La voz de José Manuel Caballero Bonald flotaba en el paraninfo de la
Universidad de Alcalá, revestida de su peculiar acento sin una
adscripción geográfica definida.
Desde un púlpito laico, ese poeta de cultura poliédrica, que lo mismo sirve para zurcir un endecasílabo, remendar unas memorias, coser unas bulerías, ensartar una novela, cortar un ensayo, empaquetó con sumo tino su discurso de aceptación del premio Cervantes evocando la memoria de Don Miguel en sus años de perdedor, de hombre corriente que deambuló desempeñando desagradables oficios por la “Sevilla babilónica” de finales del XVI antes de convertirse en el Príncipe de los Ingenios.
Fascinado por su verbo, escuché su alegato por ser él, de todos los poetas de su magnífica generación, el que recibiera el galardón por haber vivido lo suficiente.
“El secreto del éxito es permanecer en escena”, dijo William Burroughs.
Es probable que el autor de Descrédito del héroe fuera el ser humano de más edad de aquel solemne acto académico, presidido por dos príncipes, un presidente de Gobierno y asistido por prebostes de toda alcurnia presente y pasada y público en general.
Pero como en el tiempo en que se erigió ese templo secular del saber y del orden civil alcalaíno, antes de que el rock and roll y El Corte Inglés endiosaran lo juvenil, la senectud volvía a representar lo mejor del ser humano: la dignidad de la palabra.
El valor de una vida dedicada a ellas. Larga vida a José Manuel Caballero Bonald.
Desde un púlpito laico, ese poeta de cultura poliédrica, que lo mismo sirve para zurcir un endecasílabo, remendar unas memorias, coser unas bulerías, ensartar una novela, cortar un ensayo, empaquetó con sumo tino su discurso de aceptación del premio Cervantes evocando la memoria de Don Miguel en sus años de perdedor, de hombre corriente que deambuló desempeñando desagradables oficios por la “Sevilla babilónica” de finales del XVI antes de convertirse en el Príncipe de los Ingenios.
Fascinado por su verbo, escuché su alegato por ser él, de todos los poetas de su magnífica generación, el que recibiera el galardón por haber vivido lo suficiente.
“El secreto del éxito es permanecer en escena”, dijo William Burroughs.
Es probable que el autor de Descrédito del héroe fuera el ser humano de más edad de aquel solemne acto académico, presidido por dos príncipes, un presidente de Gobierno y asistido por prebostes de toda alcurnia presente y pasada y público en general.
Pero como en el tiempo en que se erigió ese templo secular del saber y del orden civil alcalaíno, antes de que el rock and roll y El Corte Inglés endiosaran lo juvenil, la senectud volvía a representar lo mejor del ser humano: la dignidad de la palabra.
El valor de una vida dedicada a ellas. Larga vida a José Manuel Caballero Bonald.
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