Fue uno de los tipos más guapos de su generación...
Con sombrero de fieltro color canela, a juego con los zapatos, el
pantalón y el béis de la chaqueta, un libro y las manos a la espalda,
parado en la esquina sin semáforo, miraba y volvía a mirar hacia el
frontal de la iglesia redonda -creo que la única que hay en Barcelona-, y
como tengo entendido que anda muy mal de la vista, miré yo también en
busca de un detalle inédito.
Y él seguía mirando hacia la iglesia y
después a las fachadas de enfrente, por lo que me dio por suponer que
miraba con nostalgia, o desde los velos de sus ojos, algunas de aquellas
ventanas tan tronadas en la historia literaria de la ciudad, cuando en
eso que un coche tocó la pita y en él desapareció.
Me he acordado de la araucaria que crece inclinada en su terraza. En su
pelo sin canas cuando lo tengo delante en la panadería
. Pensé en la
turbulenta vida sexual de Gómez, en la promiscuidad alegre que se
quiebra cuando, de madrugada, al acercarse al espejo en el cuarto de
baño, el rostro es como la lluvia repartida en los cristales.
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