Es la mañana triste, aunque prístina y despejada, de un día de enero en París, recién muerta la Madre. Nosotros continuamos tierra adentro, aunque nuestros ojos casi siempre miran hacia allá, hacia el océano que empieza hasta orillas que nunca pisaremos.
No hay consuelo posible, cuando ella viene. Es tolerable si se mantiene en los márgenes, como hace la memoria que se despeña por los barrancos.
Cuando nosotros no somos más que estas líneas que unas a otras se siguen, como temiendo convertirse en un párrafo de sal.
DelDiario Virtual de Jose Carlos Cataño
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