Un Blues

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15 may 2013

El escritor que lo tuvo todo en las manos

El escritor que lo tuvo todo en las manos

14 MAY 2013 - 17:49 CET
Por ELSA FERNÁNDEZ-SANTOS. Francis Scott Fitzgerald nació el 24 de septiembre de 1896 en Saint Paul (Minnesota) y murió el 21 de diciembre de 1940 en Beverly Hills (Los Ángeles), donde sobrevivía trabajando como guionista de Hollywood y venciendo su adicción al alcohol.
 Tenía 44 años pero parecía un anciano.
 Con veinte años lo había tenido todo en sus manos pero ya no le quedaba nada excepto terribles deudas, una mujer loca y la convicción de que él y su proyecto literario había fracasado estrepitosamente.
 La suya es una de las biografías más tristes de la historia de la literatura, a la que brindó, sin tener tiempo para recoger sus frutos, algunas de sus páginas más brillantes.
“Todo buen escritor nada por debajo del agua y aguanta la respiración”, le escribió a su única hija, Frances Scott Fitzgerald .
Por aquel entonces él ya sabía que se había desmoronado antes de tiempo, pero que tenía la obligación de seguir: “La prueba de una inteligencia de primera clase es la capacidad para retener dos ideas opuestas en la mente al mismo tiempo, y seguir conservando la capacidad de funcionar.
Uno debería, por ejemplo, ser capaz de ver que las cosas son irremediables y, sin embargo, estar decidido a hacer que sean de otro modo”, escribió en su testimonial El Crack up.
 Fitzgerald simboliza como ningún otro escritor de la Generación Perdida el descalabro de la sociedad norteamericana de entreguerras, su profunda crisis de valores, su euforia inicial y su demolición final. Aquel joven estudiante de Princeton que solo lamentaba no ser mejor jugador de fútbol, reconoció que provenía de un tiempo ya caduco.
 Malgastó su talento y sus fuerzas intentado vencer a la implacable ofensiva del fracaso, convencido de que la felicidad había estado en sus manos pero la había dejado escapar sin remedio.

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