¿Cómo será ser mujer (y amar)? *
"Un
día, pasando por el sendero me rozó el pecho, y pensé: ¿le ofende
este florecimiento?
Y me interné entre las secuoyas rumiando y sonrojándome de rabia de estar tan obviamente marcada por la feminidad, de ser tan vulnerable a una humillación peor que la de Venus por Adonis, puramente en razón de mi sexo, accidental, pero ostensible".
El fragmento pertenece a En Grand Central Station me senté y lloré de Elizabeth Smart (Periférica).
Vía lobolopezz.com: un site imperdible en el que cada luna llena se 'cuelga' una nueva exposición fotográfica.
Erótica ella. Ellas, nosotras. Lectoras y poetas que dicen, decimos el sexo.
Y me interné entre las secuoyas rumiando y sonrojándome de rabia de estar tan obviamente marcada por la feminidad, de ser tan vulnerable a una humillación peor que la de Venus por Adonis, puramente en razón de mi sexo, accidental, pero ostensible".
El fragmento pertenece a En Grand Central Station me senté y lloré de Elizabeth Smart (Periférica).
Vía lobolopezz.com: un site imperdible en el que cada luna llena se 'cuelga' una nueva exposición fotográfica.
Erótica ella. Ellas, nosotras. Lectoras y poetas que dicen, decimos el sexo.
Empiezo
el post de hoy (mi particular celebración del Día del Libro) con
esta cita porque la novela de Smart, reeditada por Periférica en 2009, fue mi
objeto de deseo durante varios años en que estuvo "agotada".
Ansiaba hacerme con el librito desde que leí la recomendación especial que de él hacía mi admirado Vila-Matas en una columna del suplemento Babelia de El País.
Hasta el momento de leerla solo sabía que ella, Elizabeth Smart (1913-1984), había sido una de esas mujeres ocultas tras el hacer del hombre artista... una rubia en la ruina del deseo, eterna enamorada del poeta George Barker, un casado hasta las últimas consecuencias.
Elizabeth Smart, vía londongrip.co.uk.
¿Qué hay de las mujeres? ¿Qué hay de sus textos, de sus coágulos, siempre a orillas del paraíso de la ternura, abiertas, más sangre, más distancia, la fiebre del deseo y la pura melancolía? ¿Cómo es que el amor es una "planta de arena que en el fuego sirve y no se consume", según Nelly Sachs, la poeta alemana que "retirada, te espera"?.
Esas palabras -que son irrevocablemente nuestras- moldean y evocan sensaciones tan conocidas.
Pienso en mujer y recuerdo una frase de Claudio Magris (citando a Kepler) que he transcripto mil veces y una más: "Sé que tú amas la nada, y no por su valor, que es mínimo, sino porque se puede jugar con ella de forma expresiva y leve..."
Con la nada, de forma expresiva y leve, juegan por escrito las mujeres que adoro.
En ellas no hay nada que sea más cierto que esto de la "inminencia abismal de la poesía", que alguna vez dijo Ana Becciú.
Algunas dulcísimas, o más ásperas, pero todas ostensiblemente mujeres que sienten que "la eternidad es ese espacio mínimo donde estamos ahora, en un beso, tú y yo/ la eternidad -ah Goethe- será ese instante único que alguna vez quisimos arrebatarle al tiempo" (Olga Sánchez Guevara). O que simplemente te pellizcan con un verso, como comentaba Juanjo Millás en su columna del viernes, a propósito de Anne Sexton.
Van, para ustedes, entonces, algunos fragmentos de textos poéticos de Alejandra Pizarnik, Clarice Lispector, Nelly Sachs, Sylvia Plath, Chantal Maillard (sugiero escucharla recitar con su acento), Paca Aguirre y Marosa di Giorgio. Quiero imaginar que podrían haber sido nuestras abuelas, madres, tías o hermanas mayores, que hoy mismo nos entenderíamos en la mesa de la cocina.
Alejandra Pizarnik vía sinmordaza.com
Los que me aman. "No te asustes de la voracidad/ de los que te aman:/ su turno es anterior a los gusanos". De Ítaca, de Paca Aguirre (Alicante, 1930), Premio de Poesía 'Leopold Panero', 1971.
Mis pezones crecieron, querían llegar. "Era de noche cuando apareció el Animal, hecho solo con Hibiscos. Estaba absolutamente quieto y mudo. Y todo hecho con hibiscos (...) Desde lejanísimos cielos caía una llovizna finísima, celeste, que no mojaba, iluminaba. Yo miré al Animal hecho solo con Hibiscos, y no sabía cómo nombrarlo, llamarlo. Y creí que no debía hablar, pues él estaba mudo, inmóvil. Mi voz rompería una ley (...) Le levanté la cola; el ano era un hermoso hibisco hermosísimo, rojo como una rosa, crespo, con intenso perfume; lo mismo, testículos y pene (...) Me tendí a su lado, empecé a vibrar, contorsionarme; mis pezones crecieron largos como lápices, querían llegar al Animal hecho solo con hibiscos; me ardía el ombligo, el clítoris. Entonces, me levanté y arranqué algunas de las flores más íntimas del Animal hecho solo con Hibiscos, me volví a tender, puse las flores adentro de mi vulva, las empujé más adentro. Sentí, primero, desazón, amargura, las tetas se me retrajeron./ De pronto, aquello, dentro de mí, empezó a moverse, a desplazarse, a ubicarse, hacía como un barullo; se oía el trabajo, un perfume nunca oído y llegué al cielo en un minuto. De La Flor de Lis, de Marosa Di Giorgio (Salto, Uruguay, 1932-Montevideo, 2004).
Ahora estoy viva. "No es fácil expresar lo que has cambiado./ Si ahora estoy viva, entonces estaba muerta, / aunque, como a las piedras, no me preocupaba,/ seguía en mi lugar de acuerdo con la costumbre./ No me moviste un ápice, no-/ Tampoco me dejaste con los ojos abiertos/ hacia el cielo una vez más, sin esperanza, claro está,/ de asir lo azul ni las estrellas..." Un fragmento del poema Carta de Amor de Sylvia Plath (Boston, 1932-Londres, 1963).
Ansiaba hacerme con el librito desde que leí la recomendación especial que de él hacía mi admirado Vila-Matas en una columna del suplemento Babelia de El País.
Hasta el momento de leerla solo sabía que ella, Elizabeth Smart (1913-1984), había sido una de esas mujeres ocultas tras el hacer del hombre artista... una rubia en la ruina del deseo, eterna enamorada del poeta George Barker, un casado hasta las últimas consecuencias.
Elizabeth Smart, vía londongrip.co.uk.
"También
él se está ahogando en la sangre de un sacrificio
desproporcionado", escribe la bella Elizabeth, la ilusa y
generosa Elizabeth, la canadiense. Ella se
encomienda a Blake y a su amante, y en ellos y sin ellos se vuelve poeta, en el
hotel neoyorkino del empapelado sucio, o sentándose en la estación central de Nueva York, y llorando.
Hace
un par de meses, cuando convoqué aquí
las voces masculinas, prometí traer a este espacio a algunas queridas
damas. Antes de comenzar a indagar entre mis libros preferidos con olor a
mujer, me asaltaron
las poetas: la primera, Clarice Lispector, la narradora brasileña
que nunca escribió en verso pero que solo escribe poesía.¿Qué hay de las mujeres? ¿Qué hay de sus textos, de sus coágulos, siempre a orillas del paraíso de la ternura, abiertas, más sangre, más distancia, la fiebre del deseo y la pura melancolía? ¿Cómo es que el amor es una "planta de arena que en el fuego sirve y no se consume", según Nelly Sachs, la poeta alemana que "retirada, te espera"?.
Esas palabras -que son irrevocablemente nuestras- moldean y evocan sensaciones tan conocidas.
Pienso en mujer y recuerdo una frase de Claudio Magris (citando a Kepler) que he transcripto mil veces y una más: "Sé que tú amas la nada, y no por su valor, que es mínimo, sino porque se puede jugar con ella de forma expresiva y leve..."
Con la nada, de forma expresiva y leve, juegan por escrito las mujeres que adoro.
En ellas no hay nada que sea más cierto que esto de la "inminencia abismal de la poesía", que alguna vez dijo Ana Becciú.
Algunas dulcísimas, o más ásperas, pero todas ostensiblemente mujeres que sienten que "la eternidad es ese espacio mínimo donde estamos ahora, en un beso, tú y yo/ la eternidad -ah Goethe- será ese instante único que alguna vez quisimos arrebatarle al tiempo" (Olga Sánchez Guevara). O que simplemente te pellizcan con un verso, como comentaba Juanjo Millás en su columna del viernes, a propósito de Anne Sexton.
Van, para ustedes, entonces, algunos fragmentos de textos poéticos de Alejandra Pizarnik, Clarice Lispector, Nelly Sachs, Sylvia Plath, Chantal Maillard (sugiero escucharla recitar con su acento), Paca Aguirre y Marosa di Giorgio. Quiero imaginar que podrían haber sido nuestras abuelas, madres, tías o hermanas mayores, que hoy mismo nos entenderíamos en la mesa de la cocina.
La
confianza, el mar por dentro. “Ahí estaba el mar, la más
ininteligible de las existencias no humanas. Y allí estaba la mujer,
de pie, el más ininteligible de los seres vivos (..)
Sólo podría
haber un encuentro de sus misterios si uno se entregara al otro: la
entrega de dos mundos desconocidos hecha con la confianza con la que
se entregarían dos comprensiones. / Lori miraba el mar, era lo que
podía hacer. Sólo le estaba delimitado por la línea del horizonte,
es decir, por su incapacidad humana de ver la curvatura de la
tierra./ Debían ser las seis de la mañana (...) Ese cuerpo entrará
en el ilimitado frío que sin rabia ruge en el silencio de la
madrugada./ La mujer no lo sabe, pero está cumpliendo un acto de
coraje.(...) Va entrando
. El agua saladísima está tan fría que la
eriza y ataca sus piernas como en un ritual./ Pero una alegría fatal
-la alegría es una fatalidad- ya la invadió, aunque ni se le ocurra
sonreír (...)
La mujer es ahora una, compacta y liviana y aguda -y
se abre camino en la frialdad que, líquida, se opone a ella, y sin
embargo la deja entrar, como en el amor en que la oposición puede
ser un solicitado secreto./ El camino lento aumenta su coraje secreto
-¡y de pronto se deja cubrir por la primera ola!-.
La sal, el yodo;
todos los líquidos la dejan por unos instantes ciega, toda empapada
-aterrada de pie, fertilizada-.(...)
Con el cuenco de las manos y con
la altivez de aquellos que nunca darán explicación ni a ellos
mismos: con el cuenco de las manos lleno de agua, la bebe a grandes
tragos, buenos para la salud de un cuerpo./ Y era eso lo que le
estaba faltando: el mar por dentro como el líquido espeso de un
hombre./ Ahora está toda ella igual a sí misma.
La garganta
alimentada se contrae por la sal, los ojos se enrojecen por la sal
que seca, las olas la golpean y vuelven, la golpean y vuelven pues
ella es una defensa compacta./ Se zambulle nuevamente (...) El mar se
abre más y la eriza..." De Aprendizaje o el libro de los
placeres de Clarice Lispector (Chechelnyk, Ucrania, 1920 - Río de
Janeiro, 1977).
Sedienta
de besar el final... "Línea como/ cabello vivo/
estirada/ oscurecida como noche de muerte/ de ti a mí./ Conducida/
fuera/ me he inclinado al otro lado/ sedienta/ de besar el final de
las lejanías./ La tarde/ arroja el trampolín/ de la noche sobre el
rojo/ alarga tu lengua de tierra/ y yo pongo mi pie vacilante/ sobre
la cuerda temblorosa/ de la muerte ya comenzada./ Pero así es el
amor". De Viaje a la transparencia, de Nelly Sachs (Berlín,
1891-Estocolmo, 1970), Nobel de Literatura en 1966.
Abre
mi cuerpo.
"el que me ama aleja a mis dobles,/ abre/ la noche, mi cuerpo,/
ver tus sueños,/ mi sol o amor". De Los pequeños cantos, Poesía
Completa, de Alejandra Pizarnik (Buenos
Aires, 1936-1972).Alejandra Pizarnik vía sinmordaza.com
Los que me aman. "No te asustes de la voracidad/ de los que te aman:/ su turno es anterior a los gusanos". De Ítaca, de Paca Aguirre (Alicante, 1930), Premio de Poesía 'Leopold Panero', 1971.
Mis pezones crecieron, querían llegar. "Era de noche cuando apareció el Animal, hecho solo con Hibiscos. Estaba absolutamente quieto y mudo. Y todo hecho con hibiscos (...) Desde lejanísimos cielos caía una llovizna finísima, celeste, que no mojaba, iluminaba. Yo miré al Animal hecho solo con Hibiscos, y no sabía cómo nombrarlo, llamarlo. Y creí que no debía hablar, pues él estaba mudo, inmóvil. Mi voz rompería una ley (...) Le levanté la cola; el ano era un hermoso hibisco hermosísimo, rojo como una rosa, crespo, con intenso perfume; lo mismo, testículos y pene (...) Me tendí a su lado, empecé a vibrar, contorsionarme; mis pezones crecieron largos como lápices, querían llegar al Animal hecho solo con hibiscos; me ardía el ombligo, el clítoris. Entonces, me levanté y arranqué algunas de las flores más íntimas del Animal hecho solo con Hibiscos, me volví a tender, puse las flores adentro de mi vulva, las empujé más adentro. Sentí, primero, desazón, amargura, las tetas se me retrajeron./ De pronto, aquello, dentro de mí, empezó a moverse, a desplazarse, a ubicarse, hacía como un barullo; se oía el trabajo, un perfume nunca oído y llegué al cielo en un minuto. De La Flor de Lis, de Marosa Di Giorgio (Salto, Uruguay, 1932-Montevideo, 2004).
Ahora estoy viva. "No es fácil expresar lo que has cambiado./ Si ahora estoy viva, entonces estaba muerta, / aunque, como a las piedras, no me preocupaba,/ seguía en mi lugar de acuerdo con la costumbre./ No me moviste un ápice, no-/ Tampoco me dejaste con los ojos abiertos/ hacia el cielo una vez más, sin esperanza, claro está,/ de asir lo azul ni las estrellas..." Un fragmento del poema Carta de Amor de Sylvia Plath (Boston, 1932-Londres, 1963).
Te
quiero imposible. "Y si te quiero abierto/ como el
centro imposible de un mundo transparente,/ si te quiero imposible,
más allá de mis brazos/ o la aurora que extiende un sueño en las
tinieblas,/ más abierto que el viento, más leve y más amante,/
será porque mañana nos quisiera infinitos,/ unidos como nieve a
punto de ser agua./ Y es por eso que dejo resonar la memoria,/ todas
esas palabras de hilo que se enredan/ en tu boca o la mía." De
Semillas para un cuerpo, Chantal Maillard (Bruselas, 1951), Premio Nacional de Poesía 2004, España, con
Matar a Platón.
Esta
amorosa selección personal de poetas contemporáneas está dedicada a los que aman, en
cualquiera de sus formas, incluso a aquellos que aman en la búsqueda de un
libro de poesía en una librería de la calle Corrientes de Buenos Aires, en la Cuesta
de Moyano de Madrid, en la más chic del Eixample barcelonés o en una mesa a orillas del Sena, en París, o del Río de la Plata, en
Montevideo.
*La frase sin el paréntesis pertenece a Macedonio Fernández y la citamos, anteriormente, aquí.
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