El título Tiempos ridículos lo encontró Javier Marías leyendo un “modesto artículo” del New York Times sobre el ocaso de los neuróticos ante “la superabundancia de ellos”.
Lo usó para una de sus columnas en El País Semanal, en la que trataba —al hilo del polémico safari del Rey en África— de elefantes aún mayores: la desmesura, la iracundia y la histeria colectiva que nos inunda. Tiempos ridículoses ahora el título del volumen (y la cita, recuerda el escritor, es de una catedrática de Psiquiatría:
“Vivimos tiempos ridículos, y si a uno le parece que todo tiene sentido, lo más probable es que no esté bien”) que, editado por Alfaguara, reúne 96 artículos publicados durante los últimos dos años.
Artículos combativos unos y “de tregua” otros, como define Marías a los que escoran hacia la autobiografía. “Involuntariamente autobiográficos”, matiza, “más bien evocativos, en los que recupero anécdotas familiares o de viajes.
Quizá en ellos está lo más parecido que jamás haré a unas memorias o a unos diarios, que siempre me resultan pretenciosos a no ser que uno tenga una vida llena de aventuras, y no es el caso”.
El libro arranca con un texto de febrero de 2011 en el que el escritor se mofa de una guía “ecofeminista” que desde la Junta de Andalucía proponía “potenciar el lenguaje periodístico desde una perspectiva de género medioambiental”.
Es fácil imaginar el sofoco del escritor ante la propuesta. Él mismo lo justifica en el arranque de la columna: “Con razón me consideran un pesado, pero siempre aduciré en mi descargo la vieja excusa infantil: ‘Yo no he empezado’.
Si la realidad es insistente y pelma, además de con frecuencia imbécil, hay que salirse al paso una y otra vez”.
Una y otra vez, sí, hasta febrero de 2013, fecha en la que Marías dedica la columna dominical que cierra el libro para celebrar sus 10 años y, de paso, cuestionarse la inutilidad del esfuerzo. Lo titula Piel de rinoceronte o desdény con él ilustra la sensación de esterilidad que le ronda.
Para ilustrar esa sensación recrea una chocante anécdota, el reencuentro casual con un ex ministro de Aznar a quien hace años criticó duramente en un viejo artículo y que ahora le saluda, incluso extiende la invitación de "una copita", como si nada.
“Pero qué quieren: si ni siquiera los 'damnificados' me tienen en cuenta las 'damnificaciones', ¿ustedes creen que vale la pena que siga con estas columna después de diez años? La pregunta es retórica, no hace falta que me contesten”, escribe.
“Después de 18 años como columnista, primero en el XL Semanal y después en EL PAÍS, es inevitable cierto cansancio”, explica sobre una tarea que suele concluir en sábado o domingo, dos semanas antes de su publicación, después de al menos dos versiones, últimas correcciones a mano (“rebajo el tono, quito adjetivos”) y una misma eterna pregunta: “¿Y de qué hablo hoy?”. “Por un lado, opinar demasiado agota. Soy consciente de que me repito y, en general, procuro disculparme con el lector, pero es que la realidad es tan pesada como uno
. Y, por otro, uno siempre tiene la sensación de que la utilidad real es poca. No es que pretenda cambiar las cosas pero no deja de sorprenderme el absoluto desprecio de los políticos por la opinión los intelectuales”. Esos oídos sordos de los políticos a la crítica le recuerda una anécdota de su padre, Julián Marías: “En 1978 dedicó un artículo crítico a la Constitución y Adolfo Suárez lo llamó para hablar con él y consultarle. Algo así es hoy totalmente impensable, a los políticos o no les importa o no les interesa lo que nadie escriba sobre ellos”.
Aunque quizá la respuesta está en la página 92 del libro. Ese domingo los lectores se tomaron el café y el zumo con una pregunta: ¿Por qué quieren ser políticos? El autor de Los enamoramientos asegura que no solo procura argumentar sus opiniones “evitando exabruptos”, sino que también tiende de manera innata a ser positivo. “En mi caso, el pesimismo es el territorio de la novela”, dice, “mientras que el optimismo debería ser el de la lectura de periódicos, por eso procuro no amargar el desayuno de los lectores y sí de vez en cuando el de algunas personas concretas.
Pero quizá a veces he pecado de dar demasiados ánimos y no acertar con mis predicciones”. En vano o no, Marías sigue, “chinchando lo que pueda, aunque nadie te haga mucho caso”.
Lo usó para una de sus columnas en El País Semanal, en la que trataba —al hilo del polémico safari del Rey en África— de elefantes aún mayores: la desmesura, la iracundia y la histeria colectiva que nos inunda. Tiempos ridículoses ahora el título del volumen (y la cita, recuerda el escritor, es de una catedrática de Psiquiatría:
“Vivimos tiempos ridículos, y si a uno le parece que todo tiene sentido, lo más probable es que no esté bien”) que, editado por Alfaguara, reúne 96 artículos publicados durante los últimos dos años.
Artículos combativos unos y “de tregua” otros, como define Marías a los que escoran hacia la autobiografía. “Involuntariamente autobiográficos”, matiza, “más bien evocativos, en los que recupero anécdotas familiares o de viajes.
Quizá en ellos está lo más parecido que jamás haré a unas memorias o a unos diarios, que siempre me resultan pretenciosos a no ser que uno tenga una vida llena de aventuras, y no es el caso”.
El libro arranca con un texto de febrero de 2011 en el que el escritor se mofa de una guía “ecofeminista” que desde la Junta de Andalucía proponía “potenciar el lenguaje periodístico desde una perspectiva de género medioambiental”.
Es fácil imaginar el sofoco del escritor ante la propuesta. Él mismo lo justifica en el arranque de la columna: “Con razón me consideran un pesado, pero siempre aduciré en mi descargo la vieja excusa infantil: ‘Yo no he empezado’.
Si la realidad es insistente y pelma, además de con frecuencia imbécil, hay que salirse al paso una y otra vez”.
Una y otra vez, sí, hasta febrero de 2013, fecha en la que Marías dedica la columna dominical que cierra el libro para celebrar sus 10 años y, de paso, cuestionarse la inutilidad del esfuerzo. Lo titula Piel de rinoceronte o desdény con él ilustra la sensación de esterilidad que le ronda.
Para ilustrar esa sensación recrea una chocante anécdota, el reencuentro casual con un ex ministro de Aznar a quien hace años criticó duramente en un viejo artículo y que ahora le saluda, incluso extiende la invitación de "una copita", como si nada.
“Pero qué quieren: si ni siquiera los 'damnificados' me tienen en cuenta las 'damnificaciones', ¿ustedes creen que vale la pena que siga con estas columna después de diez años? La pregunta es retórica, no hace falta que me contesten”, escribe.
“Después de 18 años como columnista, primero en el XL Semanal y después en EL PAÍS, es inevitable cierto cansancio”, explica sobre una tarea que suele concluir en sábado o domingo, dos semanas antes de su publicación, después de al menos dos versiones, últimas correcciones a mano (“rebajo el tono, quito adjetivos”) y una misma eterna pregunta: “¿Y de qué hablo hoy?”. “Por un lado, opinar demasiado agota. Soy consciente de que me repito y, en general, procuro disculparme con el lector, pero es que la realidad es tan pesada como uno
. Y, por otro, uno siempre tiene la sensación de que la utilidad real es poca. No es que pretenda cambiar las cosas pero no deja de sorprenderme el absoluto desprecio de los políticos por la opinión los intelectuales”. Esos oídos sordos de los políticos a la crítica le recuerda una anécdota de su padre, Julián Marías: “En 1978 dedicó un artículo crítico a la Constitución y Adolfo Suárez lo llamó para hablar con él y consultarle. Algo así es hoy totalmente impensable, a los políticos o no les importa o no les interesa lo que nadie escriba sobre ellos”.
Aunque quizá la respuesta está en la página 92 del libro. Ese domingo los lectores se tomaron el café y el zumo con una pregunta: ¿Por qué quieren ser políticos? El autor de Los enamoramientos asegura que no solo procura argumentar sus opiniones “evitando exabruptos”, sino que también tiende de manera innata a ser positivo. “En mi caso, el pesimismo es el territorio de la novela”, dice, “mientras que el optimismo debería ser el de la lectura de periódicos, por eso procuro no amargar el desayuno de los lectores y sí de vez en cuando el de algunas personas concretas.
Pero quizá a veces he pecado de dar demasiados ánimos y no acertar con mis predicciones”. En vano o no, Marías sigue, “chinchando lo que pueda, aunque nadie te haga mucho caso”.
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