Nanina Santos
El caso de Nevenka Fernández
Comentario del libro de Juan José Millás Hay algo que no es como me dicen. El caso de Nevenka Fernández contra la realidad (Santillana, Madrid, 2004, 209 páginas).
(Página Abierta, 152, octubre de 2004)
Es difícil haber olvidado el caso Nevenka, la joven
concejala de Hacienda y Comercio del Ayuntamiento de Ponferrada que, en
marzo de 2001, decide poner todo patas arriba y denunciar al alcalde,
Ismael Álvarez, por acoso, provocando un pequeño terremoto.
Nos había sacudido, en el proceso público, el papel del fiscal
José Luis García Ancos, al que hubieron de relevar por tratar a Nevenka
como acusada en lugar de víctima; o las declaraciones de Ana Botella
cuando salió la sentencia del Tribunal tachando de impecable el
comportamiento del ya ex alcalde al ser condenado por un delito de acoso
sexual cometido sobre su concejala de Hacienda, sirviéndose, para
humillarla, de su superioridad jerárquica. De igual modo que nos pareció
insólito que se promoviera una manifestación de apoyo y desagravio a
Ismael Álvarez, a la que acudirían –y así lo hicieron– todos los
alcaldes pedáneos del PP y que contó con el apoyo, entre otros muchos,
del cantautor Amancio Prada.
Después de la resolución judicial que supimos el último día del
mes de mayo de 2002, esperamos a los recursos presentados ante el
Tribunal Supremo, que el 17 de noviembre de 2003 confirmaba la
sentencia, aunque rebajó la multa impuesta en primera instancia al
considerar que entre un alcalde y un concejal no existe relación
jerárquica alguna y que, por lo tanto, no se había dado el agravante de
abuso de autoridad.
Quedó en nuestra memoria. En la mía sí que pensé en la valentía
de Nevenka, en su sufrimiento, y sentí mucho agradecimiento hacia esta
“niña pija” que nos dijo: «Tengo 26 años... y dignidad», al leer
el comunicado en el Hotel Temple de Ponferrada el 26 de marzo de 2001,
presentando su dimisión como concejala de Hacienda y Comercio unos pocos
minutos después de denunciar por acoso sexual a su alcalde.
Juan José Millás, que confiesa una atención irregular al caso,
perdiendo notas que tomaba aquí y allá, se desvela una noche,
coincidiendo con la publicación de la sentencia del Tribunal Supremo de
Justicia de Castilla y León, y piensa en la historia de esta mujer como
en la de un extrañamiento: «Había sido víctima de su propia cultura, una
cultura machista, misógina, brutal en muchos aspectos. De hecho, cuando
Ismael Álvarez perdió el juicio y se vio obligado a dimitir, Ana
Botella, una de las mujeres más influyentes del Partido Popular, había
alabado la actitud “impecable” del acosador sin tener una sola palabra
de solidaridad hacia la víctima.
»Nevenka, pues, había sido “uno de ellos” hasta que “ellos”
empezaron a producirle horror (y ya veremos el tamaño de ese horror). A
lo largo de ese proceso de extrañamiento se convirtió en un monstruo
para los suyos, pero también para sí misma, pues no había contado con
una cultura de recambio que la acogiera para curarle las heridas. En
cierto modo al denunciar el caso, había renunciado a su identidad sin
tener otra de repuesto» (página 27).
Otros enigmas o misterios también alimentan su curiosidad. ¿Qué
hace una Nevenka en Ponferrada? ¿Por qué nadie la había entrevistado,
aunque todo el mundo la había perseguido? ¿Dónde se había metido desde
el día que dimitió públicamente y puso la denuncia hasta que comenzó el
juicio?... Le pareció que «aquí había una novela» (p. 31), y este libro
es el fruto que germinó en aquel desvelo.
Zigzaguea a lo largo de 21 capítulos y un epílogo, para meternos
de lleno en una historia concreta, terrorífica, de acoso moral y sexual
en la que la víctima, como todas las víctimas de acoso, ha quedado
paralizada, sin posibilidad de defenderse.
«El termino acoso había dado vueltas en su cabeza desde
que lo mencionara la doctora Mollá, pero Nevenka lo había rechazado para
describir su situación porque lo asociaba a mujeres incapaces de
defenderse» (p. 90), y no era ésa la imagen que tenía de sí misma.
«Había cultivado de sí misma la imagen de una mujer con recursos y no
podía comprender aquella parálisis de cuya existencia hablaba ahora el
libro de Hirigoyen (*).
[...]
»La Biblia para comprender lo que ocurre en tales situaciones.
[...] Una de las frases que dejó a Nevenka sin aliento por la precisión
con la que describía su propia experiencia: “En este libro demostraré
que el primer acto del depredador es paralizar a su víctima para que no
se pueda defender» (p. 103).
Y ésta es una de las cuestiones importantes que el libro aborda
magníficamente. Vivimos en sociedades en las que todo está organizado
para criminalizar a la víctima. No es sólo que García Ancos la trate en
el juicio con una inusual dureza ni que le espete: «¿Por qué usted, que
no es una empleada de Hipercor que le tocan el trasero y que tiene que
aguantar por el pan de sus hijos, por qué usted aguantó?», queriendo
convertir en culpable a la víctima, sino las muchas, muchísimas personas
que preguntaban a Nevenka (o a otras Nevenkas): “¿Y tú, por qué no
hacías algo cuando...?”. O todos esos comentarios igualmente insidiosos
como el «“algo habrá hecho”, “algún beneficio habrá obtenido”, “ no
puede ser tan ingenua como para no saber dónde se metía”. Incluso cuando
los comentarios procedían de personas de talante progresista, se
advertía enseguida que el asunto había sido percibido, en el mejor de
los casos, como un ajuste de cuentas entre gente de la derecha. No se
negaba que Nevenka Fernández hubiera padecido acoso, pero se venía a
decir que se lo tenía merecido por ser de derechas. La ex concejal de
Hacienda añadía a este pecado original el de ser una mujer atractiva»
(p. 27-28).
O esa conocida que le comenta a Millás el día de la publicación
de la sentencia: “Esa chica está hablando demasiado [...] Además,
apareció en la rueda de prensa con una minifalda hasta aquí”. «Por
supuesto, Nevenka podría haber ido con una minifalda “hasta aquí” sin
que ello sirviera para descalificarla. Pero ese día llevaba pantalones.
Había una necesidad evidente de convertirla en culpable del acoso del
que había sido víctima. Y no creo que mi conocida mintiera al decir que
la había visto en minifalda: la había visto así porque necesitaba verla
así. En definitiva, en este caso, como en casi todos, la mayoría vio lo
que esperaba ver, porque ello coincidía también con lo que necesitaba
ver para que sus certidumbres no se derrumbaran» (p. 29).
»De todos modos, dice Nevenka, “no deja de ser curioso que en
estas situaciones preguntemos a la víctima por qué no se defendió en vez
de preguntar al agresor por qué atacó».
De hecho, la que se ha hecho famosa es Nevenka y no Ismael
Álvarez. Ella ha sido, a la postre, la que ha tenido que exiliarse
porque no encontraba trabajo en ningún sitio con un currículo brillante,
mientras Ismael Álvarez, el agresor, puede ser convidado, como lo ha
sido, a leer el pregón de las fiestas de su pueblo, recibir homenajes o
seguir gestionando tranquilamente sus negocios con buenos enteros en
su cuenta corriente.
La “normalidad” la representa y encarna Ismael Álvarez y su
mundo, y si queremos explorar otra de las manifestaciones de ello se
pueden ver los resultados electorales en las últimas elecciones
generales de marzo de 2004. El PP obtuvo los mismos votos que en las
anteriores elecciones generales (13 de marzo de 2000), fecha en que
Ismael estaba ya destruyendo a Nevenka, pero nadie sabía nada. Ni
siquiera Nevenka era muy consciente de lo que estaba pasando.
La clientela del PP de Ponferrada, medida a través de los votos, no se vio “tocada” por esta cuestión. El asunto Nevenka, o bien no había existido, o esos miles de votos respaldan de un modo u otro “esa normalidad”.
Ya no digamos eso que podríamos llamar “acoso de baja
intensidad”, totalmente integrado como un modo de relación laboral,
social o familiar.
Es de sustancia el libro y da materia a la reflexión, aparte de
inquietarnos por razones que cada persona puede desvelar al cabo de su
lectura.
Se siguen las razones que pueden conducir a una persona a ser
víctima o a convertirse en víctima. Esencialmente “estar allí”, cometer
la torpeza de dejarse seducir, tener algo de más, como explica Hirigoyen
(en el caso de Nevenka, belleza, vitalidad, inteligencia, formación,
sensibilidad y ser una “comprensiva patológica”...), cualidades
apetecibles y envidiables que cualquier perverso narcisista intentará
apropiárselas, utilizando las fallas o grietas de su víctima, mientras
hunde a la persona que las posea. Éstas u otras.
Es relevante comprender que el acoso, en cualquiera de sus
manifestaciones o en los distintos ámbitos en que pueda acontecer, puede
sucedernos a cualquiera que dé con un acosador ávido de poder. La idea
de que “eso” (lo innombrable) puede pasarle a otras personas pero a mí
no... es otro modo sutil y estúpido de culpabilizar a la persona que
sufre o sufrió acoso. Puesto que si yo “puedo evitarlo”, quien lo padece
o ha padecido ha hecho algo inadecuado que dio pie a que el agresor se
instale en sus alrededores, estreche el cerco y la hunda.
El recuerdo de la pecera, enorme, que Nevenka, de adolescente,
gustaba observar en el salón de la casa de sus padres, en donde los
peces negros acabaron con los peces de colores, es aterrador y
fuertemente simbólico.
«Cuando viajé a Ponferrada y conocí de cerca la atmósfera moral
del Ayuntamiento, me pareció que era un microcosmos de peces negros en
el que había ido a caer inocentemente un pez de colores. Las
posibilidades de que Nevenka sobreviviera en aquel ecosistema brutal
eran simplemente nulas. Los peces, como los seres humanos, son
caníbales, pero, como los humanos también, disfrutan volviendo loca a su
presa antes de devorarla...» (p. 46).
El libro también nos aproxima a las consecuencias para la víctima
de un proceso de victimización. En esa alegría de la vida tan extendida
que es humillar a nuestros semejantes, se puede matar sin mancharse las
manos. Sin dejar rastro.
«Cuando vi a Nevenka, me quedé espantado: parecía una criatura
recién salida de un campo de concentración. Estaba en los huesos. Miraba
a un lado y a otro cada vez que decía algo, como si flotara en el
ambiente un peligro indeterminado que en cualquier momento pudiera
materializarse. Encendía un cigarrillo con la brasa del anterior.
También hacía un gesto raro con las manos, como si se las estuviese
lavando continuamente, o como si quisiera deshacerse de unas ataduras
invisibles. En fin, te ponía los pelos de punta...». Éste es el relato y
el retrato que el señor Invisible, uno de los personajes misteriosos de
nuestro libro, hace de Nevenka a Millás (p. 35).
¿Y qué decir del hecho de que a lo largo de todo ese tiempo Nevenka no volviera a mirarse a ningún espejo?
Marie France Hirigoyen insiste en no atribuir al masoquismo (ni
confundirlo), que nos libera de responsabilidades, puesto que hay
consentimiento y se puede abandonar el juego si se desea, explicación
“cómoda” a la que recurren también algunos profesionales «que consideran
que todas las víctimas de una agresión perversa son cómplices secretos
de su verdugo, con el que entablan una relación sadomasoquista que
entraña una fuente de placer. [...]
»En la relación con el perverso no hay simetría, sino dominación
de un individuo sobre otro, e imposibilidad de que la persona sometida
reaccione y detenga el combate. Por eso se trata de una agresión. El
establecimiento previo del dominio ha desterrado la posibilidad de decir
“no”. La negociación es imposible, todo es impuesto». (Hirigoyen: 124).
El proceso mismo, tan sutil, insidioso, indecible. «El acoso nace
de forma anodina y se propaga insidiosamente». No se produce de un día
para otro. Nevenka, al igual que cualquier otra víctima de acoso, hasta
que no es capaz de unir muchos datos para interpretarlos, sabe que
contar anécdotas sueltas parece ridículo a quien escucha e incluso a
quien cuenta que no sabe ya si es un exceso de suspicacia o de neuras,
tendiendo a culpabilizarse. Y así se va instalando “lo indecible” y se
teje la tela de araña en la que los agresores atrapan a sus víctimas.
Una cuestión que se repite casi siempre: la soledad absoluta de
las víctimas, abandonadas prácticamente por el entorno familiar,
amistoso, social que no ve nada, sólo las neuras de la víctima a quien
el agresor se ha encargado de desestabilizar, pero lo ha hecho sin dejar
rastro.
En el caso de Nevenka, ni su familia, de parecido entorno
cultural que el Gobierno ponferradino, ni siquiera aquellos poquísimos
apoyos que Nevenka y Lucas habían dado como seguros. La cobardía moral,
el miedo, la pérdida de comodidades o seguridades o el “¿pero tú sabes
lo que estás haciendo?” han atrapado a personas de quien las víctimas no
podían esperar tal desamparo.
Una cuestión sí llama la atención en esta historia, el personaje
de Charo Velasco, portavoz del PSOE en el Ayuntamiento de Ponferrada, a
quien, en un arrebato “de olfato”, Nevenka cita para ponerla al tanto
de lo que pasa y pedirle que no saque provecho de la situación. Vaya,
¡una perita en dulce: el alcalde sorprendido en un asunto de acoso
sexual!
«Nevenka temía que si la baja por enfermedad se prolongaba, fuera
el PSOE el que exigiera a Ismael Álvarez ocupar su vacante» (p. 83).
Charo Velasco, con quien Nevenka no había tenido otra relación fuera de
la esfera de lo político, no usa esta cuestión para desgastar al PP de
Ponferrada, pide a su grupo que no lo haga, algo verdaderamente insólito
en el mundo de la política en donde el “todo vale” es la ley para
obtener votos o derribar al adversario o al enemigo.
«En muchas ocasiones, gente de su partido reprochó a Charo
Velasco no haber utilizado el asunto para desgastar a Ismael Álvarez,
pero ya hemos dicho que no es una mujer de temperamento político, o
simplemente que es honesta, algo tan raro en la política...» (p. 89).
Detrás del problema del acoso late también cómo afronta la
sociedad (amplia o cercana) estas cuestiones y qué valores cultiva en
relación con la cuestión del poder. Si trivializa o no “el mal”.
«Prestamos poca atención a sus víctimas [de los perversos], que
pasan por ser débiles o poco listas, y, con el pretexto de respetar la
libertad del otro, podemos vernos conducidos a no percibir ciertas
situaciones graves. En efecto, una manera actual de entender la
tolerancia consiste en abstenerse de intervenir en las acciones y en las
opiniones de otras personas aun cuando estas opiniones o acciones nos
parezcan desagradables e incluso moralmente reprensibles. Manifestamos
asimismo una indulgencia inaudita en relación con las mentiras y las
manipulaciones que llevan a cabo los hombres poderosos. El fin justifica
los medios. Pero ¿hasta qué punto es eso aceptable? ¿No corremos con
ello el riesgo de erigirnos en cómplices, por indiferencia, y de perder
nuestros límites o nuestros principios? [...]. El contexto sociocultural
actual permite que la perversión se desarrolle porque la tolera»
(Hirigoyen: 13-14).
«La cuestión del poder atañe a toda la sociedad. En todas las
épocas ha habido seres carentes de escrúpulos, calculadores y
manipuladores, y para los que el fin justifica los medios. Sin embargo,
la multiplicación actual de los actos de perversidad en las familias y
en las empresas es un indicador del individualismo que domina en nuestra
sociedad. En un sistema que funciona según la ley del más fuerte, o del
más malicioso, los perversos son los amos. Cuando el éxito es el valor
principal, la honradez parece una debilidad y la perversidad adopta un
aire de picardía.
»Con el pretexto de la tolerancia, las sociedades occidentales
renuncian poco a poco a sus propias prohibiciones. Pero, al aceptar
demasiado, como lo hacen las víctimas de los perversos narcisistas,
permiten que se desarrollen en su seno los fenómenos perversos.
Numerosos dirigentes o políticos, que ocupan no obstante una posición de
modelo para la juventud, no muestran ninguna preocupación moral a la
hora de liquidar a un rival o de mantenerse en el poder» (Hirigoyen:
175-176).
Tiene a su vez mucha energía el libro en la descripción de la
reacción de Nevenka, el proceso de curación. Ese «no falta mucho para
que vuelva a mirarse al espejo sin sentir vergüenza» (p. 130). Sabe que
la condición de construir otra vida pasa por cerrar bien las ventanas de
la vida anterior. Con la oposición de todo el mundo, quiere hacer la
denuncia incluso a riesgo de equivocarse, y en ese proceso tiene que
empezar a nombrar y rememorar las innumerables escenas para apresar toda
esa cantidad de palabras aparentemente anodinas, sentidos no
expresados, alusiones permanentes, insinuaciones constantes,
hostigamiento sexual y chantaje que la han ido descalificando,
desacreditando, aislando y humillando sexualmente hasta
desestabilizarse. Tiene que «juntar las piezas de ese jarrón roto»
que ha llegado a ser su vida.
Por todo eso merece la pena leer el libro. Incluso más de una
vez, como yo lo hice. Porque dice muchas cosas, con muchos matices, y
porque tiene un inequívoco punto de vista, y además, porque, mientras
seguimos el caso de Nevenka, muchas personas podemos reconocer
comportamientos (propios y ajenos) “desestabilizadores”, de maltrato en
la vida cotidiana.
No es morboso y no se recrea en minucias innecesarias. Está bien
organizada la historia, con una orientación que yo llamaría “poco
victimista”, en el sentido de que el libro empieza con la dimisión y
la presentación de la denuncia, “Los restos de Nevenka”, y acaba con “Nace la otra Nevenka”, ésa que ya sabe que «hay algo que no es como me dicen».
Puede ser también un aliciente para las víctimas de acoso o las
personas de su entorno. Saber que se puede salir de estas situaciones,
que hay que buscar apoyos y ayudas, que hay que curarse, y que para ello
es imprescindible nombrar, decir, dejar de justificarse, de proteger y
culpabilizarse.
El caso Nevenka nos da la experiencia de una vida
concreta. Y es hermoso acercarse a todo ese sufrimiento y al proceso de
destrucción para tener mayor sensibilidad con las víctimas y menor
tolerancia a las cosificaciones, a las faltas de respeto hacia los seres
humanos, a las manipulaciones y a cualquier comportamiento reprobable
en el ámbito privado y en el público. El libro de Marie-France
Hirigoyen, imprescindible para conocer más y mejor, “la Biblia” en
estas cuestiones, incluye consejos prácticos para la pareja y la familia
y para la empresa, aparte de un capítulo dedicado a la ayuda
psicológica. Cosas bien necesarias, porque aunque no estamos muy
familiarizados con esto del mobbing o acoso, las estadísticas
empiezan a ponernos los pelos de punta. Se calcula que un 15% de los
trabajadores españoles lo sufren, y en la Administración pública, la
cifra se dispara a un 33% (Rosa Montero, El País, 22 de junio de 2004).
Comparto con Millás la idea de que Lucas es uno de los personajes
más enigmáticos del libro. «Vi cómo cobraba importancia a medida que
pasaban los capítulos sin que él hiciera nada por crecer ni yo por
aumentar su tamaño» (p. 207).
Tiene un buen cuerpo de letra para présbitas y ocupa 209 páginas.
Del precio ya no me acuerdo. De todos modos, no debería ser excusa para
no leerlo. Hay bibliotecas y existe, además, el préstamo amistoso.
___________________
(*) Marie-France HIRIGOYEN: El acoso moral. El maltrato psicológico en la vida cotidiana
(original, París, 1998). Paidós, Barcelona, 1999. Libro que le regala
Adolfo Barreda, el abogado que va a hacerse cargo de su caso, en la
primera entrevista que tienen, con la recomendación de que lo lea cuanto
antes.
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