POR EDMUNDO PAZ SOLDÁN
Con la
abrumadora cantidad de libros que se publican, cada vez es más fácil que un
buen título se pierda, un notable autor sea olvidado, la obra “menor” de un
grande no sea tomada en cuenta.
Con motivo del día del libro, van estas sugerencias:
Vladimir
Nabokov, Pnin (Anagrama). Una de las
mejores contribuciones al subgénero de la “novela de campus”, aunque, como se
trata de Nabokov, está claro que trasciende cualquier intento de clasificación.
Una novela melancólica de ribetes cómicos, sobre las desventuras del profesor
Timofey Pnin en Weindell College. Pnin, profesor de ruso que no sabe hablar
inglés muy bien, quisiera encontrar la clave secreta de la armonía detrás del
caos de la realidad, acaso porque lo marca la pérdida: de la Rusia que dejó atrás,
del primer amor, de la esposa que lo abandona.
Francisco
Tario, La noche (Atalanta). Pocos han
escrito en español tan buenos relatos fantásticos como este autor mexicano. Se
especializó en cuentos de fantasmas, pero en ese pequeño espacio logró complejas
variaciones. La noche de Margaret Rose es un favorito de García
Márquez, pero
hay muchos más, entre ellos 'Un huerto frente al mar', 'La noche del
féretro' y 'La noche de los cincuenta libros'. Esta antología reúne
cuentos de dos libros:
La noche (1943) y Una violeta de más (1968).
Anna
Starobinets, Una edad difícil (Nevsky
Prospects). Se ha dicho de ella que es la Stephen King rusa, pero eso no da
cuenta cabal de la escritura de Starobinets, que se mueve con naturalidad entre
el horror, el género fantástico e incluso la ciencia ficción. “La familia” es
un cuento que puede calificarse como “fantasía intelectual”, mientras que “Una
edad difícil” es puro terror inquietante.
Heinrich von
Kleist, Relatos completos
(Acantilado).
Este escritor alemán está lejos de ser olvidado, pero es conocido
sobre todo como dramaturgo y cuando se habla de los grandes narradores europeos
del siglo XIX su nombre no es de los primeros que se menciona. Es hora de
remediarlo: “Michael Koolhaas” y “La marquesa de O.” muestran su frenético
estilo de frase larga, de claúsulas subordinadas, con una tensión que comienza
en la primera línea y no decae hasta el final, y preocupaciones temáticas que
anticipan líneas centrales de la literatura del siglo XX; no por nada a Kafka
le gustaba leerlo en voz alta a sus amigos, y una vez incluso hizo una lectura
pública de “Michael Koolhaas” en Praga.
Flannery
O’Connor, Novelas (Debolsillo). De
esta escritora del Sur profundo de los Estados Unidos se leen hoy, y con razón,
sus cuentos excepcionales, pero las novelas son también buenas puertas de
entrada a su mundo de predicadores arrebatados y de búsqueda de la gracia en
lugares inesperados. Puede que Sangre
sabia no sea redonda, pero la historia de Hazel Motes es más memorable que
la que cuentan muchas novelas “perfectas”.
Richard
Flanagan, El libro de los peces de
William Gould (Mondadori).
Un libro hermoso dentro de un libro, que narra
la historia del falsificador William Gould, su paso por la cárcel en la isla de
Sarah (Tasmania), allá por el siglo XIX, y su obsesión por pintar peces que le
hacen entender de qué va la condición humana.
Lina
Meruane, Fruta podrida (Fondo de
Cultura Económica).
Lina Meruane ganó el último premio Sor Juana con Sangre en el ojo; la novela anterior, Fruta podrida, es igual de buena. Con
guiños al José Donoso de El lugar sin
límites, esta historia de dos hermanas muestra la preocupación de la escritora
chilena por el cuerpo enfermo en la sociedad contemporánea; su escritura se
inscribe en un código realista con múltiples connotaciones simbólicas, aunque
la historia avanza de manera natural hacia un territorio alejado del realismo.
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