Para esto que hacemos hay muchas teorías. Unos hablan de
literatura del yo; otros de novela en marcha. Hay quien me ha dicho que lo mío
no es sino un largo poema en prosa. Otros, que si tiene interés será después de muerto.
Como hace tiempo que me dejé de teorías -todas las comprimí
y las agoté en Aurora y exilio-, me ha gustado lo que coloca Malaparte al
frente de Diario de un extranjero en París: un diario es un relato; un
diario es una narración. De este modo voy a coincidir con él después, pero antes de conocer su opinión, en tanto que en las solapas de Los que cruzan el mar escribí
que los diarios reunidos en un solo libro habían sido escritos por varios de mí
mismos, "y sólo cuando tomé la decisión de publicarlos, se impuso la
necesidad de doblarlos a una sola voz. Esa sola voz tuvo que volver a vivir lo
que venía registrando y tuvo que hacerlo
como quien se enfrenta a la novela de otro." Ese sentido arquitectónico
-comienzo, desarrollo, conclusión, según la terminología de C.M.- también se
verbaliza en el diario de libros viejos, De rastros y encantes.
Los hay, también, que diferencian entre diario y dietario.
Mucho de lo escrito aquí en los últimos tiempos tendría que ver, según ese punto de
vista, con el dietario, la amable, sosegada redacción de hechos puntuales, de
carácter sobre todo estético, a partir de episodios selectos de la vida; es
decir, con las posaderas bien colocadas y los puños de la camisa sin mancha.
Pero Malaparte va más allá, en su brevísimo trecho teórico,
cuando apunta: "Un Diario es un trabajo teatral llevado a la escena de las
páginas." Y aquí de nuevo volvemos a coincidir, por aquella multiplicidad
que antes señalaba y que se resuelve mediante la ficción de un yo -o de un uno,
según otros -: "Es -y concluye Malaparte- el Das da, el momento presente
de Kafka, llevado a la escena- página."
Ese momento presente es la plataforma, o isla también, a que
que subimos desde los abismos todos los fragmentos inconexos de un pasado reciente. Es la balsa
de la memoria en su momento de actuar. De donde se sigue que si eso acaece en
todo momento o instante de escritura, más aún acaece cuando nos encontramos en
la labor de configurar el material del pasado en el presente, articulando lo
escrito en los sucesivos presentes, en este nuevo y absoluto presente en que
damos por bueno el diario como libro, las voces de uno o de yo como un solo yo
o voz escrita, la que firma, y afirma, un pasado, como si este no fuera, en
realidad, la suma de distintos momentos que ya han quedado atrás, quien sabe si perdidos, con la diversidad de ideas y
sensaciones, con las contradicciones con que otros nos acusan porque nos tratan
como a una sola persona, con una única idea o una única posición.
Por ello, cada instante
del pasado o del diario en su momento tiene su verdad, la que tras muchas
páginas puede quedar soslayada por otra; es decir, contra-dicha.
Pero volviendo a C. M. y al lector normal, al lector de un
relato, narración, teatro, todo lo escrito es unicidad, contorneada por los
latidos de exposición, nudo y desenlace.
Y venía todo esto a cuento, además de darme de morros con
las páginas de Diario de un extranjero en París, que no
había leído hasta anteayer, al
espigar las páginas del diario de un amigo.
En una de ellas he creído
leer una inexactitud
cronológica, yo, que estoy refiriendo, y he actuado conforme a ella, la
ficcionalidad de todo diario
. Qué importancia puede tener, entonces, que
pase
por alto que la paella en La Barceloneta se la pagamos nosotros, mejor
dicho,
"la novia" de uno, a la que ya ha retirado del almuerzo, a la que
también conoce por haber tenido tratos editoriales con ella y por las
veces que ella lo ha invitado, fuera de su trabajo, en Madrid.
O que,
sin mencionar que nosotros lo llevamos al mercado de San Antonio, anote
que después de las vueltas en torno a libros que no valían nada siguió
de bolo a Zaragoza, cuando lo que pasó fue que, en la picazón de no
estar a la misma hora en el rastro de Madrid, salió a la carrera al
aeropuerto por ver si
todavía pillaba algo de verdad importante.
. Así es la memoria, la suya, la mía, la de cualquiera.
Así son la apetencia y la necesidad de escribir una anotación en ese teatro de voces que luego se llamará libro, novela; o diario.
Porque sin necesidad ni apetencia no queda ni para abrir la libretilla de notas.
Del Diario Virtual de Jose Carlos Cataño
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