primera etapa de las grandes cadenas, o las que nunca la pasaron componen a grandes rasgos la clientela de estos locales.
Los que compran aquí están dispuestos a pagar un poco más a cambio de vestir un producto diferente.
Los precios oscilan entre los 50 y los 100 euros, aunque por supuesto hay prendas por encima y por debajo de esta franja.
Hijos de la crisis
La bajada de alquileres también ha hecho posible que estos diseñadores pudieran adquirir un espacio propio y salir a la luz, así que son en cierta manera, hijos de la crisis. El creador Garcy montó su Revoltosa a finales de 2012, porque en algún sitio tenía que meter los cientos de metros de tela que compró al anterior dueño del negocio y a otro proveedor de Badajoz, así que tiene tela para rato.
Él está detras de la marca Con2tijeras.
“Antes hubiera sido imposible alquilarlo, así que trabajaba en casa, ahora cuesta una sexta parte de lo que pedían hace seis años”
. Las abuelas madrileñas recordarán a La Revoltosa como la fuente de su materia prima para coser en casa, porque durante años ha surtido a decenas de ellas.
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Como un cocinero que acumula especias y condimentos en su armario, él almacena botones de diferentes formas y tamaños encima de una cómoda en la trastienda de La Revoltosa.
Este establecimiento no funciona por colecciones, lo que gusta se sigue fabricando, aunque con variaciones en el tejido o la talla, a gusto de la consumidora, y lo que no, no vuelve a colgar de sus perchas.
También es posible hacer encargos en el momento, Garcy, enfundado en unos falda-pantalón sobre unas plataformas, confiesa estar “encantado” de haber podido unir su taller y el punto de venta en un mismo espacio.
No hay que ser millonaria para tener un traje a medida.
Gloria Rodríguez, propietaria de la Modethêque, trabaja en algunos complementos tras su mostrador a apenas cuatro zancadas de La Antigua y de Lady Cacahuete, para que no cueste mucho llevar las bolsas en caso de acabar picando, que cuando una tiene el día inspirado, arrasa en las tiendas y así puede pasear por Malasaña cual Carrie con bolsas de Jimmy Choo en Sexo en Nueva York. “
Solo busqué locales en Chueca y aquí, sabíamos que era el lugar donde queríamos estar”, confiesa.
Su negocio recuerda a las boutiques de principios de siglo, a esas con telones en el probador en lugar de cortinas y de espejos ovalados, a la de las cabezas de maniquí con turbantes, con un piano de cola en el piso superior.
“En ocasiones ni siquiera tenemos todas las tallas de un modelo, así que la exclusividad es por partida doble. Tienes que encontrar algo que te guste y que encima esté tu talla”, afirma Rodríguez.
La Modethêque está hermanada con el vintage, así que de vez en cuando pone a la venta colecciones de colaboradores.
Mercedes Fuster es empresaria y comercia con este tipo de prendas y ahora mismo ofrece una colección en la Modetheque, aunque normalmente vende online.
“Lo que es tan habitual en otros países aquí hay gente que lo sigue viendo como ropa de segunda mano, pero el vintage es más que eso”, afirma Fuster.
Estos espacios hoy ocupados por perchas y probadores fueron establecimientos abiertos a principios de siglo a los que la terquedad de estos pequeños empresarios empeñados en abrir negocios —a pesar de eso que llaman crisis— han devuelto la vida.
Lo que podía ser la muerte comercial de todo un barrio se ha quedado en regeneración
. La mayoría de estas tiendas conserva la fisonomía, e incluso el espíritu, de estos locales centenarios ya que sus propietarios actuales creen en el trabajo hecho con las manos, en muchos casos, con sus propias manos.
En este recorrido por la milla de la creatividad madrileña, no puede faltar una parada para vestir los pies, porque si las grandes estrellas lucen ufanas sus Manolos, los habituales de Malasaña pueden llevar unos Cynthias. El negocio de Cynthia Ioli se podría definir facilonamente como una caja de zapatos en la que todo ocupa un lugar estratégico
. Es como si su propietaria fuera la que tiene en la cabeza el hueco en el que debe estar todo.
Su flechazo por este espacio que fue papelería durante 50 años propició el nacimiento de Ioli Shoes, porque cuando lo adquirió hace ocho años ni siquiera tenía muy claro para qué estaba comprando este cubículo de unos 12 metros cuadrados.
Afincada en Madrid desde hace más de una década, Cynthia, argentina y creadora de pelucas y postizos de profesión, unió su amor por el establecimiento y por los zapatos y de ahí nació su negocio.
Ella elabora en la mesa central de la tienda sus creaciones y asegura que no le costó mucho aprender porque, aunque no lo pueda parecer a simple vista, es una técnica muy semejante a la de fabricar postizos. “Todo se hace a partir de un molde. Yo pasé de la cabeza a los pies”, comenta.
La clienta elige los centímetros del tacón, el estampado y la puntera y sale de Ioli Shoes con unos zapatos que no encontrarán copia en Madrid.
Así, con zapatos nuevos y una prenda de diseño madrileño, hay menos posibilidades de coincidir con un calco en la fiesta, en la oficina o por la calle.
El vestido único espera en Malasaña.
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