Un Blues

Un Blues
Del material conque están hechos los sueños

1 abr 2013

Poemas de Anne Sexton

«Yo sé, madre, yo sé». Algunos poemas de Anne Sexton

Querida Linda,
Estoy a la mitad de un vuelo a St. Louis para dar una conferencia. Estaba leyendo una historia en el New Yorker que me hizo pensar en mi madre y, sin darme cuenta, sola, en el asiento, susurré: «Yo sé, madre, yo sé» –encontré  una pluma, y pensé en ti– que algún día volarás sola a alguna parte, que quizás yo ya haya muerto, y desearás hablar conmigo.
Yo quiero hablar. (Linda, quizás no estés volando, quizás estés en la mesa de tu cocina tomando té, alguna tarde cuando tengas 40. En cualquier momento) y quiero decirte:
Primero, que te amo.
Dos, que nunca me decepcionaste.
Tres, yo sé. Yo estuve ahí alguna vez. Yo también tuve 40 con una madre muerta que todavía me hace falta.
Éste es mi mensaje para la para la Linda de cuarenta. No importa lo que pase, siempre serás mi pajarito, mi Linda Gray. La vida no es fácil. Es terriblemente solitaria. Yo lo sé. Ahora tú también lo sabes –en donde estés, Linda, hablándome. Pero yo tuve una buena vida –escribí infeliz– pero viví a capa y espada. Tú también, Linda –vive al límite. Te amo, mi Linda, a los cuarenta, y amo lo que haces, lo que encuentras, lo que eres. Sé tú misma. Pertenece a aquellos que amas. Háblale a mis poemas y a tu corazón  –estaré en los dos: si me necesitas. Mentí, Linda. Yo también amé a mi madre y ella me amó a mí, ella nunca me sostuvo pero la extraño, tanto, que tuve que negar que alguna vez la amé –o ella a mí, ¡pero qué tonta, Anne! ¡Así es![1]

Anne Sexton (1928-1974) le escribiría esta carta a su hija, Linda, unos años antes de suicidarse. Nació en Massachusetts en 1928 y a los 19 años se casó con Alfred Muller Sexton. Gran parte de su vida luchó contra  un trastorno mental  que la llevó a internarse en numerosas ocasiones en hospitales psiquiátricos; y aunque paradigmática, su incursión en la poesía fue parte de una terapia médica que la llevó a ganarse el Pulitzer en 1969.
Estudió en el taller de John Holmes, y  posteriormente con Robert Lowell, donde conoció a Silvya Plath; junto a estos dos últimos poetas fue considerada una poeta confesional. 
En alguna ocasión, Sexton dijo que si algo la había influenciado en la vida había sido el libro Heart’s Needle de W.D. Snodgrass, quien también fuera alumno de Lowell y fundador de esta corriente, cuyo título, adjudicado a M.L. Rosenthal por su ensayo «Poesía como confesión»,  repudió hasta morir en el año 2009.  Snodgrass escribió este libro para su hija después de divorciarse y pelear su custodia, fue un trabajo revolucionario que mostró por primera vez la intimidad del hombre frente a su medio. A diferencia de los poetas modernistas que abordaron los problemas de la modernidad como espectadores, a través de la figura del flâneur, el caminante que va aprehendiendo su entorno a través de la observación, la poesía de Snodgrass profundiza en los problemas de la masculinidad en ese contexto moderno.
Autoras como Anne Sexton y Silvya Plath representan esta trasgresión del poeta a partir de su condición de mujeres suburbanas
. La poesía confesional podría entenderse como una suerte de transmutación de la condición del poeta con su poesía. Sin embargo, no se trataba de reducir la experiencia a un asunto de intimidad –nadie  puede negar que la poesía, en su construcción, lo sea–; se trataba, sin esta consciencia de su vocación confesional, de romper con los paradigmas de lo que se podía contar o no en un poema. Ambas poetas lo logran, con un trabajo mayoritariamente autobiográfico, abordando temas tabúes como el aborto, el divorcio, la masturbación, etc.
Anne Sexton construyó un personaje y se mimetizó con él. Quizás ésta sea una de las razones por las que tanto críticos como lectores vieron en su poesía una derivación de su propio desbordamiento.
 A ella, como a cualquier otro poeta, también hay que leerla entre líneas. Personalmente creo que su categorización como poeta confesional ha hecho que muchos detractores apuesten por la literalidad de su obra. A diferencia de  Snodgrass o del mismo Lowell, la poesía de Sexton enciende todo el trayecto y más que en la supuesta arbitrariedad de su construcción, es en el origen del incendio poético donde debemos prestar atención.
Algunos de sus poemas más conocidos y controversiales son: «La balada de la masturbadora solitaria» y «La celebración de mi útero». Sin embargo, en esta muestra decidimos presentar: «Rezando en un boing 707», «Dice el poeta al analista», «Divorcio», «Descalza» y «Vieja», porque consideramos que estos poemas nos abren la puerta de algunas de sus mayores obsesiones: la lucha con su madre, su relación con Dios, su matrimonio fallido, la imposibilidad de aprehender su entorno, el caos que esconde la cotidianidad y su cuerpo como condicionante.
En 1974, Anne Sexton se suicidó  en el garaje de su casa. Ése no fue su primer intento. La poesía la sostuvo en una lucha que libró para silenciar una voz interior que la perturbó siempre. A pesar de la fuerza de sus versos, logró esconder esa fragilidad y su escaso apego por la vida en la contundencia de su yo poético. Como recordaría al final de su vida, hasta los 28 años Anne «tenía una especie de yo enterrado que desconocía si sabía hacer algo más que salsas y cambiar pañales. Era una víctima del sueño americano».
Al leer su biografía y revisar su obra, pareciera que el lector se convierte en un espectador, una suerte de voyerista que participa en una consulta psiquiátrica donde el paciente entra en catarsis; pero a diferencia de éste, el lector sí puede entrar y salir de ese laberinto de angustias personales con solo cambiar la página. Fue en esta travesía en la que Anne dejó de distinguir el personaje creado en sus poemas para fusionarse con ellos, en donde se sumió en un naufragio personal. Ya lo anticipaba a su hija Linda: «Algún día volarás sola a alguna parte […] quizás yo ya haya muerto, y desearás hablar conmigo […] La vida no es fácil. Es terriblemente solitaria. Yo lo sé.»
Beatriz Estrada Moreno


***

Poemas de Anne Sexton


Praying on a 707

Mother,
each time I talk to God
you interfere.
You of the bla-bla set,
carrying on about the state of letters.
If I write a poem
you give a treasurer’s report.
If I make love
you give me the funniest lines.
Mrs. Sarcasm,
why are there any childrem left?

They hold up their bows.
They curtsy in just your style.
They shake their hands how-do-you-do
in the same inimitable manner.
They pass over the soup with parsley
as you never could.
They take their children into their arms
like cups of warm cocoa
as you never could
and yet and yet
with your smile, your dimple we ape you,
we ape you further…
the great pine of summer,
the beach that oiled you,
the garden made of noses,
the moon tied down over the sea,
the great warm-blooded dogs…
the doll you gave me, Mary Gray,
or your mother gave me
or the maid gave me.
Perhaps the maid.
She had soul,
being Italian.

Mother,
each time I talk to God
you interfere.
Up there in the jet,
below the clouds as small as puppies,
the sun standing fire,
I talked to God and ask him
to speak of my failures, my successes,
ask him to morally make an assessment
He does.

He says,
you haven’t,
you haven’t.

Mother,
you and God
float with the same belly
up.


Rezando en un boing 707

Madre,
cada vez que le hablo a Dios
tú te entrometes.
Sales con tus bla bla blas en bloque,
otra vez con el asunto de las cartas.
Si escribo un poema
tú das un reporte contable.
Si hago el amor
me das las frases más graciosas.
Señora Sarcasmo,
¿por qué no te queda ningún hijo?

Ellos se aguantan sus reverencias.
Ellos se agachan con tu estilo.
Ellos se estrechan las manos –como-estás-tú
en esa misma forma inimitable.
Ellos se saltan la sopa con perejil
como tú nunca pudiste.
Ellos llevan a sus hijos en sus brazos
como tazas de chocolate caliente
como tú nunca pudiste
y todavía, todavía
con tu sonrisa, con tu hoyuelo, te imitábamos
te imitábamos a lo lejos…
el gran pino del verano,
la playa que te bañó de aceite,
el jardín hecho de narices,
la luna atada sobre el mar,
los grandes perros de sangre caliente…
la muñeca que me diste, Mary Gray,
o que tu madre me dio
o que me dio la crida.
Quizás fue ella.
Ella tenía un alma,
y era italiana.

Madre,
cada vez que le hablo a Dios
tú te entrometes.
Arriba en el avión,
bajo las nubes tan pequeñas como cachorros,
el fuego postrado en el sol,
hablé con Dios y le pedí
platicarle mis fracasos y mis éxitos,
le pedí que me hiciera un juicio moral
como lo hace.

Él dice
no has hecho,
no has hecho.

Madre,
tú y Dios
flotan con el mismo vientre
arriba.



***









Traducción de Beatriz Estrada Moreno





 

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