Vivieron mejor que sus padres, pero son conscientes de que sus hijos
difícilmente conseguirán batir ese frente. Estrenaron el bollycao y la
pantera rosa; tuvieron que transportar entre dos voluminosos
ordenadores; la Transición fue el patio de su recreo; y los dos rombos
intentaron coartarles la libertad que estrenaron
. Entonces llegó la crisis.
“Y el globo nos estalló en las manos, la lógica del tanto haces, tanto obtienes, se rompió”, explica Joana Bonet.
La periodista y filóloga, directora general de Prisa Revistas (empresa editora de EL PAÍS) disecciona en Generación paréntesis. Radiografía de un tiempo cambiante, cómo los que nacieron entre los sesenta y setenta reaccionan ante las consecuencias sociales, culturales y económicas de una recesión que ya dura demasiado tiempo.
En forma de ensayo, pero sin ceñirse a los preceptos de la Academia, este libro está atravesado por la crónica periodística, las entradas de diario y el análisis sociocultural.
“Una especie de crónica apasionada de la incertidumbre”, resume Bonet, que encontró en sus artículos publicados en prensa, un denominador común –y acicate- para escribir en tres meses el sentimiento que le rondaba desde hace cinco años
. Entre “la poética de la cotidianeidad y mirar por el ojo de la cerradura a esta generación”, la periodista despliega en tres partes las cualidades que dibujan la idiosincrasia de los padres de la generación perdida y los hijos putativos de la que llama la generación tapón:
“Aquellos que nos preceden y que se siguen sentados en los consejos de administración”.
La contradicción se instala en las costuras de estos tiempos, con matices.
Bonet persigue a una sociedad apresurada, pero exhausta; videovigilada, pero con la necesidad de “sacar la patita del yo” en cualquier momento, en una entrega de la intimidad.
“No vivimos las cosas, las fotografiamos y las compartimos en las redes sociales”, apunta.
“La gente necesita autoafirmarse, que los otros les otorguen un lugar en la existencia”.
Y todo, en un bucle de búsqueda constante “por falta de una hoja de ruta”.
La lluvia fina de la crisis cala hasta los huesos de un colectivo que superó fronteras con trabajo y ahora debe aprender del esfuerzo y sacrificio de sus padres.
“Muchos se han comportado como eternos adolescentes, alargando tal vez demasiado la juventud”, esboza uno de los puntos débiles de esta generación.
“Y creo que como padres no hemos sabido establecer de manera rotunda los límites a nuestros hijos, los hemos querido educar en el confort y ahora nos estamos quedando sin casas”.
Los desahuciados, los parados, aquellos a los que el sistema socioeconómico despoja de identidad de un plumazo, buscan refugio en los vínculos afectivos, opina la autora, en una nueva forma de cooperación que también se traduce en el lenguaje
. “¿Cuántas palabras empiezan ahora por co?”, plantea. “Existe una necesidad real de reavivar el sentimiento de comunidad, ampararnos y buscar refugio en los vínculos afectivos”.
Deshaciendo de cualquier tipo de espiritualidad su argumento, Bonet describe las metaciudad, los no lugares por incidencia de la despersonalización que conducen a la guarida de la casa, el refugio donde hasta el sofá adquiere un nuevo significado.
El capital social se acota debido al estado de confusión y aturdimiento en el que Bonet encuentra al paciente. “Vivimos una gran desafección del ciudadano ante el sistema.
La política, la economía o los gurús que antes eran demiurgos de nuestro tiempo, ahora han perdido su prestigio”.
Y aunque a través de este libro pretende exponer antes que resolver, la autora confía en que de la sala de cuidados paliativos su generación, y la sociedad en la que se desarrolla, consigan realizar “un autoexamen desde la tolerancia”.
“Tenemos muchos motivos para rescatarnos y no dejarnos barrer por el derrotismo”.
. Entonces llegó la crisis.
“Y el globo nos estalló en las manos, la lógica del tanto haces, tanto obtienes, se rompió”, explica Joana Bonet.
La periodista y filóloga, directora general de Prisa Revistas (empresa editora de EL PAÍS) disecciona en Generación paréntesis. Radiografía de un tiempo cambiante, cómo los que nacieron entre los sesenta y setenta reaccionan ante las consecuencias sociales, culturales y económicas de una recesión que ya dura demasiado tiempo.
En forma de ensayo, pero sin ceñirse a los preceptos de la Academia, este libro está atravesado por la crónica periodística, las entradas de diario y el análisis sociocultural.
“Una especie de crónica apasionada de la incertidumbre”, resume Bonet, que encontró en sus artículos publicados en prensa, un denominador común –y acicate- para escribir en tres meses el sentimiento que le rondaba desde hace cinco años
. Entre “la poética de la cotidianeidad y mirar por el ojo de la cerradura a esta generación”, la periodista despliega en tres partes las cualidades que dibujan la idiosincrasia de los padres de la generación perdida y los hijos putativos de la que llama la generación tapón:
“Aquellos que nos preceden y que se siguen sentados en los consejos de administración”.
La contradicción se instala en las costuras de estos tiempos, con matices.
Bonet persigue a una sociedad apresurada, pero exhausta; videovigilada, pero con la necesidad de “sacar la patita del yo” en cualquier momento, en una entrega de la intimidad.
“No vivimos las cosas, las fotografiamos y las compartimos en las redes sociales”, apunta.
“La gente necesita autoafirmarse, que los otros les otorguen un lugar en la existencia”.
Y todo, en un bucle de búsqueda constante “por falta de una hoja de ruta”.
La lluvia fina de la crisis cala hasta los huesos de un colectivo que superó fronteras con trabajo y ahora debe aprender del esfuerzo y sacrificio de sus padres.
“Muchos se han comportado como eternos adolescentes, alargando tal vez demasiado la juventud”, esboza uno de los puntos débiles de esta generación.
“Y creo que como padres no hemos sabido establecer de manera rotunda los límites a nuestros hijos, los hemos querido educar en el confort y ahora nos estamos quedando sin casas”.
Los desahuciados, los parados, aquellos a los que el sistema socioeconómico despoja de identidad de un plumazo, buscan refugio en los vínculos afectivos, opina la autora, en una nueva forma de cooperación que también se traduce en el lenguaje
. “¿Cuántas palabras empiezan ahora por co?”, plantea. “Existe una necesidad real de reavivar el sentimiento de comunidad, ampararnos y buscar refugio en los vínculos afectivos”.
Deshaciendo de cualquier tipo de espiritualidad su argumento, Bonet describe las metaciudad, los no lugares por incidencia de la despersonalización que conducen a la guarida de la casa, el refugio donde hasta el sofá adquiere un nuevo significado.
El capital social se acota debido al estado de confusión y aturdimiento en el que Bonet encuentra al paciente. “Vivimos una gran desafección del ciudadano ante el sistema.
La política, la economía o los gurús que antes eran demiurgos de nuestro tiempo, ahora han perdido su prestigio”.
Y aunque a través de este libro pretende exponer antes que resolver, la autora confía en que de la sala de cuidados paliativos su generación, y la sociedad en la que se desarrolla, consigan realizar “un autoexamen desde la tolerancia”.
“Tenemos muchos motivos para rescatarnos y no dejarnos barrer por el derrotismo”.
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